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viernes, 7 de octubre de 2016

Testimonio y liberación: Pasajes de la guerra revolucionaria

                                                                 Alberto Julián Pérez ©

     
I. El Che, escritor

            En el año 1963 Ernesto “Che” Guevara (Rosario 1928 – La Higuera 1967) publicó sus memorias de la guerra popular revolucionaria de liberación de Cuba, a las que tituló Pasajes de la guerra revolucionaria. En su prólogo indica que en un principio había pensado, junto con otros compañeros que participaron en la lucha, escribir una “historia” de la revolución, pero dado que pasaba el tiempo y el proyecto no se realizaba, decidió escribir una serie de “recuerdos personales” de la campaña militar (Pasajes de la guerra revolucionaria 1977:V).
            Explica al lector que estos recuerdos eran parciales, incompletos, ya que “al luchar en algún punto exacto y delimitado del mapa de Cuba…” no podía estar simultáneamente en los otros sitios donde se peleaba (Pasajes…1977: V). Por eso invitaba a otros participantes sobrevivientes de la guerra a dejar también su testimonio, pidiendo que se atuvieran estrictamente a lo cierto, a la verdad histórica, tal como lo había hecho él. El Che no quería que se olvidaran episodios heroicos de la guerra que pertenecían ya “a la historia de América”.
                        Pasajes… no fue el primer libro escrito y publicado por el Che. En 1960 había publicado Guerra de guerrillas, un manual sobre la guerra revolucionaria, en el que sintetizaba su experiencia como soldado y comandante guerrillero, y teorizaba sobre la posibilidad de extender esa guerra a otros países de América en la lucha por la liberación. Tanto Guerra de guerrillas como Pasajes... son obras escritas con criterio expositivo y pedagógico. El Che comunicaba sus experiencias para ayudar a la causa revolucionaria. En esta etapa hacía numerosas participaciones en público, pronunciaba discursos, y publicaba artículos políticos en revistas. Uno de los nuevos desafíos que tenía en su vida era el de ser “político revolucionario” o político del pueblo (Obras completas. “Sobre la construcción del partido” 101-12). El Che se vuelve un destacado ensayista político, cuyo tema fundamental era la lucha por la defensa de la revolución y la liberación de los pueblos del mundo, oprimidos por el imperialismo.
            Ernesto comenzó a escribir diarios en su adolescencia. Le gustaba escribir: lectura y escritura lo acompañaron siempre (Piglia 103-114). Era un soñador y concebía ideas audaces, trataba de llevarlas a cabo y escribía sobre ellas. Su padre publicó en 1989 parte de un diario incompleto que encontró en unas cajas sobre el primer viaje extendido que hizo Ernesto por su patria en 1950, a los 21 años (Guevara Lynch, Mi hijo el Che 257-72). Recorrió un periplo de cerca de 5.000 kilómetros, por varias provincias argentinas, en una bicicleta provista de un pequeño motorcito de origen italiano, marca Cucciolo, que podía impulsarla por tramos, uno de los inventos populares en aquella época de postguerra. El diario mostraba una expresión cuidada en diversas entradas, en que el narrador contaba sus aventuras durante el vagabundeo con evidente deleite. Ernesto, el joven estudiante de medicina, continuaría escribiendo notas y diarios a lo largo de su vida, describiendo sus experiencias, rescribiendo y ampliando estas notas más tarde, transformándolas en crónicas autobiográficas.
En 1952 Ernesto salió de viaje por América Latina con su amigo Alberto Granado, recorriendo buena parte del continente. Este viaje (que llevara al cine con notables resultados el director brasileño Walter Salles en Diarios de motocicleta, en  2004, con el actor mexicano Gael García Bernal en el papel del Che) fue una etapa de intensa experiencia social, en que tuvo contacto personal con las masas trabajadoras y con los pueblos indígenas de América (Sorensen 50-53). Ernesto reelaboró sus notas un año después, y escribió el que podemos considerar su primer libro, que se publicara después de su muerte como Notas de viaje. Como todo libro de viajes es un libro heterogéneo que muestra la evolución de la conciencia del personaje durante las distintas etapas del trayecto. Luego de un principio ligero y “picaresco”, durante el periplo argentino y chileno, el viaje se vuelve dramático al ingresar los amigos a Perú, visitar las ruinas incaicas, conocer las minas y relacionarse con la población indígena (Viaje por Sudamérica 61-96). Van a Lima y trabajan en un leprosario en la selva peruana, donde conviven con los enfermos. Ese es el punto culminante de la narración, que concluye con los personajes saliendo del pueblo en balsa por el río Amazonas, en camino hacia Venezuela.
Su amigo Alberto se quedó en Caracas, y Ernesto regresó a Buenos Aires para completar en pocos meses su carrera de medicina, y volver a salir por Hispanoamérica en 1953. Este segundo viaje continental, que realizó con su amigo Calica, abre una nueva etapa en la vida de Guevara, que ya no volvería a vivir en su patria. Durante el viaje escribió un diario que quedó inconcluso. En ese viaje, que comenzó en Bolivia y continuó en Perú, Ecuador y Centro América, Guevara fue testigo del golpe militar en Guatemala en 1954, apoyado por Estados Unidos, contra el Presidente populista Jacobo Arbenz. Ernesto cuenta cómo vivió este episodio, su deseo de participar en la lucha, de tomar armas contra los golpistas. Nos confiesa su sentimiento de impotencia al ver la pasividad de la gente, que no fue capaz de defender la revolución de Arbenz, que estaba llevando a cabo una importante reforma agraria en su país (Otra vez 43-58).
Durante ese viaje conoció a la militante peruana del APRA Hilda Gadea, exiliada en Guatemala, que influyó en su evolución política. Hilda viajó con él a México, donde se casaron y tuvieron una hijita (Massari 81-90). En México Ernesto conoció en 1955 al revolucionario cubano Fidel Castro, héroe y sobreviviente del asalto al cuartel Moncada en 1953, con cuya rebeldía se identificó. Castro lo convenció de unirse a su Movimiento 26 de Julio, con el que preparaba la invasión a Cuba para iniciar una ofensiva guerrillera, arrojar del poder al dictador Batista y hacer una revolución política radical en su patria (Anderson 174). El diario que llevaba Ernesto sobre este segundo viaje por América quedó inconcluso porque el personaje aventurero, el estudiante viajero, el pícaro y divertido argentino, aceptó unirse al grupo de Castro y se transformó radicalmente. Ernesto se convierte en el “Che”, el médico militante, que lee con fervor a Carlos Marx, estudia El Capital, recibe entrenamiento militar y se prepara para ir en la expedición del Granma.
En 1955 termina la vida del aventurero, en estado de disponibilidad, que planeaba quedarse en México, o viajar a Europa y encontrarse en París con su madre (Guevara Lynch, Aquí va un soldado de América 89-95). Desde el momento que conoce a Castro aparece en su vida un nuevo objetivo: hacer la revolución. El Che acepta luchar por un país que no es el suyo, posee conciencia política continental, y verá la expedición a Cuba como el comienzo de una experiencia revolucionaria que proyectaba continuar en otros países y circunstancias, de ser posible.
La invasión comenzó con un desastre. El contingente llegó a Cuba en el viejo yate Granma y fue sorprendido y casi totalmente aniquilado en Alegría del Pío por el Ejército de Batista poco después de desembarcar. El Che asistió a los enfermos y heridos, organizó y entrenó a un grupo combatiente, y asumió responsabilidades militares cada vez más importantes en la lucha armada. Fidel, reconociendo su capacidad y liderazgo, lo nombró Comandante de la segunda columna que se desprendió de su propia columna, una vez que el grupo guerrillero hubo crecido lo suficiente e incorporado nuevos reclutas.
Durante los dos años que duró la guerra el Che llevó un diario donde apuntaba los hechos sobresalientes, y que luego utilizó para escribir las crónicas y artículos sobre la guerra que publicó como Pasajes de la guerra revolucionaria (Dieterich...11-2). Llevó también un diario durante su expedición al Congo en 1965, con el que escribió un libro, publicado póstumamente, en 1999, como Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo. Compuso un diario puntual y meticuloso durante la guerra en Bolivia, cuya última anotación fue la del 7 de octubre de 1967, un día antes de que fuera cercado, herido y apresado en la Quebrada del Yuro, para ser asesinado al día siguiente en La Higuera, por orden de sus captores, el ejército boliviano, apoyado y asesorado por la CIA.
Las memorias del Congo son un análisis e informe de hechos y episodios militares difíciles de contar, por cuanto el Che consideró su participación en esa guerra un fracaso, y muestra su decepción y frustración al dar sus opiniones (Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo 31-33). En el diario de Bolivia, al contrario, a pesar que la guerrilla terminó en una posición difícil, después de muchos meses de lucha, sin apoyo político apreciable de las organizaciones políticas bolivianas y sin recibir ayuda de los campesinos de la zona, cercada por el ejército que finalmente la aniquila, el Che muestra un gran optimismo y en todo momento mantiene su espíritu de combate y se niega a aceptar que el grupo estaba siendo destruido. En su opinión las posibilidades de iniciar un foco guerrillero permanente eran buenas, y era la táctica apropiada para continuar la guerra revolucionaria de liberación en Sudamérica (Castro, “Introducción” 519-33).
