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jueves, 7 de septiembre de 2017

Una magnífica obsesión literaria: Sábato frente a Borges


de Alberto Julián Pérez ©

            Jorge Luis Borges (1899-1986) fue el escritor argentino que más críticas y elogios recibió en la obra de Ernesto Sábato (1911- 2011). Entre los extranjeros, Sábato estudió y comentó al dominicano Pedro Henríquez Ureña, al filósofo francés Jean Paul Sartre, y a los novelistas Fedor Dostoievsky y Franz Kafka.[1]
            Sábato veía a Dostoievsky, el torturado y espiritual escritor ruso, como alguien relativamente marginal al mundo de la cultura europea del siglo XIX, que idealizaba y asimilaba a los escritores franceses, mientras buscaba su propia identidad rusa.[2] Valoró a Franz Kafka como figura existencial y creador de magníficas pesadillas, y lo asoció a Borges en sus análisis.[3] Pedro Henríquez Ureña fue para Sábato una figura paternal: lo conoció en el Colegio Nacional de la Plata, donde fue su profesor de lengua y literatura.[4]
            Sartre, pensador existencial controversial, alternó, como Sábato, entre el ensayo y la literatura de ficción, y terminó negando sus propia creación novelística.[5]Sábato, si bien fue un escritor de apologías y rechazos, se mantuvo fiel a la novela, que forma, con el ensayo, en su obra, una unidad indisoluble.[6] Como Sartre, buscó proyectar su posición ética en su literatura, que fue adentrándose cada vez más en el mundo de la política. Crítico sincero de las ideologías, Sábato fue desde su primer libro, Uno y el Universo, 1945, un escritor desconforme, que cuestionó a la ciencia, a la literatura y a su sociedad.
            Jorge Luis Borges creció en un ambiente culto muy distinto al de Sábato.[7] Se formó en la biblioteca paterna, en un hogar bilingüe castellano-inglés; empezó a escribir y traducir desde niño y ya a los veintitrés años era reconocido como uno de los escritores más innovadores de Buenos Aires.[8]Sábato sintió una misteriosa afinidad hacia Borges. En el otro extremo del espectro literario de su época, reconoció en Roberto Arlt a un hermano de su literatura, un escritor torturado, hijo de inmigrantes, como él mismo. Creyó que Arlt, en su intuitivo anarquismo, buscaba la liberación del hombre y su proyección metafísica.[9]
            En los diálogos que mantuvieron Borges y Sábato en 1975, y que editó Orlando Barone, notamos que Sábato admira a Borges y ha leído y meditado bien su obra, mientras Borges no conoce la literatura de Sábato y parece no interesarle. Cuando le preguntan si lee literatura latinoamericana, Borges contesta que desde 1952 sólo lee la joven literatura de los antiguos escandinavos y los anglosajones. Cuando le piden que dé nombres de escritores latinoamericanos que admira, cita al escritor uruguayo de novelas gauchescas, amigo suyo, Enrique Amorim, autor de El paisano Aguilar, 1934, muerto en 1960.[10] Sábato le explica que Barone quería saber si conocía a “alguno de los narradores latinoamericanos famosos de la actualidad” y Borges contesta que no. Esto no significa que siempre hubiera mantenido esa distancia frente a la literatura nacional y a la hispanoamericana: sabemos que, en sus primeros libros de ensayos, Borges estudió a sus compañeros de generación, y a los escritores más representativos de Argentina, entre ellos a los gauchescos, y a poetas relativamente menores, como Evaristo Carriego.[11]
            En 1955 Borges publicó un libro sobre Leopoldo Lugones, su “padre rechazado”.[12] Borges sintió frente a Lugones un complejo de culpa intelectual, cierta “ansiedad de influencia”; Sábato vive a Borges como una figura benéfica. Borges lo fascina. ¿Por qué? En parte, porque al conocerlo, el doctor en física Sábato era un hombre con una formación literaria limitada y la personalidad literaria de Borges fue una influencia enriquecedora. Se mantuvo fiel a este sentimiento toda su vida, aún después de 1955, cuando ambos se distanciaron por motivos políticos, durante el período que sucedió a la caída del peronismo.[13]
            Borges había nacido para la literatura, lo supo desde siempre y cumplió con creces su destino; Sábato tuvo que realizar una intensa búsqueda de su vocación. A diferencia de Borges, descendiente de una familia de antiguos patricios argentinos (bisnieto del Coronel Isidoro Suárez, soldado de la independencia, y nieto del Coronel Francisco Borges, militar de destacada actuación en la era post-rosista), quien nace y crece en Buenos Aires primero, y vive y estudia en Europa después, Sábato es hijo de inmigrantes italianos y nace en un pueblo de la pampa gringa: Rojas. Allí se cría en un hogar de once hijos varones. Su padre tenía un pequeño molino harinero.[14]
            ¿Cómo llegó Sábato al mundo de la literatura? Según él, por un avatar sicológico. Cuenta que el hermano que lo precedía murió al nacer y a él le dieron su nombre: Ernesto. La muerte de ese hijo generó en la madre una disposición especial sobreprotectora hacia Ernesto y su hermano más chico. Tenía temor de que algo les pasara, que se enfermaran y murieran. Creció rodeado de exagerados cuidados. Vivió encerrado en su cuarto, en lugar de disfrutar de los juegos al aire libre con los otros chicos.[15] Esto le provocó una actitud introvertida, ensimismada, generó una neurosis especial que, cree él, se transformó en el misterioso nudo de su literatura. Se volvió meditativo y caviloso, encontró en la reflexión y en la fantasía un escape a su mundo limitado. Y descubrió los libros, las novelas. Y eso cambió su existencia para siempre. Nos cuenta que desde niño quería ser dos cosas: escritor y pintor. La vida, en un principio, lo llevó por otros rumbos.
            Al terminar la escuela primaria, la familia lo envió a estudiar al Colegio Nacional de La Plata. No a la ciudad de Buenos Aires, la gran cosmópolis y capital de la nación, sujeto y objeto de la poesía ultraísta del joven Borges, sino a la ciudad capital de provincia que, sin embargo, le resultó enorme al angustiado adolescente pueblerino. Esa angustia original resultó ser para Sábato su principal estímulo literario. De alguna manera, Sábato había nacido para el existencialismo, no para el anarquismo o el comunismo, por los que se extravió en un primer momento. Sábato no necesitaba ser existencialista de escuela: su existencialismo es vivido desde dentro. Como Unamuno, fue un escritor agónico, y digo fue, aunque en el año 2003, Sábato, con sus más de noventa años, disfruta de salud y nos acompaña en este mundo pero, desde 1979, confiesa, se ha retirado casi totalmente de la literatura (supuestamente llevado por sus problemas de la vista, si bien recientemente ha publicado sus memorias, Antes del fin, 1998, y un libro de ensayos, La resistencia, 2000) y se ha entregado a la práctica de otra de sus grandes pasiones: la pintura.[16]
            Su visión pobre, sin embargo, no es causa suficiente para dejar la literatura: no lo hizo Borges, estando prácticamente ciego. La razón real de este hecho debemos buscarla, más que en sus problemas de visión, en la conclusión efectiva de un ciclo literario. Después de Abaddón, el Exterminador, 1974, Sábato siente que no tiene sentido seguir escribiendo novelas. El escritor agónico y desgarrado está allí en Abaddón..., con su propio nombre. La entrega había sido absoluta. Con ese libro cierra su ciclo novelístico y “sale” de la literatura como escritor consagrado.
