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sábado, 8 de octubre de 2016

La palabra viva de Eva Perón

                                                                     Alberto Julián Pérez ©
                                                                                                

La emergencia del populismo peronista, liderado por Juan Perón (1895-1974) y su esposa Eva Duarte de Perón (1919-1952), la carismática y joven actriz, dividió, a partir de 1945, el campo político y social en la Argentina.[1]
            En mi trabajo me propongo estudiar la “palabra viva” de Eva Perón, tal como ésta emerge de sus discursos y sus libros.[2] Estos, que fueron escritos total o parcialmente por colaboradores letrados, con su consentimiento y cooperación, pueden ser considerados una especie de “guión” al servicio del papel político del personaje histórico. Los libros y discursos buscaban difundir las ideas peronistas y dar cuenta de la labor política de Eva dentro del Movimiento. Presentaban una visión del Peronismo desde el campo popular de la mujer. Primero, haré un breve resumen histórico e ideológico de la trayectoria de Eva en el Peronismo, y luego comentaré algunas de sus ideas más destacadas, para tratar de entender mejor su significado histórico y sus aportes al Movimiento durante su breve y brillante carrera política.[3]

I. Eva Duarte era, a comienzos de la década del cuarenta, una joven actriz de radioteatro con una modesta carrera artística.[4] Al poco tiempo de conocer a Perón, a principios de 1944, y de iniciar una relación romántica con el Coronel, Eva, que era artista de Radio Belgrano, emisora que apoyaba la política del régimen militar en el poder, trabajó en un ciclo radial de programas pedagógicos difundiendo las ideas del GOU.
            Como recomendada de Perón, la carrera artística de Eva progresó rápidamente (Sarlo 60-74). Encabezaba su propia compañía de radioteatro y contaba con la colaboración del joven libretista Muñoz Azpiri. Protagonizó un ciclo de famosas mujeres de la historia, que habían influido en la gestión de gobierno de sus esposos o ellas mismas habían tenido poder político, como Madame Lynch, esposa del caudillo paraguayo Solano López, la emperatriz Carlota de México, la última Zarina y la reina Isabel I de Inglaterra (Frazer y Navarro 31). Su hermano Juan Duarte, colaborador y amigo de Eva, era el representante de la compañía. Posteriormente, éste se convirtió en el secretario personal de Perón, posición en la que se mantuvo por varios años, hasta el escándalo de corrupción que lo implicó en graves estafas y lo llevó a cometer un cuestionado suicidio en 1953, ya desaparecida Evita. Durante 1944 y 1945 Eva fue una actriz popular, mimada de las revistas del espectáculo, y actuó en varias películas, entre ellas La cabalgata del circo, con Hugo del Carril.
La singular relación amorosa entre un militar miembro del gobierno, con creciente influencia (al puesto de Secretario de Trabajo y Previsión, sumó luego el de Ministro de Guerra y Vice-Presidente), y una actriz de radioteatro, en momentos en que la radio era un medio de difusión y comunicación popular privilegiado, atrajo el interés de los fotógrafos de la prensa. Perón aparecía en numerosas fotos junto a Eva y miembros del gobierno, en particular con su amigo y colaborador el Coronel Mercante. En esos años Perón apoyó a los trabajadores para que organizaran y consolidaran sus sindicatos, y Eva se convirtió en Presidente de la recientemente formada Asociación Radial Argentina (Fraser y Navarro 42).
Los hechos ocurridos el 17 de octubre de 1945 introdujeron en la escena política a un nuevo actor protagónico: el pueblo trabajador, los “descamisados”. Los críticos momentos, luego de la detención de Perón, que llevaron a la espontánea poblada, demostraron el ascendiente que había logrado entre los trabajadores. Las masas ocuparon pacíficamente la plaza de Mayo frente a la casa de gobierno y pidieron por la liberación de su líder. Una vez liberado Perón apareció en el balcón de la casa de gobierno, habló a la multitud enfervorizada y anunció que habría elecciones próximas, tras lo cual las masas se desmovilizaron y regresaron a sus hogares y puestos de trabajo. Eva, en los momentos más difíciles de esas jornadas, temió por la vida del Coronel (Frazer y Navarro 59). Perón pasó de ser un miembro líder del gobierno de facto, a ser el líder de los “descamisados”. En abierto conflicto con sus colegas militares, y gracias al apoyo del pueblo, forzó al presidente a dar elecciones en unos pocos meses más: el 26 de febrero la ciudadanía votaría en los comicios de todo el país.