Los viajes y desplazamientos por el mundo fueron una constante en la vida del Che. Como Ministro de Industria en Cuba se transformó en embajador itinerante de la Revolución y visitó numerosos países en Asia, Africa, Europa y América, haciendo extensas giras, en las que conoció y trató a importantes políticos del momento, como Mao Tse Tung, Ben Bella y Abdel Nasser (Taibo II 382-87). Durante esta etapa el Che tuvo un papel político determinante, participó en foros internacionales y escribió ensayos defendiendo sus ideas revolucionarias marxistas, y proponiendo una lucha global para derrotar al imperialismo norteamericano, creando “dos, tres…muchos Vietnam”, y extendiendo la revolución socialista por todo el tercer mundo (“Crear dos, tres...muchos Vietnam es la consigna”, Obras completas 341-54). Basado en su experiencia guerrillera cubana esbozó su teoría foquista, sosteniendo que era posible hacer la revolución en los países subdesarrollados, con numerosa población campesina, y avanzar la causa del socialismo en el mundo (“Guerra de guerrillas: un método”, Obras completas 355-70). Preveía una lucha larga y costosa, con grandes sacrificios. Sabemos cómo sus ideas fueron escuchadas, y las ilusiones que generaron entre los militantes revolucionarios durante las décadas siguientes, ante la perspectiva de un cambio revolucionario en nuestra América. Las fuerzas represivas de las oligarquías y el imperialismo, por su parte, ante los avances revolucionarios, reprimieron sin compasión a los militantes populares: obreros, campesinos y estudiantes.
El Che fue un revolucionario inusual, al que en su momento sectores de la izquierda acusaron de aventurero y de no tener convicciones políticas bien fundadas en una militancia partidaria consistente (Almeyra 21-4)). La gran cantidad de biografías escritas sobre él testimonian el interés con que los historiadores estudiaron e interpretaron su vida. Junto a su amor por la aventura, por los viajes, destacan su interés por las competencias deportivas y las pruebas físicas que demandaban gran energía (Taibo II: 38-45). Su condición de asmático crónico lo postraba regularme, como resultado de fuertes ataques. En su niñez, sus padres trasladaron a la familia a vivir a Alta Gracia, en las sierras de Córdoba, una localidad turística donde, por su altura y buen clima, convalecían enfermos respiratorios, para protegerlo (Massari 13-20). Esta situación despertó en él gran rebeldía y emprendía actividades físicas arriesgadas desafiando sus limitaciones. Durante sus años estudiantiles practicó rugby. Los viajes que hizo por Argentina en bicicleta, y por Sudamérica en una vieja motocicleta y a dedo, también fueron una prueba física exigente. Pero el desafío mayor fue la expedición armada a Cuba, donde tuvo que vivir en el clima muy húmedo de la sierra, a la intemperie, por más de dos años, sometido a incontables padecimientos físicos y ataques de asma.
Durante la campaña de la Sierra Maestra el Che desplegó un gran temple y vocación militar, aptitud que ya estaba en su carácter y mantuvo durante el resto de su vida. Lo llevaría en 1965 a comandar la expedición militar cubana al Congo, y a morir en 1967 liderando la lucha guerrillera en Bolivia, después de casi un año de campaña. Como revolucionario, el Che fue un líder militar comparable a los jefes guerrilleros que lucharon por la libertad de América durante los últimos doscientos años. Sus memorias de la guerra revolucionaria cubana lo muestran como héroe abnegado, que lucha por la liberación del pueblo.
Si leemos todos los diarios y crónicas conocidas del Che como una obra continua, desde el diario de su viaje en bicicleta por Argentina en 1950, hasta su diario de Bolivia, nos encontramos con una memoria biográfica de experiencias vitales excepcionales (Piglia 111-2). Estas experiencias lo transformaron espiritual y moralmente e hicieron de él “un soldado de América” (Guevara Lynch, Aquí va un soldado de América 7). La conversión gradual que hizo que Ernesto, el estudiante de medicina, se transforme en Che, el guerrillero, y Che, el político revolucionario, es equiparable, por su tensión moral, a los procesos sufridos por individuos ejemplares cuyas vidas han marcado moralmente a la humanidad. Después de la muerte el Che ha sido cubierto de un aura de “santidad”, ha sido mitificado y elevado a símbolo de la juventud combativa e idealista, que trata de reivindicar a los oprimidos y a los pobres. Podemos asociar la figura del revolucionario, que lucha por su pueblo, a la de algunos religiosos que han participado en la vida pública de América y defendido a los pobres y a los oprimidos. Un caso paradigmático fue el del cura guerrillero Camilo Torres. El mensaje cristiano de sacrificio está presente en el Che (Sorensen 24-9).
El Che, que desconfiaba de las religiones organizadas, luchó por la libertad y la liberación, palabras claves en su vida. Su figura es un símbolo del espíritu altruista juvenil, que desea cambiar el futuro y salvar a la humanidad. Admiraba la interpretación redentora de la historia del marxismo. Estudió a Marx y se unió al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. La posibilidad de la guerrilla apareció en su vida como un momento fundamental para demostrar su virilidad y su heroísmo, imbuido como estaba de la necesidad de realizar grandes obras.
Guevara es un héroe contemporáneo que se vio envuelto en aventuras extraordinarias y logró pasar del mundo privado del estudiante viajero, al mundo público del guerrillero revolucionario, que lucha por liberar un país de la tiranía. Participó como actor principal de una de las revoluciones claves del mundo americano durante el siglo veinte.
En sus diarios el Che proyecta sobre sí mismo, por momentos, una mirada escéptica y burlona, distanciada; observa el mundo con duda y desconfianza, aunque se muestra compasivo. Se ve como un incorregible y un Quijote, e intuye que esas pasiones que no sabe y no quiere controlar, porque son fuente de placer y de grandeza personal, lo llevarán a la derrota, a la locura o a la ruina. Este tono irónico, presente en sus diarios de viaje juveniles, y en las cartas privadas dirigidas a sus familiares y amigos, particularmente a su madre, fue menos frecuente en sus crónicas de guerra, dado su carácter ejemplar y combatiente, y la responsabilidad pública de su misión revolucionaria (Guevara Lynch, Aquí va un soldado de América 38-62).
 
II. Memorias de la guerra revolucionaria                    

            El Che comenzó a escribir los artículos que integran Pasajes de la guerra revolucionaria en 1959, y los publicó primero en las revistas Verde Olivo y Revolución. Luego de publicado el libro en 1963 escribió nuevos artículos sobre el tema de la guerra durante ese año y 1964. La edición póstuma, de 1977, intercala, con criterio cronológico, sus otros artículos publicados sobre la guerra de liberación cubana. Una edición de 2006, del Centro de Estudios Che Guevara, con prólogo de Aleida Guevara, su hija, separa los textos publicados en la edición de mayo de 1963, de los artículos sobre la guerra publicados con posterioridad a la edición, en 1963 y 1964. Presenta por primera vez una serie de correcciones que hiciera el Che al manuscrito de la edición de 1963, para el caso que el libro se volviera a publicar (Pasajes…2006:1). Dado que el Che concibió su obra como una memoria “abierta”, tomaré como base para mi trabajo la edición de 1977, por considerar que el criterio cronológico deja menos vacíos en la narración de los episodios y permite al lector seguir mejor la evolución de los sucesos.
            Pasajes de la guerra revolucionaria es un libro de memorias en el que Che quiere celebrar el triunfo de la revolución y afirmar su legitimidad, estimulando la fe del pueblo cubano en sus líderes. Describe el sacrificio de los dirigentes que participaron en la guerra y su costo humano. Considera que esas memorias no deben perderse porque son ejemplares y forman parte de la historia de Cuba y de América.
El Che es el narrador y un actor principal en las historias que cuenta. Los episodios fueron escritos a lo largo de varios años, y luego recopilados y varían en su carácter: algunos son anecdóticos y otros informativos, analíticos y típicamente políticos. Describe con bastantes detalles los primeros quince meses de actividad guerrillera, mientras que los últimos meses de la guerra aparecen resumidos. Da particular importancia a la etapa de formación y consolidación del núcleo guerrillero, y a su relación con la población campesina en la sierra en los comienzos, después del desastre de Alegría del Pío. Entre los personajes, el jefe guerrillero que tiene más autoridad es Fidel Castro, al que el Che describe como un líder carismático, sabio, altruista y casi infalible. Poco a poco Castro asignará al Che más responsabilidades militares, invistiéndolo gradualmente de poder. El Che pasará de médico de la expedición armada a combatiente, luego lo nombra miembro del Estado Mayor y, finalmente, Comandante de la segunda columna.
Fidel vio al Che como a su segundo, lo puso por encima incluso de su propio hermano Raúl. Posteriormente designó a Raúl, a Almeida y a Camilo Cienfuegos (este último era Capitán en la columna que mandaba Guevara) comandantes de otras columnas. En la campaña final en el llano el Che fue el principal líder militar. Triunfó en la batalla de Santa Clara, la victoria militar más importante del ejército guerrillero, y concluyó la guerra revolucionaria. El Che se ganó un sitial como uno de los héroes y salvadores de la nación moderna cubana. En la historia de América, su nombre se une al de aquellos soldados que, sin ser oriundos del país por el que luchaban, dedicaron sus mejores esfuerzos a liberar esa nación, entre ellos el General Máximo Gómez, en Cuba, de origen dominicano, y el Almirante William Brown, el marino irlandés que comandó la flota argentina durante las luchas independentistas. El guerrillero argentino además pagó una deuda histórica que tenían con Cuba los hispanoamericanos del continente, que toleraron que durante el siglo diecinueve la isla siguiese siendo colonia española, sin hacer mucho en su defensa, mientras el continente estaba liberado.