            La vida de Sábato está signada por su búsqueda interior, que lo llevó del mundo de las matemáticas y de la ciencia al mundo de la literatura y la pintura. Unificando todo ese proceso el pensamiento, la filosofía: filosofía de la ciencia y filosofía de la existencia. Y la participación social y política: su compromiso con su sociedad y su tiempo. En 1983, un año antes que recibiera el importante Premio Cervantes en España por su obra literaria, fue nombrado por el gobierno argentino para encabezar la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), que investigó los crímenes cometidos por los militares del Proceso en Argentina durante la salvaje represión a la población civil, entre 1976 y 1978. Ya antes de eso se había enfrentado al peronismo, y a los militares golpistas de la presunta Revolución Libertadora.[17] Mantuvo su militancia política partidaria durante una parte importante de su vida, pero para él la política no fue una carrera, sino una búsqueda: cuando cambiaron sus intereses éticos cambió su filiación política, abandonando sucesivamente sus simpatías anarquistas y luego su militancia comunista. Algo semejante ocurrió con la física y, hasta cierto punto, con la literatura: cuando Sábato sintió que ya no se sentía totalmente identificado con esas disciplinas, las abandonó (el caso de la física) o las marginó (la literatura). Sábato es un individuo capaz de iniciar y acabar un proceso de búsqueda. Por autocrítica. Lo más importante para él: su fidelidad a sí mismo, su sinceridad. Es evidente aquí su paralelo con el itinerario vital del genial Sartre. Primero el hombre, luego la ciencia, o el arte. Este humanismo vitalista lo define. Y aquí se separa claramente de Borges.
            Sábato, si bien fue siempre un lector ávido, no asumió definitivamente su vocación literaria hasta la década del cuarenta. Fue entonces cuando lo llamó su antiguo maestro de la escuela secundaria, Pedro Henríquez Ureña, después de haber leído una nota que éste publicara en Teseo sobre La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Pedro Henríquez Ureña se ofreció a presentarlo a los escritores del grupo Sur, para ése entonces la revista de mayor prestigio literario de la Argentina.[18]La primera nota de Sábato en Sur apareció en 1941. En ese entonces era un joven doctor en física. Había recibido su título en el Instituto de Física de La Plata en 1937. Ya había vivido una serie de experiencias fundamentales. Durante su adolescencia se había inclinado por el anarquismo, pero a partir de sus dicienueve años se volcó hacia el comunismo, convencido de las fallas ideológicas del anarquismo. Dedicó cinco años de su juventud a su militancia comunista, y tomó su militancia con esa pasión típica que rodea cada acto de su vida. En 1933, durante la crítica época del gobierno del General Justo, llegó al cargo más alto de la organización juvenil: Secretario General de la Juventud Comunista. En 1935 fue como delegado al Congreso Comunista de Bruselas. Entonces ocurrió algo que es casi un leit motiv en la vida de ese santo laico que es Sábato: entró en una crisis de conversión y dejó el Congreso. Explicó así este proceso a María Angélica Correa:
            "Yo iba en plena crisis, mi cabeza era un pandemonio, mis ideas estaban revueltas... La doctrina de Marx, tal como era aplicada, cada vez me resultaba más insatisfactoria; los procesos de Moscú se iniciaron en esa época, y la dictadura de Stalin se manifestaba ya en su siniestro poder; todo eso me repugnó y me alejó...en fin, el movimiento comunista se manifestaba cada vez más como un movimiento absolutista, y yo nunca he soportado las dictaduras ni el absolutismo" (Correa 46-7).[19]
            No será la única situación de este tipo por la que atraviese. Desde su adolescencia, durante sus años de estudiante en La Plata, Sábato se había acercado al mundo de las matemáticas, que le atraía por su claridad racional. Algo de esa claridad existe también en las explicaciones juiciosas del materialismo histórico, del perfecto mecanismo de la lucha de clases que evoluciona dialécticamente en la historia de manera predecible, hasta que el hombre alcance su liberación. Esas explicaciones claras y racionales lo sedujeron a Sábato, pero no le resultaron suficientes. Y a ambas, la militancia comunista y las ciencias, las abandonó, en medio de una crisis personal. Pero antes de dejarlas las vivió con plenitud.
            Ya dije que fue Secretario General de la Juventud Comunista y que militó cinco años en el Partido. Con la ciencia llegó aún más lejos. Mientras estaba en Europa volvió a despertarse en él su pasión por las matemáticas. A su regreso se volcó enteramente al estudio de la Física, hasta obtener, en 1937, su doctorado. Si su militancia comunista fue para él un proceso tormentoso y lleno de dudas, no lo fue menos su relación con las ciencias. Entre 1935 y 1945 se debatió dentro de ese mundo, en medio de luchas internas y vacilaciones. En 1938 fue becado a París para investigar en los laboratorios Joliot-Curie. Era el París de la preguerra. París le ofreció algo que no esperaba: pudo conocer, gracias a un amigo, el pintor canario Oscar Domínguez, a pintores y escritores del grupo surrealista.[20] Así Sábato se introdujo en ese universo irracional y onírico, y la experiencia, tan alejada de las ciencias, tuvo en él un impacto enorme. De regreso a Buenos Aires, Sábato se entregó más a la literatura. Allí fue cuando, llevado por su maestro Pedro Henríquez Ureña, se relacionó con el grupo de Sur. Entonces conoció a Borges y a Victoria Ocampo, la culta y omnipotente directora de la revista. Asistió a las tertulias que organizaban Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en su casa en Buenos Aires (Correa, pp. 65-76).
            Sábato, que contaba ya casi treinta años, si bien era un ávido lector de filosofía metafísica, de filosofía de las ciencias y había estudiado el historicismo dialéctico (como habría de demostrarlo algunos años después en su primer libro, Uno y el Universo, 1945), y era Doctor en Física y Profesor de Física en el Instituto del Profesorado y en la Universidad de La Plata, donde enseñaba teoría de los cuantos y teoría de la relatividad, se había movido hasta ese momento, con excepción de su experiencia surrealista y bohemia en París, dentro de un mundo de científicos, postergando su vocación literaria. Es de imaginar la fascinación que tiene que haber sentido el joven científico ante este brillante grupo de escritores profesionales, que llevaban a cabo una de las empresas literarias más osadas de la Argentina: la revista Sur. Su experiencia con la gente de Sur cambió radicalmente su vida. Fue aceptado dentro del grupo y pudo publicar en la revista. Ingresó en el complejo mundo de las letras, en el que su formación era limitada, de la mano de estos grandes lectores y escritores. El impacto mayor lo ejerció Borges, y Sábato confiesa que “sus huellas se ven claramente en mi primer libro” (Correa, p. 75). Sur se convirtió en la universidad de letras que Sábato, perdido en el mundo de las ciencias, no había tenido. Y abrazó su vocación con la misma pasión con que antes viviera el mundo de las ciencias.
