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sábado, 9 de enero de 2016

La Sibila


                                                            De Alberto Julián Pérez ©

En la esquina de casa vive una indigente.
La pobre está desequilibrada.
Vuelta hacia adentro, habla sola.
Parece tener algo más de treinta años.
Los vecinos pasamos a su lado sin decir nada.

Llegó al barrio hace un año.
Tendió sus mantas en la vereda,
cerca de una alcantarilla.
Ese lugar es su morada.
Allí come, duerme y pasa sus días.

Es una mujer moderna:
tiene una radio y una calculadora rotas.
Mueve o aprieta sus botones y conversa con ellas.
Quizás la entienden y le responden cosas.

La hemos aceptado
como parte de nuestra realidad.
Los niños la miran con curiosidad.
Ella vive en su propio mundo.

Sucia, cubierta de viejos abrigos, en invierno
y en verano, duerme junto a un perro viejo
que se hizo su amigo
y es el único ser que le brinda
su calor, su cariño.
Cada mediodía le da de comer a las palomas
las sobras de las sobras que recibe.

No nos presta atención,
ignora lo que pasa a su lado.
“Ha perdido la razón”, nos decimos,
pero no sabemos bien qué es la razón.

Parece que oye voces.
Quién sabe qué le dicen.
Para mí es como una sibila
que recibe mensajes del más allá.

Los vecinos procuran no acercarse mucho.
Huele mal y seguramente tiene piojos.
No quieren contagiarse.
¿Qué nos pasaría si atravesáramos,
con ella, la pared invisible
y cruzáramos a ese otro lado, que no conocemos?

Aprovechamos para hacer nuestra catarsis.
Esta mujer sucia nos sirve para limpiarnos.
Purgamos nuestro miedo al abandono y al fracaso.

¡Oh indigente, oh inocente sibila,
perdona nuestras deudas!
¡Somos parte de tu miseria!

Tal vez sea esta una prueba
que dios nos envía
y somos nosotros los observados.
En este laberinto sin salida
guardo cierta esperanza de resurrección.

Ella parece habitar
dentro de un sueño recurrente.
Yo creo que las voces que oye
son las mismas que hablan a los poetas.

Hay en ella cierta belleza trágica.
Su vida parece una metáfora
del purgatorio o del infierno.

En su suerte veo reflejado
el destino fatal de muchos artistas;
ante la realidad, impotentes,
prisioneros de sus sueños.

Siento que expresa algo
que va más allá de lo que vemos.
Su silencio es un enigma
preñado de interrogantes.

¡Oh inocente sibila!
¡Concédeme un deseo!
Haz que desaparezca la distancia
entre dios y nosotros.

Mírame por una vez a los ojos.
Toma mis dos manos.
Confíame los secretos de tus voces, 
y dime, si puedes, quiénes somos.


Publicado en The Crow Magazine No. 4 - enero, 2016. web. 


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