A lo largo de la narración el Che describe el heroísmo de sus combatientes y el valor de sus capitanes, entre los que sobresalen Camilo Cienfuegos, capaz y osado, y El Vaquerito, líder del Escuadrón suicida, muerto en la última batalla de la guerra. Critica a los oficiales y soldados del ejército de Batista, poco motivados para luchar por la defensa de un régimen corrupto y totalitario, entregado al imperialismo. Descubre a los traidores que se infiltraron en el ejército guerrillero, como Eutimio Guerra, que aceptó espiar para el régimen de Batista y se propuso asesinar a Fidel Castro. El mismo Guevara se encargó de ejecutar a Eutimio, después que éste fuera condenado a muerte por un tribunal guerrillero. La justicia sumaria guerrillera fue criticada por los gobiernos burgueses y liberales. Guevara y otros revolucionarios la consideraron necesaria para mantener el orden y defender la revolución. Después del triunfo comenzaron en 1959 los juicios de La Cabaña, presididos por el Che, contra los criminales de guerra, y se ejecutaron a varios cientos de condenados (Taibo II 360-63).[1]
Además de los traidores, el comando guerrillero persiguió a los bandidos y ladrones de la sierra, que, aprovechando la falta de autoridad policial, robaban y cometían tropelías contra los campesinos. En “Lucha contra el bandidaje” Guevara cuenta cómo capturan y ejecutan a varios bandidos peligrosos. En las descripciones de héroes y de villanos, Guevara analiza el contexto social que rodeó la vida de los personajes, haciendo notar el grado de responsabilidad individual. Tanto héroes, como bandidos y traidores, son hombres libres que caen por sus debilidades o triunfan por su amor al prójimo, su valor y su altruismo. A pesar de la crueldad de la guerra, en que se busca matar al enemigo, Guevara hizo lo posible por humanizar la lucha, no abandonaba a ningún compañero caído y asistía a los heridos del enemigo. Liberó a todos los soldados prisioneros, no se los maltrató ni se los torturó. Este trato difería totalmente del que los guerrilleros recibieron de parte del Ejército de Batista, que torturaba y mataba a los prisioneros, y a los campesinos que apoyaban a la guerrilla.
            Presenta en el relato a diversos personajes, comerciantes y campesinos, que ayudaban a los guerrilleros y les daban provisiones. Clodomira y Lidia, dos mujeres heroicas, espiaban para ellos y hacían de correo, poniendo en riesgo su vida. Analiza la conducta y las motivaciones de los hombres que amenazaban la revolución. Describe la conducta de los políticos que en Miami trataban de vender al Movimiento, incluso antes que éste triunfara, y la de los guerrilleros de otros grupos, como los del Segundo Frente del Escambray, que buscaban quitarle al 26 de Julio el liderazgo de la guerra, o impedirle operar en un determinado territorio (Pasajes...178). Guevara se identifica con los fines y las ideas del Movimiento 26 de Julio y de su líder Fidel. Considera al Movimiento el auténtico representante de los intereses del pueblo. Cree necesario que las otras tendencias y grupos políticos se subordinen a sus objetivos.
El Movimiento que lideraba Castro fundaba su legitimidad, durante la guerra, en la necesidad de luchar para restaurar la libertad a Cuba, que estaba en manos de un dictador. Los impulsaba el amor a la patria, y ese amor había que demostrarlo arriesgando todo por ella y ofrendando la propia vida si hacía falta. El ataque al cuartel Moncada había sido un acto temerario que había costado muchas vidas. La defensa de Castro ante sus jueces tomaba como ejemplo el sacrificio de los héroes y mártires del pasado por la libertad de la isla, fundamentalmente a José Martí, poeta y revolucionario (La historia me absolverá 53-127). Igualmente temeraria y arriesgada fue la invasión a Cuba del grupo de Castro en el viejo yate Granma. La planificación deficiente e improvisada llevó al desembarco desastroso, que culminó en la sorpresa de Alegría del Pío, en que el grupo de ochenta y dos combatientes fue diezmado y casi totalmente destruido, quedando reducidos a un pequeño grupo de doce hombres.
La historia del padecimiento de los guerrilleros comenzó antes del desembarco, durante la travesía, desde Tuxpan, México, en que sufrieron hambre y mareos durante siete días. Durante los tres primeros días en tierra tuvieron que ocultarse en ciénagas, para no ser avistados por la aviación enemiga. El mismo individuo que los guiaba en la marcha los traicionó y los llevó a una emboscada. Fueron sorprendidos en Alegría del Pío y ametrallados sin compasión. Fue el bautismo de fuego del Che, que tuvo que escoger entre llevar una mochila con medicamentos o una caja de balas en la huída. Escogió las balas, sellando con su elección su decisión de luchar por la causa con las armas en la mano, aceptando su deber de “soldado revolucionario” (Pasajes...6). Una ráfaga de metralla enemiga impactó en la caja de balas y una astilla saltó y le hirió el cuello. Creyó que estaba gravemente herido y a punto de morir. Vio como alrededor de él sus compañeros mal heridos expiraban. En ese momento recordó un cuento de Jack London, en que un personaje esperaba en Alaska la muerte por congelamiento (7). Quería morir con dignidad. Por suerte, la herida era superficial y, a diferencia de la mayoría de sus compañeros del Granma, logró salvar la vida.
            El Che recuerda la escena como algo grotesco. Ante el ataque, sus compañeros bisoños no sabían qué hacer. Uno dijo que había que rendirse, y Camilo gritó que allí no se rendía nadie (7). El grupo mantuvo su espíritu de lucha en medio del desastre. El Che cree que allí se inició la verdadera “forja de lo que sería el Ejército Rebelde” (7). El soldado tenía que hacerse en la guerra, y sólo la prueba de fuego daba una idea de la dimensión heroica del guerrillero. El Che se autocritica por su reacción ante el peligro: más que en la lucha futura, pensó en su muerte y sintió que había sido derrotado. El temor y el pesimismo eran inaceptables en un soldado revolucionario.
El próximo episodio, “A la deriva”, narra el dificultoso escape y el reagrupamiento de los sobrevivientes de la matanza de Alegría del Pío.[2] El Che sabía que podían ser sorprendidos en cualquier momento y los matarían. Se hacen una promesa, reafirmando la misión del grupo: luchar hasta la muerte (8). Esos compañeros que iban con él eran cuatro, y todos sobrevivieron a la guerra y pudieron ocupar puestos importantes en la revolución: Ramiro Valdés, Juan Almeida, Chao y Benítez.
La travesía de los días siguientes fue terrible. Sufrieron acosados por la sed. El Che trató de resolver los problemas que enfrentaba recurriendo a lo aprendido en sus lecturas. Recordó que había leído en una novela de aventuras que era posible mezclar agua dulce con agua de mar; hizo la prueba y comprendió que era mejor no confiar mucho en los novelistas: la mezcla era imbebible. Debilitados, alimentándose del azúcar de las cañas que chupaban, continuaron la marcha y encontraron a otro grupo pequeño en que estaba Camilo Cienfuegos. Caminaron por la costa padeciendo hambre y sed durante dos días. Unos marinos enemigos estuvieron a punto de sorprenderlos.
El grupo de guerrilleros llegó a las proximidades de una casa en que se celebraba una fiesta de “gente bien”, privilegiada: era una fiesta de oficiales del ejército de Batista. Continúan la marcha y llegan a la choza de un campesino pobre, que les ofrece su hospitalidad. Los campesinos se acercan a conocerlos, les traen comida y les hacen regalos. En esa lucha los lados estaban tomados: los revolucionarios y sus aliados del pueblo se enfrentaban a las fuerzas militares de la opresión.
La alianza con los campesinos será crucial para el desarrollo de la guerra, y condicionará la política futura del Movimiento. El Che percibió el potencial revolucionario del campesino, y reconoció la necesidad de atender sus reivindicaciones sociales, modificando el régimen de propiedad de la tierra, haciendo una reforma agraria. Los guajiros de la zona vivían en medio de una angustiante pobreza, mal nutridos, sufriendo enfermedades crónicas, sin escuelas ni servicios sociales. Estos campesinos les contaron que Fidel estaba vivo. Pocos días después se encuentran con el resto de los sobrevivientes, incluidos Fidel y Raúl Castro, Ciro Redondo y Faustino Pérez. Una vez logrado este reencuentro comienza la nueva etapa de la guerrilla. El capítulo se cierra con Fidel recriminándoles la pérdida de los armamentos: todo lo que el grupo del Che conservaba del equipo militar con el que habían salido de México eran dos pistolas. Según Fidel, al dejar las armas habían abandonado la “esperanza de sobrevivir” en caso de toparse con soldados. El Che no olvidará la lección: el éxito de la lucha depende en gran parte del armamento que se posee.
Una vez reunido el grupo con su jefe natural: Fidel, necesitaban hacer algo para cambiar su suerte. Debían atacar y vencer al enemigo, iniciar la lucha para buscar el triunfo. Planifican el primer combate, el de La Plata, que tiene lugar el 16 de enero. Guevara narra con delectación los pasos preliminares. Encuentran en el camino al mayoral Chicho Osorio, hombre cruel y temido en la región, al servicio de familias latifundistas (14). Chicho estaba borracho e improvisan una escena de comedia: Fidel se hace pasar por un coronel del Ejército, para sacarle información. Chicho cae en la trampa, se deja tomar prisionero y los guía al cuartel de La Plata. Allí disponen el ataque, contaban con sólo veintidós armas. Al comenzar la acción ejecutan a Chicho. Hieren y matan a varios soldados y vencen pronto. Ellos no sufren ninguna baja. A los heridos los curan, conducta militar ejemplar que los soldados de Batista no imitarían. Capturan varias armas y municiones, objetivo esencial en la lucha, ya que no contaban con proveedores de armamentos: tenían que apoderarse de las armas del enemigo para poder aumentar el número de sus combatientes.
Dejan el área para internarse en la sierra, y observan con dolor el éxodo de campesinos: los mayorales los habían asustado, diciéndoles que el ejército bombardearía la zona. Su verdadera intención era sacarlos de la tierra para robársela. Entienden que el campesinado no estaba listo aún para incorporarse a la lucha, y ellos tenían que crear esas condiciones si deseaban vencer. Concluye el capítulo diciendo que ésa había sido la única ocasión en que el Ejército Rebelde había tenido más armas que hombres. En el futuro eso cambiaría, al incorporarse nuevos reclutas y formar un ejército guerrillero más numeroso y mejor organizado (17).
El segundo combate tuvo lugar el 22 de enero en Arroyo del Infierno. Fue un ataque dirigido contra la vanguardia de la columna del Teniente Sánchez Mosquera. Sánchez Mosquera, en opinión del Che, era uno de los jefes más capaces del Ejército de Batista, pero también uno de los más sanguinarios, y no vacilaba en asesinar campesinos para intimidar a la población e impedir que apoyara a los insurgentes.