            Correa indica que Sábato atesora, gracias a esas circunstancias felices, dos experiencias culturales fundamentales en su formación: su contacto con los surrealistas en París y su relación con las elites ilustradas de Sur (p. 75). Es, en esos momentos, un joven científico que critica a las ciencias, que posee una sólida formación marxista y ha pasado por la dirigencia de la Juventud Comunista. Comprende que ya no puede vivir más dentro del mundo racional de las ciencias, que necesita cada vez más de la literatura como proceso vital. En 1943 pide licencia en su trabajo y se va con su familia a vivir a Carlos Paz, Provincia de Córdoba. Allí comienza a poner orden a muchas de sus colaboraciones para la revista Sur y va gestando su primer libro de ensayos, que publicará en 1945: Uno y el Universo.
            Decide abandonar para siempre las ciencias. Decisión difícil para un hombre que tenía bajo su responsabilidad una familia y poseía ya un doctorado en Física, que le auguraba una situación de empleo cómoda. Sus credenciales literarias eran mínimas y sus perspectivas de éxito pobres, en esa Argentina anterior al peronismo (una vez llegado el peronismo al poder, haría difícil la situación de los escritores que no se plegaran al régimen). Pero Sábato, dotado de una fe ciega en su destino y en su misión humanista optó por seguir el dictado de su conciencia. Y aceptó todas las penurias económicas que sobrevinieron para poder escribir y dedicarse sólo a la literatura. La literatura, y dentro de ésta la novela, fueron para él pasiones absorbentes y dolorosas, que requerían toda su energía y su entrega estoica. En medio de ese conflicto existencial nació El túnel, 1948, su primera novela, que Sur editó y el público lector acogió con devoción. En Francia, el mismo Camus, lector de obras en español para la Editorial Gallimard, la recomendó para su traducción y publicación. Y Sábato, en unos pocos años, pasó de ser el vacilante discípulo de Sur, al reconocido y admirado autor de Uno y el Universo y El túnel.
            Uno y el Universo fue mucho más que un primer libro. En él Sábato efectúa la catarsis del converso, que pasa del mundo de las ciencias, al mundo a veces fantasmagórico e irracional de la literatura. Al menos, de la literatura de Sábato. Porque Sábato concibe la literatura como un espacio artístico en que puede liberar sus fantasmas, como lo habría de expresar años más tarde en sus estudios literarios de El escritor y sus fantasmas, 1963. Uno y el Universo tiene un tono intelectual algo profesoral y pretencioso y, sin embargo, es tan argentino. Pasados algunos años Sábato lo repudiaría y, en la edición de sus obras que preparara la Editorial Losada en 1970,  incluyó un “Prólogo” en que pide indulgencia al lector por ese libro con el que ya no se identifica, y en el que nota una cantidad de “errores”, en particular su crítica negativa al Surrealismo y su actitud benigna hacia el Marxismo, con la que ya no está de acuerdo.[21] Es el libro que está más cerca en el tiempo de su experiencia como científico, y allí se puede ver la desgarradora lucha interior del novelista en cierne. Dice de la ciencia: “El poder de la ciencia se adquiere gracias a una especie de pacto con el diablo: a costa de una progresiva evanescencia del mundo cotidiano...” y, el más lapidario juicio critico: “La ciencia estricta - es decir, la ciencia matematizable - es ajena a todo lo que es más valioso para el ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia frente a la muerte”.[22]
            En este libro aparece ya su preocupación, su obsesión por Borges. Digo obsesión, porque obsesivo es el modo de pensar de Sábato, como también lo es el de Borges: intenso, analítico, reiterativo. Sábato siente que tiene puntos en común con Borges, que se interesa en el pensamiento científico y los problemas matemáticos, ama la filosofía metafísica y se burla en sus ficciones del pensamiento lógico y racional. Tanto para Borges como para Sábato, la literatura y la filosofía son un problema. Frente a ese problema reaccionan de distinta manera: Borges, con la duda del escéptico, que irrita a Sábato, puesto que todo lo reduce a un juego intelectual donde, cree él, importa más lo brillante que lo verdadero; Sábato, con la fuerza del hombre de fe, del ser espiritual que busca un camino de redención y no lo encuentra, dejando al sujeto sumido en la más profunda angustia existencial.
            Borges escapa de esa angustia, aparentemente, recurriendo al juego mental. Se escapa en la literatura. Allí Sábato se distancia de Borges. Para él, seguirá siendo fundamental no huir de la angustia personal, ni del mundo social, del aquí y ahora. Y vivir lo político. Así lo comprobamos en su extenso artículo de Uno y el Universo sobre el “Fascismo”.[23] Si bien Borges criticó también el Fascismo, Sábato va más allá: su artículo es análisis político y es denuncia, y es sobre todo la interpretación de quien fuera un líder de la Juventud Comunista. Había abandonado en ese entonces el Partido hacía muchos años, notamos en su análisis el peso que tiene la experiencia política vivida: está en contacto con la realidad histórica, social, de su tiempo, de una manera vehemente, que se sostiene y se profundiza a lo largo de su vida.
            Sábato critica a las ciencias y las acusa de insensibilidad hacia el hombre histórico, ético, hacia el mundo emocional y afectivo de los seres humanos. Borges parece querer escapar de la realidad política y social, y así lo notamos en su biografía: su paulatino distanciamiento de las preocupaciones de la vida contemporánea, que sí le importaron en su juventud, cuando estudiaba ávidamente la literatura de su(s) lengua(s) y, durante el peronismo, al volverse una víctima del régimen. Pero luego de la Revolución Libertadora de 1955, antipopular y militarista, Borges se aísla cada vez más de la realidad política, su escepticismo abarca todo, pero particularmente esa realidad política y social. Sábato viajará en la dirección opuesta: hacia el análisis cada vez más efectivo y cuidadoso de ese mundo social nacional e internacional, como lo comprobamos en los libros de ensayos de su vejez: La cultura en la encrucijada nacional, 1976; Apologías y rechazos, 1979. En su última novela, Abaddón, el Exterminador, 1974, el  mundo político contemporáneo irrumpe en la trama de la obra, mucho más que en su anterior Sobre héroes y tumbas, 1961, para llevar a un personaje, Marcelo, a vivir el horror de la tortura, la cárcel política y la muerte, que destruyó tantas vidas jóvenes en la Argentina de aquellos años.
            La pasión y búsqueda de Sábato es también compasión hacia el mundo: por eso ese progresivo acercarse hacia el hombre y el abandono de las ciencias. Las ciencias, cree él, son inhumanas, no expresan lo íntimo, lo afectivo, y por eso las rechaza. En su valiente búsqueda y catársis se iba a encontrar con el hombre desesperado de la sociedad contemporánea, iba a tocar el lado oscuro del corazón, el túnel, el mundo sumergido de la conciencia. Iba a viajar hacia el horror de la noche, hacia el espacio de las pesadillas tenebrosas de sus personajes, que resultan finalmente, en Abaddón..., ser las suyas propias.[24]
            En Uno y el Universo, entre numerosos artículos de tema científico (como “Anteojo Astronómico”, “Ciencia”, “Continuidad de la creación”, “Copérnico”) y sobre literatura y lenguaje (como “Estilo”, “Espejo de Stendhal”, “Lenguaje”, “Poderío del lenguaje”, “Poesía”), incluye dos artículos en que estudia la literatura de Borges: uno titulado “Borges” y otro “Geometrización de la novela”. En “Borges”, Sábato habla de los elementos culturales dispares, esos “fósiles”, con que Borges arma sus tramas. Su finalidad, reconoce, es tratar determinados problemas metafísicos en su literatura. Dice que “...en los relatos que forman Ficciones la materia ha alcanzado su forma perfecta ...”(Uno y el Universo, p. 22). Pero luego se pone a discutir y a polemizar con Borges. Borges había sostenido en el prólogo a La invención de Morel que sólo las novelas de aventuras tienen una trama rigurosa, no las sicológicas, donde “la libertad se convierte en absoluta arbitrariedad” (p. 22). Sábato argumenta que, con ese “rigor”, se suprimen en la novela “los caracteres verdaderamente humanos”.
            Borges, reconoce Sábato, es un creador de laberintos, pero halla sus laberintos “geométricos” o “ajedrecísticos”, lo cual produce una “agonía intelectual”. Los laberintos de Kakfa, en cambio, “...son corredores oscuros, sin fondo, inescrutables, y la angustia es una angustia de pesadilla, nacida de un absoluto desconocimiento de las fuerzas en juego” (p. 24). Sábato se identifica con los laberintos de Kafka y no con los de Borges, y de alguna manera está anticipando al escritor que será en El túnel, y luego, en Sobre héroes y tumbas. Sábato subestima la humanidad de los personajes de Borges, los llama “a-humanos”. No quiere ser, como Borges, un individuo perdido en el fulgor de los juegos metafísicos y matemáticos. Metafísica sí, pero la de Kafka, la metafísica del horror, la soledad de dios, la angustia y la incomunicación vivida desde adentro.
            Comentando sobre “La muerte y la brújula”, Sábato dice que el detective Erik Lönnrot es “...un títere simbólico que obedece ciegamente...a una Ley Matemática” (p. 24). Lo opone a los personajes de Kafka, que “...se angustian porque sospechan la existencia de algo...luchan contra el Destino...” (p. 24). Volverá a hablar del mismo cuento en su artículo “Geometrización de la novela”, en que afirma que la novela policial “evoluciona hasta la novela matemática” (p. 103), pero en “La muerte y la brújula” Borges “da un paso más y la realidad se convierte en geometría” (p. 106). En “Funes el memorioso”, dice Sábato, Borges “hace álgebra, no aritmética”. Luego comenta lo siguiente: “La escuela de Viena asegura que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Esta afirmación pone de mal humor a los metafísicos y de excelente humor a Borges...creo que todo lo ve Borges bajo especie metafísica...” (p. 25). Agrega de que a sus personajes les falta pasión. Reconoce que  “...la teología de Borges es el juego de un descreído y es motivo de una hermosa literatura” (p. 26). Y se plantea la siguiente pregunta: “¿Le falta una fe a Borges?” (p. 27). La pregunta es fundamental para Sábato, porque él no podría vivir sin una fe. ¿Cómo puede hacerlo Borges? Y termina el artículo llamándolo “genial”, “grande”, “arriesgado”, pero también “temeroso”, “infeliz”, “limitado”, “infantil”...para concluir, por si quedaran dudas de que la intención de su nota es rendir un sentido homenaje a Borges, nombrándolo “inmortal” (p. 27).[25]
            Sábato en ese momento está imbuido del mundo de las ciencias y Borges parece darle una clave: uno puede aproximarse a la literatura desde el plano de la metafísica y las ciencias. Considera a Borges demasiado frío, demasiado impasible para su gusto...(no así a Kafka, el otro inventor de pesadillas), pero, en esos momentos, Sábato está más cerca de Borges que de Kafka. Años más tarde, cuando logra “dar a luz” El túnel, notamos que ha recorrido un camino y se ha aproximado al mundo de las pesadillas kafkianas, en que los laberintos “...son corredores oscuros, sin fondo, inescrutables...” (Uno y el Universo, p. 24). La lucha de Sábato, luego de Uno y el Universo, será tratar de alejarse de Borges y acercarse más a Kafka.
            Borges reaparece “en persona” en la literatura de Sábato, en una de las escenas de Sobre héroes y tumbas, 1961. Iban sus personajes Bruno y Martín caminando por la calle Perú en Buenos Aires y ven a un hombre, ayudado con un bastón, que caminaba delante de ellos: era Borges. Bruno lo saluda y le presenta a Martín, diciendo como justificación: “Es amigo de Alejandra Vidal Olmos”.[26] Supuestamente, Borges conocía a Alejandra. Los dos personajes siguen camino y Bruno inicia un diálogo magistral en que trata de aleccionar a Martín sobre Borges y la literatura nacional. Aquí Bruno, como alter ego de Sábato, defiende a Borges. Frente a los comentarios de Martín, de que había escuchado que Borges era “poco argentino”, Bruno afirma que es “un típico producto nacional” (p. 136). Según Bruno “...hasta su europeísmo es nacional”. Consultado por Martín sobre si es un gran escritor, dice: “No sé. De lo que estoy seguro es de que su prosa es la más notable que hoy se escribe en castellano.” Y agrega: “Pero es demasiado preciosista para ser un gran escritor” (p. 136). El personaje reitera la admiración que Sábato manifestaba por Borges en Uno y el Universo, pero subraya ahora el barroquismo, el preciosismo de Borges. Antes había destacado, en cambio, su espíritu geométrico y matemático. Primera rectificación. Su preciosismo excesivo le restaría calidad literaria. Y va a haber una segunda rectificación, de gran importancia: Sábato descubre el sentimiento en Borges. Y ese sentimiento es expresión del “ser” nacional. Ya no lo ve meramente como un escritor frío, escapista; dice: “Hay algo muy argentino en sus mejores cosas: cierta nostalgia, cierta tristeza metafísica...” (p.136).
            Sábato ha visto el otro lado de Borges. Ha entendido que la literatura no se puede escribir sin pasión, aún la literatura aparentemente más calculada. En los cuentos de Borges, cree, se revelan sus sentimientos. En Sobre héroes y tumbas Bruno dice que la literatura, para que sea válida, debe “ser profunda”. Esta es una nueva dimensión que no veía antes: su profundidad. Resultado precisamente de la experiencia de la escritura de sus novelas. Porque lo que da la profundidad es la dimensión del héroe. Y las novelas de Sábato son novelas de héroes, de personajes que luchan por concretar su destino, a cualquier precio. No interesa si ese destino es el crimen. El destino no se decide frente a los otros: se decide frente a uno mismo y frente a Dios. El destino, para Sábato, es trascendental, metafísico. Así lo siente Castel, el personaje de El túnel; así lo sienten Fernando, Alejandra y Bruno en Sobre héroes y tumbas.