El Che intercala en su narración anécdotas personales. Cuenta con humor lo que sucedió cuando usó un casco de guerra, tomado a uno de los soldados de Batista y sus compañeros lo confundieron con un enemigo. Camilo disparó contra él, pero pronto se dio cuenta del error, evitando un incidente más grave. En ese combate el Che mató a su primer enemigo. Constata el hecho con cierta frialdad, como un mal necesario. Los guerrilleros ya habían alcanzado cierta veteranía: el Che controla sus emociones cuando le disparan, y mata como un deber de guerra, no se ensaña con el enemigo.
Su moral revolucionaria le dice que en esos momentos la guerra es inevitable. Su causa, la liberación de Cuba, es, en su opinión, justa. No cuestiona su legitimidad. Fiel a su espíritu analítico, el Che deriva lecciones de sus experiencias. Como buen observador y maestro de sí mismo, aprenderá a combatir y a mandar. Durante los dos años que dura la guerra revolucionaria se convierte en un excelente soldado. Liderará la ofensiva militar final contra el régimen y triunfará en la batalla de Santa Clara. Dominará los aspectos teóricos y técnicos de la guerra de guerrillas, sobre los que escribirá un valioso manual.
En el combate de Arroyo del Infierno el Che comprobó la importancia que tenía el “liquidar a las vanguardias”, limitando la movilidad del enemigo, ya que “...sin vanguardia no puede moverse un ejército” (20). Ese encuentro sirvió para levantar la moral de los guerrilleros, que habían perdido fe en la posibilidad del triunfo, después del desastre inicial de Alegría del Pío. En la lucha campeó la autoridad de Fidel: fue quien calculó cómo actuaría el Ejército, decidió tenderle una emboscada y disparó el primer tiro, dando comienzo a la acción. Fidel representa la unidad de mando y la firmeza de la guerrilla. El Che aparece como un ser falible, que comete torpezas, tiene ataques de asma que lo postran y necesita de la ayuda de sus compañeros para seguir. Fidel no se equivoca. En una ocasión el Che se opone a él y tiene que reconocer después que su jefe estaba en lo cierto (56).
             En el próximo episodio, “Ataque aéreo”, el Che muestra el peligro interno que amenazaba a la guerrilla: los desertores, los traidores y los soplones. Eran los individuos que vendían la revolución por dinero o ventajas personales que, para la moral del Che, era el crimen mayor que podía cometer un revolucionario.[3] Introduce al villano más importante del libro, el traidor Eutimio Guerra. Guerra espiaba para el enemigo y le habían ofrecido una suma de dinero para asesinar a Castro mientras éste dormía, lo cual estuvo muy cerca de concretar. Pasaba información al Ejército, que reprimía a los campesinos, quemaba sus campos y viviendas, y torturaba y asesinaba a muchos, sembrando el terror en la población civil.
El relato sobre Eutimio Guerra continúa durante los dos episodios siguientes: “Sorpresa de Altos de Espinosa” y “Fin de un traidor”. En “Sorpresa en Altos de Espinosa” el Che describe los problemas que tenían con la moral de combate y las deserciones que sufrían. La deserción era castigada con la pena de muerte, pero pocas veces lograban atrapar a los que se escapaban, aunque mandaban a guerrilleros a perseguirlos. El Che había iniciado una labor docente, dando “explicaciones de tipo cultural o político a la tropa”, tratando de elevar su moral y su sentido de la responsabilidad (26). Tomó como misión personal el enseñarle a leer a algunos guerrilleros “guajiros”, entre ellos a Julio Zenón Acosta.
Durante su campaña el Che convivió con el campesinado de la Sierra, que los apoyó con víveres y los protegió del enemigo. Numerosos jóvenes campesinos se incorporaron a la guerrilla como combatientes. Durante el año 1958, los líderes del Movimiento 26 de Julio pusieron en práctica en la zona liberada en la Sierra una reforma agraria básica, que profundizaron cuando tomaron el poder en toda la isla. El Che consideraba al campesino un aliado esencial de las luchas de liberación en el Tercer Mundo.  
El Che describe a Julio Zenón Acosta, un guajiro analfabeto de 45 años, como un ser bueno, fiel, honesto, dedicado a la revolución. Era “...el hombre incansable, conocedor de la zona, el que siempre ayudaba al compañero en desgracia” (27). Su bondad contrastaba con la maldad y el cinismo del espía traidor Eutimio Guerra, infiltrado en la guerrilla. Eutimio se burlaba de ellos: les decía que los iban a atacar aviones poco antes que los ametrallaran desde el aire, fingiendo que predecía el futuro, cuando la realidad era que él había delatado la posición de la guerrilla (28). Guevara hace responsable a Eutimio de la muerte de Julio Zenón Acosta, cuando el Ejército ataca una posición de la que estaban retirándose. Gracias a la astucia de Fidel se salvan casi todos, pero el guajiro Julio muere. Guevara anota, como epitafio: “El guajiro inculto, el guajiro analfabeto que había sabido comprender las tareas enormes que tendría la Revolución después del triunfo y que se estaba preparando desde las primeras letras para ello, no podría acabar su labor” (28).
Guevara junto con otros combatientes marcha hacia el llano, y van a la finca de un militante del Movimiento 26 de Julio, donde se lleva a cabo una reunión política entre los que luchaban en la Sierra y los que militaban en el Llano. Allí conocerá a tres importantes mujeres de la revolución, que tuvieron larga actuación política: Vilma Espín, Haydée Santamaría y Celia Sánchez. Esta última se incorporó poco después a la guerrilla en la Sierra. Fue la única oportunidad que tuvo el Che de ver a quien consideraba uno de los militantes más heroicos de la revolución: el dirigente de Santiago de Cuba Frank País. País, que luego fue apresado, torturado y asesinado por el Ejército de Batista, era símbolo de aquellos militantes que no pudieron ver el fin de la guerra, pero que de haber sobrevivido hubieran tenido un importante papel en el gobierno revolucionario. Los visita un periodista extranjero, Matthews, que los fotografía, dándoles la oportunidad de presentar a los guerrilleros del Movimiento a la opinión pública de otros países (31).
Poco después encuentran en poder del traidor Eutimio Guerra diferentes pruebas que demostraban que estaba colaborando con el Ejército enemigo, entre ellos un salvoconducto firmado por el Coronel Casillas, y lo apresan. El Che describe el momento dramático en que se lo condena a muerte. Eutimio muestra cierta dignidad y antes de morir pide que la revolución ayude a sus hijos. Sabemos que fue el mismo Che quien disparó el arma que lo ejecutó, aunque no lo dice directamente en la narración (Taibo II: 174). El Che explica que la revolución cumplió, y sus hijos iban en esos momentos a una buena escuela, y se les había cambiado el nombre, para que no los asociaran con el traidor. La ejecución de Eutimio quedó como un importante ejemplo de la justicia revolucionaria, y de cómo el dinero y la vanidad podían corromper a un ser humano.
            En el próximo pasaje el Che nos confiesa que el mes de febrero de 1957 fue para él “la etapa más penosa de la guerra” (33). Titula a este episodio “Días amargos”. Su salud había desmejorado y sufrió un ataque de asma tan grave que no pudo seguir avanzando con la columna. Tuvo que ocultarse en la sierra durante varios días, ayudado por un compañero. Enviaron a un campesino a la ciudad a buscar adrenalina, sin saber si regresaría (35). Finalmente éste volvió, lograron evadir el cerco que les había tendido el enemigo y fueron a la casa de Epifanio Díaz, donde se reencontraron con los otros.
            Esperaban que Frank País, el dirigente de Santiago, les enviara cincuenta nuevos reclutas. Cuando estos llegaron, el Che notó la diferencia entre éstos, inexpertos, y los veteranos, que se habían transformado, en pocos meses, en avezados y agresivos luchadores. Los jefes del grupo venido de Santiago tienen roces con los combatientes de la Sierra (39). Al informarle el Che del problema a Fidel, éste lo criticó por no haber impuesto su autoridad. Castro organizó a los nuevos, asignándoles capitanes que restablecieran la disciplina. Quería dar a los bisoños su bautismo de fuego. Ese combate tuvo lugar el 27 de mayo en El Ubero, y fue una de las acciones más sangrientas en que participó la guerrilla.
            Dedicaron marzo y abril a entrenar a los nuevos guerrilleros. Se les incorporan en esos días tres jóvenes norteamericanos, que vivían en la Base Naval de Guantánamo con sus padres, y se escaparon para incorporarse a la guerrilla. El hecho tuvo repercusión internacional y concluyó cuando los jóvenes regresaron con el periodista Bob Taber, que había ido a la sierra a entrevistar a los dirigentes del 26 de Julio. Bob Taber llegó el día 23 de abril, acompañado de Celia Sánchez y Haydée Santamaría y otros compañeros del llano. Subieron todos al pico más alto de la Sierra, el Turquino. Durante la travesía Taber observó la simpatía que manifestaban los campesinos hacia los guerrilleros.
Este capítulo, que tituló “Adquiriendo el temple”, tiene también su momento risueño: comen carne de caballo y se muestran compungidos y culposos, como si estuvieran cometiendo “un acto de canibalismo”, mientras mastican “al viejo amigo del hombre” (43). Fidel tiene un gesto paternal con el Che y le da una hamaca de lona, un bien que para ellos era casi un lujo, para protegerlo de los ataques de asma. En esos momentos se incorporó a la guerrilla uno de los combatientes más destacados y valientes, el Vaquerito, por quien el Che sentía una simpatía especial, y al que designó, una vez nombrado Comandante, Capitán del Pelotón Suicida. El Che describe al Vaquerito como un personaje memorable: se trata de un joven fantasioso, que luego exhibiría una “forma extraña y novelesca….de afrontar el peligro” (46). El Vaquerito morirá en combate un día antes de la caída de Santa Clara, después de haber luchado junto al Che durante casi toda la guerra revolucionaria. Era osado y valiente, le gustaba hablar de su vida y contar sus hazañas, exagerando y divirtiendo a sus oyentes con su humor y sus mentiras. Era muy bajo y tenía unos pies tan pequeños que al llegar al campamento no encontraron calzado para él. Celia Sánchez le regaló sus propias botas mexicanas. Usaba un sombrero guajiro y lo bautizaron con sorna el Vaquerito. Esta anécdota es un homenaje de reconocimiento al soldado revolucionario y a su valor, y muestra la ternura del jefe Guevara hacia sus combatientes. El Vaquerito era casi un niño-hombre, un David, que se enfrentaba sin miedo a un enemigo superior, derrotándolo a fuerza de coraje.
            Los veteranos del Granma sometían a los reclutas a marchas agotadoras en las sierras para endurecerlos, enseñarles a dominar el cansancio y el hambre, y mantener la moral revolucionaria. Debían creer en su capacidad de vencer al enemigo, a pesar de ser éste superior en número y calidad de armamentos. El ejército guerrillero necesitaba tomar armas del enemigo y las acciones iban dirigidas a sorprender a las vanguardias, ponerlas fuera de combate, quitarles las armas y municiones, y escapar antes de que llegara el grueso de la columna. Estas operaciones intimidaban al enemigo y tenían gran efecto sicológico, contribuyendo a crear el mito del poder del ejército guerrillero y su invencibilidad.
Los guerrilleros empezaron a controlar mejor el territorio en que operaban. Tenían buenas relaciones con la población local. El Che ayudaba a la gente humilde de la zona, les daba asistencia médica, aunque no tenía muchos medicamentos a su alcance. Observa el estado de abandono y desnutrición del campesinado, y comprende que es necesario  hacer una reforma al régimen de propiedad en el campo. Dice el Che: “…las gentes de la Sierra brotan silvestres y sin cuidado y se desgastan rápidamente, en un trajín sin recompensa. Allí, en esos trabajos empezaba a hacerse carne en nosotros la conciencia de la necesidad de un cambio definitivo en la vida del pueblo. La idea de la reforma agraria se hizo nítida y la comunión con el pueblo dejó de ser teoría para convertirse en parte definitiva de nuestro ser” (49). En un principio el núcleo de la guerrilla había estado formado por jóvenes militantes urbanos, pero en esos momentos el grueso del ejército guerrillero era de campesinos que se habían incorporado a sus filas, como el caso del Vaquerito. Los guajiros demostraban ser estupendos soldados, que lo daban todo a cambio de muy poco; perfectamente adaptados a los trabajos y penurias de la vida en las sierras, su única ambición era ser un día dueños de su tierra, y por eso el 26 de Julio se propuso brindarles ese derecho.
El ejército guerrillero tuvo que luchar durante varios meses más contra las delaciones y las deserciones, porque aún no se había logrado formar una férrea moral revolucionaria. Empiezan a recibir algunos armamentos de los grupos políticos simpatizantes de las ciudades. Fidel manejó la situación con eclecticismo y habilidad, aceptando la ayuda sin hacer promesas ni comprometerse. Entre los nuevos compañeros que se incorporan hay dos que el Che destaca y valora: Crucito, el poeta campesino, que componía décimas de memoria, alegrando la vida del grupo en la sierra, y mantenía verdaderas “payadas” con uno de los hombres de la ciudad; y un chico de quince años, Joel Iglesias, que entró como mensajero y, por su inteligencia y coraje, el Che elevó después a combatiente y lo hizo jefe de un pelotón en su columna, dirigiendo a hombres que eran mucho mayores que él, pero lo respetaban por su liderazgo natural. Una vez terminada la guerra revolucionaria Joel pasó a ser Comandante del Ejército Rebelde (54).
Fidel, en contra del criterio del Che, que luego reconoció su equivocación, decidió atacar el cuartel de El Uvero, mejor defendido, para escalar las operaciones militares en la Sierra, demostrando el poder de fuego de la guerrilla. Fidel fue el encargado de iniciar la acción con el primer disparo. La lucha, que creyeron iba a durar pocos minutos, se transformó en un cruento combate, en que tuvieron que pelear a pecho descubierto por más de dos horas. Ellos tuvieron 6 muertos y varios heridos, y el enemigo 14 muertos y varios heridos; combatieron en total más de 130 hombres. Para el Che fue “…la victoria que marcó la mayoría de edad de nuestra guerrilla. A partir de ese combate, nuestra moral se acrecentó enormemente…” (61). Habían demostrado al enemigo que podían tomar y reducir los cuarteles, y éste tuvo que retirarse y dejar las sierras en manos de los guerrilleros. Así pudieron dominar el territorio cómodamente, establecer mejores comunicaciones, crear una base sedentaria de operaciones y regularizar los abastecimientos de comida, medicinas y hasta armas, que empezaron a llegar en mayor cantidad.
El Che volvió a servir a sus compañeros como médico, atendiendo a los heridos y moribundos. En el episodio “Cuidando heridos” describe el sacrificio que significó para él y sus ayudantes cuidar de los heridos en las condiciones en que estaban. Se veían obligados a ocultarlos de los enemigos mientras se restablecían, transportándolos en hamacas por los difíciles y casi intransitables senderos de las montañas. El Che destaca el heroísmo de sus ayudantes, extrayendo de este ejemplo la siguiente conclusión moral: “De muchos esfuerzos sinceros de hombres simples está hecho el edificio revolucionario, nuestra misión es desarrollar lo bueno, lo noble de cada uno y convertir todo hombre en un revolucionario…Los que hoy vemos sus realizaciones tenemos la obligación de pensar en los que quedaron en el camino y trabajar para que en el futuro sean menos los rezagados” (67-8). El trabajo esforzado del médico Guevara y sus combatientes “enfermeros” es una contribución silenciosa que sienta las bases de la moral revolucionaria, que llevará a la transformación de la sociedad y a la creación del “hombre nuevo”.
Curar a los heridos del ataque de El Uvero y esperar a que se restablezcan les tomó todo el mes de junio del 57. Aunque el Che no desatendió la misión humanitaria que le encomendó Fidel, aprovechó la oportunidad para demostrar su liderazgo y capacidad de mando: simultáneamente con el cuidado de los heridos, comenzó a adiestrar a un grupo de simpatizantes campesinos que se le acercaron, hasta reunir un total de cerca de 40 personas, entre combatientes y nuevos reclutas. Mientras los instruía militarmente, luchaba contra la indisciplina y las deserciones, que amenazaban la cohesión del grupo. A medida que se reponían los combatientes, iban asumiendo sus responsabilidades militares y daban más movilidad al grupo. El Che mejoró las comunicaciones y mantuvo una red de informantes que le dejaban saber de los peligros y protegían a su grupo. Fidel premió poco después este buen desempeño, y al dividir en dos la columna guerrillera, que se estaba haciendo demasiado numerosa, lo nombró su primer comandante.
            Ya para el mes de julio de 1957, Fidel Castro había logrado establecer una suerte de “territorio libre” en la sierra, en el que el ejército procuraba no entrar. Tenía tropas bastante disciplinadas, con buena moral de combate, más y mejores armas y apoyo creciente de la población local. Esto hizo que varios políticos se acercaran al Movimiento, tratando de influir en ellos, previendo la inexperiencia política de los jóvenes guerrilleros. Guevara temía “una traición” y tituló al episodio que describe lo que pasó: “Se gesta una traición”. Entre los políticos que fueron a la sierra a parlamentar con Fidel estaban Raúl Chibás, del Partido Ortodoxo, y Felipe Pazos, que había sido presidente del Banco Central bajo el gobierno de Prío Socarrás, derrocado por Batista en 1952. El Che manifiesta su desacuerdo con este tipo de arreglos, y considera a estos políticos oportunistas peligrosos que tratan de medrar en la situación y sacar provecho de la lucha guerrillera. Pazos aspiraba a ser Presidente del gobierno provisional que se formara luego del triunfo definitivo de la guerrilla (77).
Castro trataba al Che como a su hombre de confianza, y le explicó que si discutía con esos políticos era para concertar un programa de puntos mínimos, que pusiera en claro que el Movimiento no dejaría el poder en manos de ninguna junta militar temporal. Deseaba además sentar las bases de una reforma agraria, acordar la liberación de los presos políticos, demandar libertad de prensa y programar el proceso acelerado de industrialización (76). Guevara cree que el Manifiesto resultante firmado tenía aspectos positivos y acepta la política acuerdista de Fidel. Los políticos burgueses  viajaron luego a Miami para tratar de ampliar el acuerdo. Guevara pensaba que habían ido más bien a buscar su propio beneficio, y el acuerdo no prosperó. Fidel reaccionó con indignación al conocer el Pacto de Miami, y afirmó su propia jefatura política ante el oportunismo de los políticos burgueses. El Che consideró que lo que había frenado la ofensiva burguesa y su intento de apoderarse de la dirección política del Movimiento fue el temor que éstos sintieron al ver en la Sierra al pueblo en armas; dice: “Lo que no calcularon es que los golpes políticos tienen el alcance que permita el contrario, en este caso, las armas del pueblo. La rápida acción de nuestro jefe, con la confianza puesta en el Ejército Guerrillero, impidió que la traición prosperara y su encendida réplica de meses después, cuando se conoció el resultado del pacto de Miami, paralizó al enemigo” (78).
El Che salió fortalecido de esta situación. Era consciente de su talento como líder militar, y Fidel lo nombró Comandante de la segunda columna guerrillera. El Che considera este momento el más importante de su vida. Durante el año y medio que duraría aún la guerra, se convertirá en su Comandante más destacado, y el jefe militar que finalmente derrotará al ejército de Batista en la batalla de Santa Clara, signando así la caída y huída del dictador de Cuba y el triunfo definitivo de la ofensiva guerrillera. Dice el Che: “La dosis de vanidad que todos tenemos dentro, hizo que me sintiera el hombre más orgulloso de la tierra ese día. El símbolo de mi nombramiento, una pequeña estrella, me fue dado por Celia junto con uno de los relojes de pulsera que habían encargado a Manzanillo” (79). Esa estrella en su boina vasca sería el símbolo que identificaría al Che en el futuro en muchos de sus retratos. Fidel le dio entonces libertad para iniciar sus propias acciones militares y le encomendó una difícil y arriesgada misión, como todas las que asignaría a Guevara: tender un cerco a Sánchez Mosquera, el oficial enemigo más peligroso, y sorprenderlo. Ante ese desafío el Che empezó a elucubrar hazañas.