            Bruno va a hacer otra declaración en que Sábato coincide con Borges: nuestra literatura es indeleblemente argentina porque es nuestra, no porque cultivemos el color local o el argentinismo.[27] No podemos negar nuestro ancestro cultural europeo, pero hemos forjado una nueva identidad nacional, nos guste o no nos guste. Ser argentino es tan fatal como ser francés o ruso.  Dice: “Nosotros...somos argentinos hasta cuando renegamos del país, como a menudo hace Borges” (p.137). El temido europeísmo es una falacia nacionalista. Bruno habla sobre Don Segundo Sombra, de Güiraldes, comenta que el libro es argentino por su temática gauchesca, y porque Güiraldes explaya en él su preocupación metafísica. Lo mismo ocurre con Arlt: “Es grande por la formidable tensión metafísica y religiosa de los monólogos de Erdosain” (p.137). Luego, Bruno encuentra al padre Rinaldini, que presenta sus objeciones nacionalistas a Borges, que Bruno, por supuesto, no comparte: “Un cura irlandés me dijo un día: Borges es un escritor inglés que se va a blasfemar a los suburbios. - comenta Rinaldini - Habría que agregar: a los suburbios de Buenos Aires y de la filosofía.” (p. 138).
            En Sobre héroes y tumbas Sábato se acerca a la literatura nacional y a la historia argentina desde la trama fantástica, imbuida de tensión metafísica.[28] Lo fantástico queda unido al sentido de lo nacional. También en Abaddón, el Exterminador lo político y lo literario estarán inmersos en lo fantástico. Lo fantástico no es mera evasión. Además de discutir extensamente cuestiones literarias y artísticas, particularmente el sentido de la novela en el mundo moderno, en Abaddón, el Exterminador elabora de manera novedosa la inclusión del personaje literario en la trama fantástica, que Borges había manejado con gran felicidad, particularmente en aquellos cuentos en que presenta a “Borges” personaje, como “Funes el memorioso” y “El Aleph” (pp. 121-142). En esta novela Sábato se transforma en “Sábato” y asume el protagonismo de la trama fantástica y el descenso al submundo.[29] Luego de Abaddón...Sábato considera que ha dicho todo... Por lo tanto, siente, siempre fiel a sí mismo, que es mejor cerrar su ciclo literario, y dedicarse de lleno a su otra gran pasión: la pintura, con el pretexto de que la visión pobre le impide escribir. 
            En Sobre héroes y tumbas, de 1961, Sábato estaba ya bastante alejado del Borges que había admirado en Uno y el Universo, en 1945. Durante esos años había recorrido un arduo camino artístico e intelectual. No sólo había conseguido transformarse en el escritor kafkiano de sus novelas, sino que también se había adentrado, aún más que antes, en el mundo de la política, que Borges había definitivamente recusado. Sin embargo, con actitud generosa, dice Bruno de Borges: “...pienso que a él le duele el país de alguna manera, aunque, claro está, no tiene la sensibilidad o la generosidad para que le duela el país que puede dolerle a un peón de campo o a un obrero de frigorífico” (p.137). Hasta ahí Sábato justifica a Borges, siendo él, sin embargo, un escritor que, por su militancia popular, sí ha sabido estar, en su momento, cerca de los peones y obreros. Algunos críticos, sin embargo, consideran el mundo narrativo de Sábato un mundo pequeño burgués, de intelectuales desclasados, donde los obreros que aparecen son personajes menores, que no están tomados muy en serio.[30] Pero Sábato no puede dar crédito a esta acusación, porque estos lectores ignoran algo que él considera esencial en su novela: la profundidad.
            Para Sábato la gran literatura tiene que ser profunda y, en los viajes al inframundo de sus novelas ha hecho entrar a sus personajes a las entrañas mismas de nuestro subconsciente. La travesía existencial de Alejandra y Martín, de Sobre héroes y tumbas, y la de “Sábato”, en Abaddón, el Exterminador, reflejan, de manera desplazada y fantástica, a través de símbolos de dimensión mítica, el destino de los héroes que descienden a las profundidades para buscarse a sí mismos.
            Sábato encuentra en Borges una falla: su excesivo distanciamiento vital, su falta de plenitud. Dice, acotando lo que comentaba, sobre que a Borges le dolía el país, pero no como a un obrero o a un peón de campo: “Y ahí denota su falta de grandeza, esa incapacidad para entender y sentir la totalidad de la patria, hasta en su sucia complejidad. Cuando leemos a Dickens o a Faulkner o a Tolstoi sentimos esa comprensión total del alma humana” (p.137). Borges carece de esa dimensión: la total inmersión en todos los aspectos del alma humana, incluidos los bajos y los sucios.
            Vuelve a reflexionar sobre este problema en su próximo libro de ensayos, publicado dos años después de Sobre héroes y tumbas: El escritor y sus fantasmas, 1963. En una sección de preguntas y respuestas que definen su posición y sus intereses, habla de los grupos literarios de Florida y Boedo en la década del veinte, cuya vigencia, sabemos, Borges negó, considerándola una invención de la crítica literaria.[31] Considera que en esa época se manifestaron dos Argentinas: una Argentina inmigratoria se superpuso a una vieja nación semifeudal. Para Sábato, en esa disputa se enfrentaron sentimientos aristocráticos y plebeyos. Los hijos de inmigrantes, agrupados en Boedo, como Roberto Arlt, habían sido influidos por los grandes narradores rusos y los doctrinarios de la revolución; los hijos de la antigua aristocracia patricia, como Borges, reunidos en Florida, fueron influidos por las vanguardias europeas.
            Para él, esta polarización de Florida y Boedo, de escritores patricios y escritores plebeyos, pierde toda vigencia después de la crisis de 1930, en que termina la era del liberalismo en la Argentina y se derrumban sus mitos, instituciones e ideas vigentes. Sábato, que contaba entonces 19 años, se forma en esa época de crisis, para hacer más tarde, como lo afirmó, “novela de la crisis”. Por su extracción social, Sábato creció próximo al mundo popular con el que se identificaban los escritores de Boedo. Su militancia política reafirmó esa pertenencia. Pero luego, al conocer al grupo de Sur, en el que participaban descendientes de la flor y nata de la antigua aristocracia criolla, Sábato se acerca al otro mundo, al mundo de la literatura pura, y en particular a Borges.[32] Después de 1930, dice, se profundizó la escisión: los de Boedo, se hicieron más socialistas y militantes, y muchos de los de Florida se aislaron en la torre de marfil. Pero emergió un tercer grupo, y éstos lograron llegar a una síntesis:
            "...desgarrados por una y otra tendencia, oscilando de un extremo al otro, terminó por realizarse una síntesis que es, a mi juicio, la auténtica superación del falso dilema corporizado por los partidarios de la literatura gratuita y de la literatura social. Estos últimos, sin desdeñar las enseñanzas estrictamente literarias de Florida, trataron y tratan de expresar su dura experiencia espiritual en una creación que forzosamente los aleja de la gratuidad y del esteticismo que caracterizaba a este grupo, sin incurrir, empero, en la simplista doctrina de la literatura social que informaba al grupo de Boedo. A esta promoción de síntesis creo yo pertenecer.” [33]
            Sábato se ve a sí mismo como quien supera la dicotomía generada por las dos tendencias, Florida y Boedo. El procura seguir su conciencia, tratando de contemporizar ambas posiciones. Ha sido mal comprendido por los extremos, de lo cual se queja amargamente, tanto en sus ensayos (El escritor y sus fantasmas, p. 45), como en las discusiones del personaje “Sábato” con los jóvenes en Abaddón, el Exterminador: para los marxistas, es un pequeño burgués, y para los pequeños burgueses, es un comunista (Abaddón..., pp. 215-225). Sábato siente que los extremos se tocan. El aspira a crear la síntesis entre los extremos, a resolver la contradicción dialéctica de la derecha y la izquierda literaria en la Argentina, a través de su literatura existencial en que expresa “su dura experiencia espiritual” (El escritor y sus fantasmas, p. 44). El existencialismo es para Sábato una literatura de síntesis y un nuevo tipo de humanismo. ¿Cuál es el compromiso del escritor entonces? El escritor, dice, “...tiene un solo compromiso, el de la verdad total” (p. 45). Porque se define a sí mismo como un novelista, y no como un filósofo o un pensador, no tiene que expresar un pensamiento coherente y unívoco: el novelista “...expresa en sus ficciones todos sus desgarramientos interiores, la sumas de todas sus ambigüedades y contradicciones espirituales” (p. 45).[34] Cuestionado sobre “el preciosismo” de Borges, Sábato responde que hay que reconocer en él lo que tiene de admirable y “rescatarlo de entre su preciosismo” (p. 39). Pero la importancia de Borges para la literatura nacional es tal, considera, que: “Los que venimos detrás de Borges, o somos capaces de reconocer sus valores perdurables o ni siquiera somos capaces de hacer literatura”(p. 40).
            En El escritor y sus fantasmas, Sábato dedica un largo artículo, “Borges y el destino de nuestra ficción”, a darnos su punto de vista sobre su interpretación del fenómeno borgeano. Es su última reflexión extensa y juicio sobre Borges. Si bien recurre a ciertas nociones expuestas previamente, como su idea de que, en “La muerte y la brújula”, el cuento se convierte “en pura geometría” e “ingresa en el reino de la eternidad”, tiene varias interpretaciones nuevas sorprendentes (p. 248). Una de las más interesantes, para nosotros, es que busca quién es el escritor argentino al que Borges más admira, quien es su ascendiente literario más sentido. Esta curiosidad de Sábato es significativa, porque está creando una analogía entre Borges/Sábato y Borges y su figura admirada. Responde Sábato que ese escritor fue Leopoldo Lugones. A diferencia de él mismo, que se comportó frente a Borges como un admirador agradecido de su literatura, y reconoció su influencia, Borges, en su juventud, reaccionó agresivamente y con desprecio hacia Lugones. Sólo muchos años después, ya muerto éste, Borges va a reconocer públicamente la deuda que él, como todos los jóvenes ultraístas de su generación, tenía con Lugones. Le dedica un libro al estudio de su obra, Leopoldo Lugones, 1955, escrito en colaboración con Betina Edelberg, e invoca el espíritu del recordado escritor en el prólogo de El hacedor, 1960.[35]
            Sábato señala el sentimiento de culpa que acompañaba a Borges; dice, comentando una frase de Borges, que calificaba el genio de Lugones de “verbal”: “Sus críticas y sus elogios son meras variaciones de esa proposición, pero en conjunto su juicio trasluce sus propios y más recónditos sentimientos de culpa”.[36] Borges sintió ansiedad y quiso separarse de Lugones, para más tarde pedir disculpa y tratar, post morten, de hacer las paces con él. Había otro escritor, Macedonio Fernández, a quien Borges sí reconocía y veneraba, aunque lo consideraba un pensador vernáculo desordenado que tenía pereza de escribir.[37] El genio de Lugones era verbal y retórico, como el de Borges: su filiación principal es con Lugones y, luego, en segundo lugar, con Macedonio. Aquí Sábato detecta una contradicción en la que él no cayó, porque en ningún momento renegó de Borges, y hasta podemos decir que fue uno de sus pocos defensores auténticos, en un país donde sus escritores y críticos hacían profesión denostándolo públicamente. Sábato se pregunta por qué Borges no escogió otros modelos literarios, en lugar de Lugones, como podrían haber sido Domingo F. Sarmiento y José Hernández. Llega fácilmente a una respuesta: Borges identificaba a Lugones con Flaubert y, ambos, fueron víctimas de una superchería literaria: su amor a la perfección, a la “mot juste”. Y claro que éste es el mismo defecto que padece Borges y del que Sábato escapó.
            Sábato explica que había dos Flaubert: el escritor preciosista, perfeccionista, obsesivo de la forma, y el autor de Madame Bovary, que se dejó llevar por su romanticismo reprimido, para llegar a una expresión más universal del sentimiento humano. Sábato rescata a este segundo Flaubert. Igualmente, dice, hay dos Lugones: el poeta formalista y modernista a ultranza de su juventud, y el poeta capaz de expresar sus angustias y tristezas humanas en la madurez (p. 244). Sábato rescata al segundo Lugones. Entonces presenta su tesis de que igualmente hay dos Borges: el cuentista formalista, retórico y barroco, y el poeta, capaz de desnudar su corazón y mostrar las emociones más sublimes; para Sábato, es este segundo Borges el que quedará (p. 252).
            Borges, cree Sábato, ha llegado a la metafísica y a los juegos con el infinito llevado por su “temor”, y encontró en el mundo platónico su liberación intelectual. Comprende que en esos juegos metafísicos, aparentemente fríos, se asoma el hombre, que Borges trata de dejar oculto, por timidez, por pudor. Primero describe cómo Borges escapa del mundo y se refugia en su “torre de marfil”:
            "Este mundo cruel que nos rodea fascina a Borges al mismo tiempo que lo atemoriza, y se aleja hacia su torre de marfil movido por la misma potencia que lo fascina. El mundo platónico es su hermoso refugio: es invulnerable, y él se siente desamparado; es limpio y mental, y él detesta la sucia realidad; es ajeno a los sentimientos, y él rehuye de la efusión sentimental: es incorruptible y eterno, y a él lo aflige la fugacidad del tiempo. Por temor, por asco, por pudicia y por melancolía se hace platónico". (p. 248-9)
Sin embargo, a éste hombre asustado, que trata de escapar al dolor y defenderse de la realidad, algo le pasa: el hombre “que quiso ser desterrado” reaparece y se transparenta en sus escritos más cerebrales, con sus sentimientos y pasiones, siquiera tenuemente. Por eso Borges es un ser culpable y contradictorio: porque por miedo a sentir trata de negar su substancial humanidad. Explica Sábato:
            "Es que el juego posterga pero no aniquila sus angustias, sus nostalgias, sus tristezas más hondas...Es que las encantadoras supercherías teológicas y la magia puramente verbal no lo satisfacen en definitiva. Y sus más entrañables angustias, sus pasiones, reaparecen entonces en algún poema o en algún fragmento en prosa...” (p. 250)
            Sábato detecta algo especial en el gusto de Borges por ciertos autores que no se parecen en nada a él, como Whitman, Cervantes y Pascal. En el fondo, cree Sábato, Borges añora su vitalidad, hubiera querido ser como ellos. Por eso, en sus últimos años, con sus estudios de épica escandinava y anglosajona, e idealizando a sus antepasados, Borges ha creado un culto a la vida y la fuerza que le faltan.