En el episodio “El ataque a Bueycito” nos encontramos ante una nueva realidad: el Che transformado en Comandante. De ahí en adelante decidirá según su propio criterio. Trata de inculcar una fuerte moral de combate en su columna. Un guerrillero mata a otro que le había propuesto desertar, y el Che aprovecha la situación para darles una lección. Hace desfilar a todo el grupo frente al cadáver del desertor, aleccionándolo sobre las responsabilidades del guerrillero, que nunca debe abandonar su puesto de combate.
En el ataque a Bueycito se le trabó el fusil ametralladora y casi pierde la vida ante un enemigo. Confiesa que tuvo que correr, sin ningún honor, para salvarse (83). Se muestra como un ser falible, que no teme admitir sus debilidades y constantemente se esfuerza por mejorar. Tomaron el cuartel de Bueycito con éxito y procedieron a repartir entre los combatientes el botín de armas que capturaron. El Che hizo varios ascensos después del combate y licenció a aquellos hombres cuya moral revolucionaria no estuvo a la altura de las circunstancias. Poco después se enteraron de la muerte del gran líder político del Llano Frank País, asesinado por la dictadura. Al conocer el asesinato el pueblo de Santiago se lanzó a las calles en una huelga espontánea. El Che comenta con lucidez: “Con Frank País perdimos uno de los más valiosos luchadores, pero la reacción ante su asesinato demostró que nuevas fuerzas se incorporaban a la lucha y que crecía el espíritu combativo del pueblo” (85).
El ataque siguiente que llevó a cabo la columna del Che fue el de El Hombrito. Allí lograron detener a una columna mandada por Merob Sosa, impidiéndole su acceso a la sierra. El Che disparó sobre la vanguardia del pelotón enemigo. En cada combate, señala el Che, el grupo iba aprendiendo. Concluye: “Este combate nos señalaba lo fácil que era, en determinadas circunstancias, atacar columnas enemigas en marcha y, además, nacía en nosotros la certidumbre de la bondad táctica de tirar siempre sobre la cabeza de la tropa en marcha para tratar de matar el primero…logrando así que todos buscaran no ir adelante y se llegara a inmovilizar la fuerza enemiga” (89). Con el tiempo esta táctica dio buenos resultados, el enemigo terminó por dejarles bajo su control el territorio de la Sierra y ya no se atrevían a entrar en ella.
En el próximo episodio, “Pino del Agua”, el Che se acusa de otra falta: fue demasiado “blando” con un soldado enemigo capturado, y éste les causó un gran daño. Debía ser en el futuro más estricto en su trato al enemigo, para defender la revolución. El Che le había pedido al soldado Baró, capturado, que denunciara al régimen de Batista en una embajada extranjera, en la que pediría asilo, a cambio de ayudarlo a visitar a su madre que, según el soldado, estaba enferma (91). Baró lo engañó y el Ejército asesinó a los cuatro guerrilleros que lo acompañaban. Colaboró con Sánchez Mosquera, denunciando a los campesinos que ayudaban a la guerrilla. Aquél desató el terror contra la población local. El Che se autoacusa de debilidad, o sentimentalismo,  explicando cómo debe comportarse un guerrillero para defender a sus compañeros, sin poner en riesgo la vida de los demás y el triunfo de los objetivos de la revolución.
En el combate de Pino del Agua la columna del Che emboscó unos camiones del enemigo que venían por la sierra. Ante un incidente ocurrido en el ataque, hace reflexiones sobre la conducta del combatiente durante la guerra. Uno de los guerrilleros remató a un soldado enemigo herido, y el Che se lo recriminó, insistiendo que los guerrilleros jamás debían matar a un enemigo herido (94). Al oír esto otro soldado oculto se entregó, y le decía a los guerrilleros que no lo mataran, porque “el Che, dice que no se matan los prisioneros” (95). El Che demuestra su carácter compasivo, y su adherencia a normas humanitarias de lucha. Al final del episodio, como era su costumbre, hace un autoanálisis crítico, observando que su columna guerrillera se había retirado con bastante desorden. Concluye: “Todo esto indicaba la necesidad imperiosa de mejorar la preparación combativa y la disciplina de nuestra tropa…” (96).
Los próximos episodios, hasta llegar al combate de Mar Verde contra Sánchez Mosquera, a fines de noviembre de 1957, describen la campaña de moralización que lleva a cabo el Che en su propia columna, y la lucha contra el bandidaje de la sierra. El Che las considera fundamentales para mantener la moral revolucionaria, y mostrar la diferencia entre la actitud del ejército revolucionario del pueblo, y la de los bandidos locales, que trataban de robar a los campesinos, aprovechando la falta de policía y la anarquía que reinaba en la sierra.
El Che formó una Comisión de Disciplina que juzgaba y ajusticiaba a desertores, y a “chivatos” que delataban a los guerrilleros. Se  produjo un incidente grave cuando uno de los miembros de este Comité de Disciplina, en su rigor, mató por accidente a un guerrillero, al que iba a golpear en la cabeza con su pistola. Ante la ira del grupo, el Che procedió a juzgar al culpable, un excelente combatiente, el Capitán Lalo Sardiñas. Comenzó un extenso debate y, si bien no pudo impedir el castigo, Guevara logró, después de una votación, que se le conmutara la pena de muerte por la pena de degradación.
Fidel, después del incidente, le dio en reemplazo a quien sería el mejor capitán del Che, luego elevado a Comandante: Camilo Cienfuegos. Camilo había sido parte del grupo original que llegara con el Granma, y se transformó en gran amigo personal del Che. Terminará con él la campaña de Las Villas, para morir luego del triunfo de la revolución, en un accidente aéreo nunca aclarado definitivamente. El Che le dedicará a su amigo póstumamente su libro Guerra de guerrillas, diciendo que lo que mató a Camilo fue su propio valor, su espíritu temerario (como el del mismo Che). Dice el Che en la dedicatoria: “Todas estas líneas y las que siguen pueden considerarse como un homenaje del Ejército Rebelde a su gran Capitán, al más grande jefe de guerrillas que dio esta revolución, al revolucionario sin tacha y al amigo fraterno” (Guerra de guerrillas 7). Con Camilo el Che pudo reforzar y darle movilidad a su columna y hacerla prácticamente invencible para el Ejército de Batista. Si bien la cooperación entre los dos demostraba la flexibilidad y el liderazgo en combate del Che, fue resultado directo de la sagacidad táctica y política de Fidel, que sabía rodearse de los hombres necesarios para la lucha, y darles libertad y confianza para llevar a cabo su cometido. Podemos decir que Camilo fue para el Che lo que el Che era para Fidel: su hombre clave y su mejor combatiente.
El Che fomentaba la disciplina y organizó actividades típicas de una etapa más sedentaria de la guerrilla. Estableció una presencia “policial” en la zona y reprimió al bandidaje. Juzgaron y ajusticiaron a un combatiente con poca conciencia revolucionaria, que amenazaba con denunciarlos al enemigo, Arístidio. Guevara explica que quizá el campesino no había cometido una falta que justificara la pena máxima, pero que la justicia revolucionaria era tal, que debía ser un ejemplo para los demás y marcar una conducta a seguir para todos (103). Luego persiguen a una banda de salteadores que asolaba la región, la del Chino Chang. Che mandó a Camilo a apresar a varios de los ladrones. Sólo condenan a muerte al Chino Chang y a un violador, y hacen un simulacro de fusilamiento con otros tres. Estos luego son incorporados al ejército guerrillero como combatientes, y actuaron con valor durante la campaña (104).
El Che dice que no podían aplicar otras penas: “Podrá parecer ahora un sistema bárbaro este empleado por primera vez en la Sierra, sólo que no había ninguna sanción posible para aquellos hombres a los que se les podía salvar la vida, pero que tenían una serie de faltas bastante graves en su haber” (104). El momento exigía “poner mano dura y dar un castigo ejemplar para frenar todo intento de indisciplina y liquidar los elementos de anarquía…” (105). El  Che admite que algunos de estos hombres eran probablemente rescatables, no del todo malos, y que se habían dejado llevar a esa situación de bandidaje por indisciplina e individualismo, por egoísmo, y varios murieron vivando la revolución. El objetivo de estos castigos, para el Che, era que “…se comprendiera la necesidad de hacer de nuestra Revolución un hecho puro y no contaminarlo con los bandidajes a que nos tenían acostumbrados los hombres de Batista” (105). A fines de octubre regresaron a El Hombrito, una zona bien defendida por ellos, donde empezaron a publicar un periódico que tuvo varios números, El Cubano Libre, redactado por dos estudiantes que habían llegado de La Habana.
La versión de Pasajes… de 1977, inserta en esta parte un episodio que no aparecía en la primera edición de la obra de 1963. Se trata de una anécdota significativa que ilustra el carácter tierno y sentimental del Che, así como la moral de hierro que lo guiaba en sus conductas, haciéndolo aceptar cualquier sacrificio en defensa de la revolución. El Che tenía gran afición por los perros, y habían adoptado un cachorrito como mascota de la columna; Sánchez Mosquera entró con sus hombres hasta cerca de la posición que ocupaban ellos para atacarlos, y mientras escapaban del cerco que les habían tendido, el perrito empezó a llorar. Temiendo que los descubrieran el Che ordenó a un guerrillero que lo ahorcara, ante la consternación del grupo, que sentía un hondo afecto hacia la mascota. Esa noche, al regresar al campamento, los duros guerrilleros se enternecieron cuando vino el perro de la casa vecina de un campesino a buscar un hueso. En los ojos del perro vieron la mirada del cachorro asesinado y se sintieron culpables. Aquel perrito que habían tenido que matar para no poner en riesgo la vida de los soldados era un símbolo de toda la inocencia sacrificada que quedaba en el camino de la revolución.
Sánchez Mosquera era el oficial del Ejército enemigo más hábil con el que tenía que enfrentarse la columna del Che en los combates de la Sierra Maestra. El sueño del Che era cercarlo y vencerlo, cosa que nunca logró hacer en la medida de su deseo. Temía que Sánchez Mosquera los sorprendiera y los atacara en el campamento de El Hombrito, su base de operaciones, sin darles la oportunidad de defenderse y escapar. Sánchez Mosquera era una especie de zorro cruel, que aterrorizaba a los campesinos y se metía en el territorio que tenía que defender el Che. Combatieron contra él en Mar Verde y en Altos de Conrado. En esas acciones el Che perdió valiosos soldados de su columna. En Mar Verde puso un cerco a Sánchez Mosquera, con la ayuda de Camilo Cienfuegos. El Teniente Joel Iglesias, un valiente adolescente protegido por el Che, fue herido en el combate, y el Capitán Ciro Redondo, uno de los más importantes combatientes que había llegado en el Granma, perdió la vida. Después de este fracaso el Che regresó al campamento de El Hombrito para atender a los heridos. Tuvieron que replegarse ante la agresividad de Sánchez Mosquera, que subía a la Sierra para atacarlos. Al Che le dieron un balazo en el pie durante el combate. Sánchez Mosquera logró finalmente entrar en el campamento de El Hombrito y lo destruyó, pero los guerrilleros escaparon.
Para ese entonces ya se había cumplido un año de lucha armada en la Sierra. El balance era extremadamente positivo para los guerrilleros. A fin de año las tropas enemigas empezaron a retirarse de la Sierra. Se habían formado dos nuevas columnas, una al mando de Raúl Castro, hermano menor de Fidel, y la otra comandada por  Almeida. A pesar de los camaradas perdidos en los combates, de la represión de Batista en las ciudades, y de la muerte de Frank País, la combatividad había aumentado durante el primer año de lucha. Recibían cada vez más apoyo. En mayo salió una expedición desde Miami en el yate Corinthia para reforzar al grupo de la sierra. El Ejército la atacó y mató a su jefe, Calixto Sánchez. Otro grupo político, el Directorio Estudiantil, comenzó a combatir en la Sierra del Escambray. En septiembre de 1957 la Base Naval de Cienfuegos se alzó contra Batista, pero fueron reprimidos.
Dice el Che: “Al finalizar este primer año de lucha, el panorama era de un alzamiento general en todo el territorio nacional. Se sucedían los sabotajes…Nuestra situación militar se consolidaba y era amplio el territorio que ocupábamos” (122-3). Habían logrado incorporar una buena cantidad de reclutas, contaban con más armas, tenían comunicaciones aceptables, provisiones adecuadas de comida y medicamentos, varios médicos se habían unido a la guerrilla para atender a los heridos, habían creado talleres para el abastecimiento y la reparación de armamentos, y tenían una planta transmisora de radio, con un alcance cada vez mayor.
Varios grupos políticos, en los que se habían infiltrado agentes de Batista, se acercaron a Fidel. Este manejaba esas relaciones con sentido práctico. El Movimiento 26 de Julio albergaba en su seno dos tendencias, que competían por el liderazgo, la de la Sierra y la del Llano (127). Fidel  mantuvo la unidad del Movimiento y formó un frente amplio de lucha. El 14 de diciembre envió una carta a todas las organizaciones revolucionarias, que el Che transcribe, llamándolas a la unión. Argumenta contra cualquier corriente que pudiera tener la intención de poner provisoriamente el gobierno en manos de una junta militar interina cuando llegara el triunfo. Sostiene que se regirán  por la Constitución de 1940 y disolverán el Tribunal Supremo de Justicia, que estaba al servicio de la dictadura.  Propone como Presidente del futuro Gobierno Provisional al Magistrado de la Audiencia de Oriente, Dr. Urrutia, por su honestidad. Fidel reitera su compromiso con su pueblo, y su intención de luchar hasta la victoria o la muerte.
            En febrero de 1958 Fidel decidió atacar al enemigo para demostrar la capacidad combativa de sus fuerzas. Elige asaltar otra vez Pino del Agua, que estaba ocupado por el Ejército. Se propuso cercar a la compañía allí estacionada y liquidar sus postas. El armamento guerrillero era ya más sofisticado, y tenían minas y bombas caseras. Provocaron un buen número de bajas al enemigo, a pesar que luchaban bajo el ataque de la aviación. Ante el éxito de la ofensiva general, Fidel pidió al Che que no luchara más en primera línea, que no se arriesgara tanto. Los oficiales del ejército rebelde le escribieron una carta a Fidel solicitándole que en el futuro derivara sus responsabilidades de combate en ellos (147). Estaban conscientes de que poco a poco iban ganando la guerra insurreccional, y señalaban a los hombres que veían con más condiciones para ocupar puestos políticos importantes luego del triunfo revolucionario. Les piden que se arriesguen menos en los combates, con el fin de preservar un núcleo político dirigente.
A partir de este momento los análisis del Che abarcan períodos más extensos de tiempo. La edición original que publicó en 1963 llegaba solamente hasta el combate de El Hombrito, el 29 de agosto de 1957; los otros episodios fueron incorporados a la edición siguiente del libro, luego de su muerte. La descripción de la guerra revolucionaria durante el año 1958 no se concentra tanto en anécdotas individuales. Narra a grandes rasgos, resumiendo, los combates, particularmente la campaña del Llano, la marcha a Las Villas y la toma de Santa Clara. Se detiene en el análisis del proceso político, cada vez más intenso, que se va desatando, como resultado del éxito de la lucha armada, entre las organizaciones políticas que aspiran a ocupar un espacio de poder cuando caiga la dictadura.
En la isla se fue desarrollando un proceso de insurrección popular cada vez más intenso. Los guerrilleros decidieron llamar a una huelga general en las ciudades en abril de 1958, pero la mayoría de los trabajadores no la acató. Ante ese fracaso Batista procuró sacar ventaja de la situación. Decidió hacer una gran ofensiva militar para derrotar a los guerrilleros en la Sierra Maestra. Esta ofensiva se inició el 25 de mayo con más de diez mil hombres del Ejército, apoyados por tanques y la aviación, y duró dos meses y medio.
En abril tuvo el Che un enfrentamiento militar comprometido con su enemigo Sánchez Mosquera. Este logró aislarlo de su columna y sus hombres le empezaron a tirar mientras subían la loma hacia donde él se encontraba. Sufrió un ataque de asma y tuvo que ocultarse. Ese día sintió vergüenza de sí mismo, se sintió cobarde (152). Poco después, en preparación de la ofensiva a Oriente, Fidel le encomendó al Che que se hiciera cargo de la Escuela de Reclutas, y lo retiró del comando de la columna temporalmente.
            Poco antes de la ofensiva del Ejército de Batista a fines de mayo, tuvo lugar una importante reunión política en la Sierra, en la que participaron representantes de los dos principales sectores del Movimiento 26 de Julio. El objetivo de esa reunión era unir al Movimiento bajo una sola dirección. Los dirigentes de la Sierra censuraron a los del Llano y los culparon del fracaso de la huelga general. Fidel salió fortalecido de la disputa, y quedó como dirigente máximo del Movimiento y como Comandante en Jefe, tanto de la Sierra como del Llano. La dirección política del Movimiento 26 de julio pasó a la Sierra. Los dirigentes de la ciudad fueron integrados a la guerrilla de la Sierra como combatientes. Fidel fue designado Secretario General del Movimiento. Coordinaba su política en todo el territorio y era el encargado de las relaciones con la comunidad cubana exiliada en Estados Unidos y en Venezuela.
            El Ejército de Batista fracasó en su ofensiva militar, a pesar de su superioridad numérica y de armamento. Enfrentado a una guerrilla políticamente unificada, con buena moral de combate, no logró sacarla de su territorio. Todos los intentos de penetrar en la sierra chocaron con la resistencia de una guerrilla veterana, que sabía cómo emboscar a las columnas, destruir las vanguardias, quitarles el armamento y huir. La continua pérdida de combatientes minó la moral del Ejército y tuvo que retirarse de la Sierra, después de haber perdido gran cantidad de hombres, sin alcanzar su objetivo.
            Ante el fracaso del enemigo, el comando guerrillero se planteó la posibilidad inmediata de un contraataque. Planeó una ofensiva general para derrotar a Batista y derrocarlo. Esto lo narra el Che en el episodio incluido en la edición de 1977, que era la segunda parte de un artículo publicado originalmente en la revista O Cruceiro, en julio de 1959, bajo el título “Una revolución que comienza”. Este texto cubría la laguna temporal que dejaba la primera edición. El último artículo que escribió el Che sobre la guerra revolucionaria cubana, “Una reunión decisiva”, apareció en la revista Verde Olivo, el 22 de noviembre de 1964. En 1965, marchó a su misión militar en el Congo y ya no continuó escribiendo sobre el tema.
            Luego de rechazar la ofensiva del Ejército Nacional de Batista, Fidel se trazó nuevos objetivos. Dice el Che: “La lucha debía continuar. Se estableció entonces la estrategia final, atacando por tres puntos: Santiago de Cuba, sometido a un cerco elástico; Las Villas, adonde debía marchar yo, y Pinar del Río, en el otro extremo de la Isla, adonde debía marchar Camilo Cienfuegos…” (160). Santiago, donde operarían Fidel y su hermano Raúl, era provincia vecina a la Sierra Maestra. Al Che y a Camilo les correspondía marchar hacia el oeste, cortar las comunicaciones entre el oriente y el occidente de la isla, y atacar puntos estratégicos. Fueron los que tuvieron más responsabilidad militar en la ofensiva final. El gobierno de Batista cae cuando el Che toma la ciudad de Santa Clara. Camilo no llega a luchar en Pinar del Río, sino que acompaña la ofensiva del Che en la provincia de Las Villas. Fidel había pedido al Che que en su marcha contactara a los otros grupos políticos revolucionarios para asegurarse su apoyo. Quería que esos grupos se subordinaran al 26 de Julio, y ordenó al Che que actuara en esa zona como un verdadero gobernador militar.