            Sábato no cree en el mundo perfecto platónico, sino en el mundo de las pasiones humanas. Prefiere los héroes imperfectos de las novelas, que contrastan con la perfección formal y geométrica de los héroes de muchos cuentos de Borges. Dice:
           " ...parecería que para él lo único digno de una gran literatura fuese ese reino del espíritu puro. Cuando en verdad lo digno de una gran literatura es el espíritu impuro; es decir, el hombre, el hombre que vive en este confuso universo heracliteano, no el fantasma que reside en el cielo platónico. Puesto que lo peculiar del ser humano no es el espíritu puro sino esa oscura y desgarrada región intermedia del alma, esa región en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño". (p. 251-2)
            Sábato critica a Borges, y cree trascender sus limitaciones, como escritor y como pensador. Difieren en su actitud frente al mundo: mientras Borges procura escapar, con éxito parcial, mediante su literatura lúdica, la trágica condición humana, Sábato, la abarca y la abraza heroicamente. Su existencialismo parece ser superior al escepticismo de Borges, y al idealismo de su maestro: Schopenhauer. El existencialismo de Sábato es una pasión por el aquí y ahora, que trata de abrazar al hombre total. Sábato no puede, como Borges, ser un escritor de cuentos fantásticos que requieren una trama ingeniosa y donde los personajes pasan a segundo lugar y son como piezas de ajedrez de un juego simbólico. En las novelas de Sábato los héroes asumen el papel central. Borges repudia la novela porque no se atreve a acercarse a esos personajes de carne y hueso; Sábato abraza el género porque toda su trayectoria vital es un alejarse del mundo platónico de las ideas puras, para sumergirse en el angustiado corazón del hombre, su sociedad y su organización política.
            Sábato busca la novela total, la novela que abarque el mundo.[38]A su modo la escribe en Abaddón, el Exterminador, y en ella encuentra su acabamiento el novelista. En Abaddón... el Sábato hombre se transubstancia en el “Sábato” escritor de ficción, a quien Bruno visita en su tumba al final de la novela.[39] El Sábato real, escritor de novelas, muere para la novelística; el que puede vivir en la literatura es el “otro” Sábato, personaje de ficción.
            Tanto Borges como Sábato son capaces de recrearse en sus ficciones como personajes: hay un “Borges”, el “Borges” de “El Sur” y de “El Aleph”, y también hay un “Sábato”: el “Sábato” de Abaddón, el Exterminador. Pero, mientras Borges “renace” constantemente en el juego de su literatura, Sábato “se suicida”: luego de Abaddón..., reconoce cerrado el ciclo de su literatura. Ha llegado al agotamiento, no tiene nada más que decir en el género novela. De ahí en adelante, se dedicará a escribir algunos brillantes ensayos y a pintar. Para Sábato, la vida ha completado su círculo: ha regresado a la vocación de su infancia. Será el pintor callado de Santos Lugares, que se justifique frente a los periodistas por su alejamiento de la literatura. Su vista está débil, pero...puede pintar!  Justificación poco creíble. ¿Cómo explicar a los periodistas que el “Sábato” de ficción ha matado al Sábato novelista, y que sólo le queda pintar?[40]
            Para qué repetirse: Sábato sabe que lo ha dado todo. Ha tratado de aprender una lección de su tiempo: la lección de la pasión y la vida, de la sincera búsqueda existencial de la verdad del hombre. Por eso siente que él ha superado la dicotomía de Florida y Boedo, entre escritores patricios y aristocráticos, por un lado, y escritores hijos de emigrantes, escritores populistas, por otro. Ha sido una suma de Arlt y de Borges: ha sido Sábato. Si Sábato empieza su carrera literaria muy cerca de Borges, sintiendo la presencia intelectual de Borges en Uno y el Universo, la concluye siendo Sábato, con total reconocimiento de su identidad y de su voz, así como de su aporte a la literatura argentina contemporánea, con una definida identidad de escritor y de pensador.
            Borges ha sido para Sábato una obsesión que lo acompañó durante buena parte de su vida: en él se vio reflejado como en un espejo deformante. Borges fue su “otro”, de quien se sintió cerca primero y distanciado en su madurez, como lo refleja en el artículo: “Borges y el destino de nuestra ficción”. Sábato, el obsesivo Sábato, no vive en “juegos literarios”, vive en sus angustias existenciales que tan brillantemente nos ha comunicado en sus novelas.
           

                                                            Bibliografía citada

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[1]  Ernesto Sábato, Sartre contra Sartre, 1968 y Significado de Pedro Henríquez Ureña, en E. Sábato, Obras II Ensayos, Buenos Aires, Losada, 1970, pp. 909-35 y pp. 803-27; E. Sábato, Apologías y rechazos, Madrid, Editorial Seix Barral, 1979, pp. 53-77.
[2] E. Sábato, El escritor y sus fantasmas, Buenos Aires, Editorial Aguilar, 1967, 3ra. edición, p. 27.
[3] E. Sábato, “La novela rescate de la unidad primigenia”, en El escritor y sus fantasmas, pp. 257-264; E. Sábato, Uno y el Universo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1948, segunda edición, p. 24.
[4] Escritor incomprendido y fiel a su destino, como Sábato. Ensayista vernáculo, cuya figura americana crece, a medida que pasa el tiempo, junto a las de otros pensadores de América, como Angel Rama y Ezequiel Martínez Estrada. Mentor de Sábato, escritor novicio entonces, a quien introduce al grupo de la revista Sur; será quien lo lleve, casi casualmente, a la carrera literaria. Es curioso que Sábato haya sentido menos amistad hacia Martínez Estrada, destinado a ser uno de nuestros grandes ensayistas. Cuando lo conoció entabló una amistad con quien era en ese momento el poeta Ezequiel. Pero sus ensayos parecen haberle impactado menos. Quizá la ácida y conflictiva personalidad de ambos escritores haya sido un obstáculo para una relación más serena. María Angélica Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato, Buenos Aires, EUDEBA, 1971, pp. 34-5 y 65-76.
[5] Además de Sartre, otro escritor existencialista francés que aparece repetidamente aludido en sus escritos es Albert Camus.
[6]  Sábato, como Borges, dan al ensayo (y a las ideas) un papel central en su narrativa. La novela latinoamericana tiene una vieja tradición “ensayística”. Ya la primera gran novela argentina, Amalia, de José Mármol, 1851, mantenía largas explicaciones ensayísticas. Sábato tenía grandes modelos en el género, dentro y fuera de la lengua hispana (fuera de nuestra lengua, el novelista de ideas que más parece haberlo impactado es Dostoievsky, que supo presentar a sus personajes dominados por cuestiones morales y filosóficas). Borges, en cambio, contaba con pocos antecedentes (el más importante, el creador del cuento moderno, Edgar Allan Poe): uno de sus mayores aportes al género fue el transformar el cuento en vehículo de ideas filosóficas. Esto tiene que haber impresionado profundamente a Sábato. En el desarrollo de su novelística, da a las ideas un papel cada vez más central. En su última novela, Abaddón, el Exterminador, 1974, el personaje “Sábato” mantiene largas disquisiciones con otros y consigo mismo, sobre cuestiones literarias, filosófica y políticas.