            La marcha del Che a Las Villas, al frente de una columna de menos de 150 hombres, para emprender una guerra abierta contra el Ejército Nacional, marca el momento épico más heroico de la guerra, dado el riesgo que implicaba el atacar en la llanura a un enemigo mejor armado y más numeroso. El Che no pudo disponer de vehículos para transportar a sus hombres varios cientos de kilómetros por la isla, tuvieron que marchar por las noches durante varias semanas por áreas pantanosas, para no ser blanco de los ataques de los aviones, que los bombardeaban y ametrallaban continuamente, y para evitar que la infantería lograra cercarlos. El padecimiento físico del ejército guerrillero en esas circunstancias fue enorme; dice el Che: “Caminábamos por difíciles terrenos anegados, sufriendo el ataque de plagas de mosquitos que hacían insoportables las horas de descanso; comiendo poco y mal, bebiendo agua de ríos pantanosos o simplemente de pantanos. Nuestras jornadas empezaron a dilatarse y a hacerse verdaderamente horribles” (161). Muchos de los hombres iban descalzos. Durante la marcha recibieron apoyo de los campesinos.
Al divisar el macizo montañoso de Las Villas los guerrilleros se sintieron llenos de optimismo, ya que estaban acostumbrados a combatir en la montaña, era su territorio familiar. Debían atacar los poblados de la Sierra del Escambray, para paralizar la farsa electoral que estaba organizando el gobierno de Batista en contra de los insurgentes. En el Escambray el Che trató de mantener unidos a los grupos políticos que operaban allí: el Segundo Frente Nacional del Escambray, el Directorio Revolucionario, la Organización Auténtica y el Partido Socialista Popular. Durante los meses de noviembre y diciembre de 1958 sus hombres bloquearon las carreteras, dividiendo a la isla en dos y, a finales de diciembre, el Che atacó la ciudad de Santa Clara.
            Las tropas de la dictadura estaban totalmente desmoralizadas. El Che inició junto con Camilo la ofensiva final en la provincia de Las Villas el 21 de diciembre. Tomaron varios poblados. Camilo avanzaba por el norte, mientras el Che marchaba por el centro hacia Santa Clara, la ciudad principal de la provincia, de 150.000 habitantes, situada en el centro geográfico de la isla. La lucha para tomar Santa Clara comenzó el 29 de diciembre. El momento culminante de la batalla fue el ataque rebelde al tren blindado, repleto de armamentos y tropas, que Batista había enviado como refuerzo, y los guerrilleros hicieron descarrilar, para luego asediarlo con bombas molotov, hasta lograr que se rindieran todos sus ocupantes. Tomaron la estación de Policía y el cuartel 31 y, cuando estaba por rendirse el cuartel Leoncio Vidal, Batista huyó de la isla, abandonando a sus seguidores a su suerte, y se desmoronó la jefatura del Ejército. Fidel les ordenó marchar sobre La Habana. En pocos días los rebeldes controlaron toda la isla y Fidel fue nombrado Primer Ministro del gobierno provisional.
            Este es el momento en que termina la guerra. Iban a iniciarse los cambios revolucionarios.  Los guerrilleros entraron en La Habana vitoreados por el pueblo de Cuba. Fidel nombró al Che Comandante de la Fortaleza de la Cabaña, donde presidió los tribunales revolucionarios, que llevaron a cabo los juicios sumarios de los esbirros de Batista que habían cometido asesinatos y masacres contra el pueblo (Anderson 369-374). Allí demostrará una vez más su celo revolucionario. Fidel sancionó una ley especial nombrando al Che Cubano de nacimiento, dándole ciudadanía cubana en reconocimiento a su extraordinario servicio a la Revolución. Lo designa Presidente del Banco de Cuba y, poco después, Ministro de Industria. Comienza otra etapa en su vida. Va a participar en la creación de un estado revolucionario y de una sociedad nueva, de acuerdo a principios políticos socialistas. Declara el Che: “…constituimos en este momento la esperanza de la América irredenta. Todos los ojos – los de los grandes opresores y los de los esperanzados – están fijos en nosotros” (167). En este artículo, que cierra la edición del libro de 1977, escrito en 1959, cuando era Presidente del Banco Central, el Che explica cómo será la batalla que tendrá que librar Cuba para diversificar su economía, y escapar de la dependencia del monocultivo de la caña de azúcar. El primer desafío será implementar la Reforma Agraria, después desarrollar la incipiente industria y satisfacer las necesidades del mercado interno y, finalmente, crear una flota mercante para poder exportar. Durante los próximos años, desde el Ministerio de Industria, el Che trabajó incansablemente para alcanzar esos objetivos.
            Concluye el artículo que cierra estos Pasajes... recordándonos su vocación continental latinoamericanista, y afirmando su determinación de luchar para defender la revolución. Dice: “Pueden tener seguridad nuestros amigos del Continente insumiso que, si es necesario, lucharemos hasta la última consecuencia económica de nuestros actos y si se lleva más lejos aún la pelea, lucharemos hasta la última gota de nuestra sangre rebelde, para hacer de esta tierra una república soberana, con los verdaderos atributos de una nación feliz, democrática y fraternal de sus hermanos de América” (168).
            Durante esos años Cuba tendrá que defenderse de las agresiones del Imperialismo Norteamericano. El imperialismo se valió de cuanto estuvo a su alcance para tratar de destruir la revolución cubana, e impedir el desarrollo de movimientos revolucionarios en Latinoamérica y otras partes del tercer mundo: golpes de estado, invasiones armadas, sanciones económicas, bloqueo, alianzas políticas con los países dóciles. El Che se pone al servicio de esa lucha contra el imperialismo, y se transforma en un enérgico e inteligente crítico de la situación política cubana e internacional. Sus discursos y artículos irán interpretando la compleja realidad de su tiempo. Embajador itinerante, participará en diferentes foros internacionales defendiendo la Revolución, incluidos el de la Organización de Estados Americanos, la Asamblea General de las Naciones Unidas y la reunión de Países Socialistas. Los ensayos escritos durante estos años demuestran la claridad de su visión y el sentido de su misión revolucionaria.
            Las memorias militares del Che en Pasajes de la guerra revolucionaria son una autobiografía moral y política del personaje histórico y testimonian su conducta en la revolución. Su versión busca ajustarse a la verdad, criterio rector en su vida. Su ejemplo y su sacrificio dieron valor y sentido a las luchas de liberación en América Latina y en el mundo todo, transformándose en símbolo de una importante etapa de nuestra historia.


Bibliografía citada

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Santarelli. Che Guevara El pensamiento rebelde. Buenos Aires: Peña Lillo, 2004.
Primera edición 1993. 11-29.
Anderson, Jon Lee. Che Guevara Una vida revolucionaria. Barcelona: Editorial
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Castro, Fidel. “Introducción”. El diario del Che en Bolivia. Obras completas...519-33.
---. La historia me absolverá. Madrid: Júcar, 1984.
Dieterich, Heinz; Paco Ignacio Taibo II y Pedro Alvarez Tabío. Diarios de guerra. Raúl
 Castro y Che Guevara. Madrid: La Fábrica, 2006.
Guevara, Ernesto Che. La guerra de guerrillas. Tafalla: Editorial Txalaparta, 2005.
---. Obras completas. Buenos Aires: Editorial Andrómeda, 2002.
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---. Pasajes de la guerra revolucionaria. México: Ocean Sur, 2006. Edición autorizada
con correcciones por Che Guevara.
---. Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1999.
---. Otra vez. Diario inédito del segundo viaje por Latinoamérica. Bogotá: Ocean Sur,
2007.
Guevara, Ernesto Che, Alberto Granado. Viaje por Sudamérica. Tafalla: Editorial
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Guevara Lynch, Ernesto. Mi hijo el Che. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1984.
3ra. Edición.
---. Aquí va un soldado de América. Buenos Aires: Editorial Sudamericana/ Planeta: 1987.
Massari, Roberto. Che Guevara. Pensamiento y política de la utopía. Tafalla: Editorial
Txalaparta, 2004. Nueva edición ampliada y revisada por el autor. Traducción de
José María Pérez Bustero.
Piglia, Ricardo. “Ernesto Guevara, rastros de lectura”. El último lector. Barcelona:
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Taibo II, Paco Ignacio. Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Barcelona:
            Editorial Planeta, 1996. Nueva edición definitiva, corregida y actualizada.



[1]  Dijo el Che en su discurso ante las Naciones Unidas en diciembre de 1964, defendiendo a Cuba de las acusaciones que se le hacían: “…fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilaremos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida…En esas condiciones vivimos nosotros por la imposición del imperialismo norteamericano. Pero eso sí: asesinatos no cometemos…” (Obras completas 320).
[2]  El episodio tiene el título de un cuento de un escritor muy admirado en Argentina: el uruguayo Horacio Quiroga. “A la deriva”, de Quiroga, narra la muerte por envenenamiento de un hombre que ha sido picado por una víbora, y que va a la deriva por el río, buscando una población donde puedan salvarlo. En el cuento el hombre muere antes de llegar al poblado.
[3]  A lo largo de su actuación revolucionaria el Che privilegió el estímulo moral, el buen ejemplo, por encima del estímulo material (Obras completas 140-54).


Publicado en Alberto Julián Pérez. Literatura, peronismo y liberación nacional. Buenos Aires: Corregidor, 2014: 143-178.

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