[7] Su padre, el abogado Guillermo Borges, conocía y amaba la literatura y escribió una novela, El caudillo, publicada en 1921. Destinó a su hijo al oficio de las letras (Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges A Literary Biography, New York, Paragon House Publishers, 1988, pp. 79-87).
[8] Logró una esmerada formación literaria, en parte autodidacta. Asistió al College Calvin, en Suiza, completando allí sus estudios secundarios, etapa de su vida crucial para su desarrollo intelectual y estético (Rodríguez Monegal, p. 114-124).
[9] E. Sábato, El escritor y sus fantasmas, p. 43.
[10]  J. L. Borges, E. Sábato, Diálogos, Buenos Aires, Emecé Editores, 1976, p. 108.
[11]  Los tres primeros libros de ensayos de Borges, Inquisiciones, 1925; El tamaño de mi esperanza, 1926; El idioma de los argentinos, 1928, muestran la notable versatilidad intelectual y curiosidad crítica del joven Borges. En Evaristo Carriego, 1930, Borges se presenta como un ensayista inventivo, que trata de entender a un poeta criollo tanto desde el punto de vista de la poesía popular, como de la historia de la ciudad de Buenos Aires.
[12]  J. L. Borges y B. Edelberg, Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Troquel, 1955.
[13]  E. Sábato, Claves políticas, Buenos Aires, Rodolfo Alonso Editor, 1971, pp. 57-78.
[14] En esto, su biografía tiene más puntos en común con la de Arlt que con la de Borges. Por eso, a diferencia de Borges, que siempre se burló y consideró ilusorias las tendencias o escuelas literarias de Florida y Boedo, que se desarrollaron durante la década del veinte, Sábato las tomó muy en serio, y creyó real la conflictiva interpretación del hecho literario que las separaba. Sábato no había tenido acceso de niño y adolescente a esa fabulosa biblioteca que había disfrutado Borges (J. L. Borges, E. Sábato, Diálogos, Buenos Aires: Emecé, 1976,  p. 16 y Harley D. Oberhelman, Ernesto Sábato, New York, Twayne Publishers, 1970, pp. 17-20).
[15]   M. A. Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato, pp. 17-22.
[16]  Carmen de Carlos, “Ernesto Sábato: El mundo está podrido y eso es irreversible”, ABC, Cultura, 12.6.1997. Esta actitud de Sábato, de iniciar un nuevo proyecto vital y artístico: la pintura, casi a sus setenta años, presenta un paralelo con Borges, quien, en su vejez, y ya estando ciego, comienza sus estudios de antiguas lenguas y literaturas escandinavas y del anglosajón. Ambos escritores comprenden de antemano que, por  avanzada edad, son tareas que dejarán inconclusas, o que no podrán desarrollar con la fuerza de un joven, pero son fieles a la necesidad de expresarse y de conocer.
[17]  H. Oberhelman, Ernesto Sábato, pp. 39-45.
[18]  M. A. Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato, pp. 65-76.
[19]  M. A. Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato,  pp. 46-7.
[20]   M. A. Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato, pp. 51-63.
[21]  E.  Sábato, Obras II Ensayos, Buenos Aires, Editorial Losada, 1970, pp. 11-13.
[22]  E. Sábato, Uno y el Universo, pp. 31 y 35.
[23]  E. Sábato, Uno y el Universo, pp. 79-94.
[24]  Gemma Roberts, Análisis existencial de Abbadón, el Exterminador de Ernesto Sábato, Boulder, Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1990, pp. 40-48.
[25] En el prólogo de Uno y el universo, Sábato hace una afirmación sobre la identidad personal y el ser en el mundo, muy semejante a otra que enunciaría el mismo Borges, años más tarde, con parecidas palabras. Dice Sábato: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento de los hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después se advierte que el fantasma que se perseguía era Uno-mismo.” (p. 13) Borges escribe en el epílogo de El hacedor, 1960, en su insuperable estilo: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de  montañas, de bahías, de   naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.” J. L. Borges,  Obras completas 1923-1972, Buenos Aires, Editorial Emecé, 1974, p. 854.
[26]  E. Sábato, Sobre héroes y tumbas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986, p. 135.
[27]  Borges sostuvo un punto de vista similar en su ensayo “El escritor argentino y la tradición”, incluido en Discusión, Buenos Aires, Emecé, 1955, segunda edición aumentada; J. L. Borges, Obras completas, pp. 267-74.
[28]  Lo metafísico, como en Borges, no necesita estar reñido con lo verosímil; es el substrato “profundo” y trascendental que alimenta la literatura.
[29]  María Rosa Lojo, Sábato: en busca del original perdido, Buenos Aires, Editorial Corregidor, 1997, pp. 85-9.
[30]  James Predmore, Un estudio crítico de las novelas de Ernesto Sábato, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1981, pp. 68-71.
[31]   J. L. Borges, E. Sábato, Diálogos, p. 16.
[32]  No podemos negar que a Borges le apasiona también lo popular, como lo demuestra en su libro Evaristo Carriego, 1930, pero a diferencia de Sábato, que formó parte del pueblo, de la nación inmigrante que convivió con la argentina criolla, Borges fue espectador del suburbio, en los jardines de su casa de Palermo, protegido por “una verja con lanzas”  y rodeado de “una biblioteca de ilimitados libros ingleses”, como explica en el “Prólogo” a la edición aumentada de 1955 de Evaristo Carriego (J. L. Borges, Obras completas, p. 101).
[33]  E. Sábato, El escritor y sus fantasmas, Buenos Aires, Aguilar, 1967, tercera edición, pp. 43-4.
[34]  La Profesora Norma Carricaburo, en su estudio genético de Sobre héroes y tumbas, muestra el largo, angustioso proceso de elaboración de la novela, desde 1936 hasta 1961, en que la publica. Su gestación lenta es producto de sus contradicciones humanas y existenciales, y su desgarramiento espiritual, que lo llevan a sostener procesos de cambio que se reflejan en la escritura de la novela.
[35]  J. L. Borges, Obras completas, p. 779.
[36]  E. Sábato, El escritor y sus fantasmas, p. 242.
[37]  E. Rodríguez Monegal,  Jorge Luis Borges A Literary Biography, pp. 171-2.
[38]  E. Sábato,  El escritor y sus fantasmas, pp. 257-64.
[39]   E. Sábato, Abaddón, el Exterminador, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1974, p. 526.
[40]  Gustavo Fares, “Sábato pintor: la mirada de la distancia”, Revista Iberoamericana 158, enero-marzo 1992, “Homenaje a Ernesto Sábato”, dirigido por Alfredo A. Roggiano, pp. 253-260.

              Publicado en Alberto Julián Pérez, 
             “Una magnífica obsesión literaria: Sábato frente a Borges”. 
             Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas.
             Córdoba: Colección Archivos/Alción Editora, 2009. 
              649-667. Edición de M. R. Lojo



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