Ese hecho histórico insólito dio nacimiento a un nuevo movimiento de masas, liderado por Perón (el conductor, como él gustaba llamarse), apoyado por Eva, su compañera leal. Se casaron pocos días después y Eva se convirtió en la esposa del candidato a Presidente del Partido Laborista. Durante la contienda partidaria Perón formuló un atrayente programa social y económico. Si bien desconfiaba del sistema político partidario y las contiendas entre partidos, participó en esa competencia democrática y entró en el juego político de la sociedad civil. Su movimiento nacional nucleaba al espectro más amplio posible de los votantes. Eva, que había demostrado ser una mujer de iniciativa y no había aceptado quedarse al margen de muchas de las reuniones políticas de su pareja, apoyó activamente a su marido en su campaña, acompañándolo en sus discursos proselitistas y viajando con él al interior del país en tren (Fraser y Navarro 72-4).
Perón desarrolló tempranamente una relación de simpatía, siendo oficial del Ejército, con la gente sencilla del pueblo trabajador, a la que aprendió a tratar y respetar, reconociendo el estado de desprotección en que vivía. Esa experiencia tuvo que haber influido en el desarrollo de su política social, y en su deseo de dar protagonismo a ese pueblo en su política. Resulta singular su relación con Eva, la joven actriz, a la que Perón, un importante funcionario del gobierno, no tomó a la ligera. Eva era una joven de origen modesto, la hija menor de una relación ilegítima, entre un hacendado casado y una mujer sin recursos de un poblado vecino. Criada en un área rural de la provincia de Buenos Aires, recibió escasa educación (solo había concluido la escuela primaria). Mujer de férrea voluntad, Eva halló en Perón al mentor y al amante que le permitiría acercarse al mundo del poder y conquistar su propio lugar en la historia argentina. Fue el encuentro de dos personalidades afines y complementarias, en los que se unía gran sensibilidad y amor por lo popular y por el pueblo, capacidad de trabajo y tesón, ambición de poder y vocación de servicio social. Perón, al alcanzar el poder y triunfar en la puja presidencial, arrastró a Eva a la posición de Primera Dama de la República y esposa del Presidente.[5]
            Evita, al iniciar Perón su presidencia, en un régimen que prometía introducir grandes cambios desde el poder (Perón había demostrado su voluntad reformista como Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno anterior), y contaba con un amplio apoyo popular, evidenciado en el voto masivo que recibiera el Partido Laborista en las elecciones, tuvo la posibilidad de seleccionar para sí aquellas tareas que consideraba más trascendentes en relación a la política de su esposo. Perón, por su parte, dejó a su mujer amplia libertad para elegir sus ocupaciones y definir el que debería ser el papel de la mujer del Presidente dentro de su gobierno.[6]
            Durante los años que siguieron a la inauguración presidencial en 1946 y hasta su muerte en 1952, Evita cumplió tres papeles fundamentales en el gobierno de Perón: primero, redefinió el sentido de la beneficencia y ayuda a los necesitados en el gobierno populista, creando la Fundación Eva Perón y poniéndose al frente de la misma; segundo, apoyó y promovió la aprobación de la ley a favor del voto de la mujer, organizando después el Partido Peronista Femenino, y, tercero, actuó como delegada de su esposo ante los sindicatos y comisiones obreras que se acercaban al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde Perón le dio una oficina para que trabajara diariamente. Fue en el ejercicio de estas tres tareas que Eva, que había desarrollado su personalidad profesional en el ámbito mediático, particularmente la radio, empezó a articular su discurso político, su palabra viva para llegar al pueblo argentino, ya no como actriz sino como esposa del Presidente, y representante ante Perón de los intereses y las demandas de los trabajadores.
Eva definió su personalidad pública en la política y articuló su palabra viva como representante privilegiada de los intereses del pueblo, abogada y protectora de los trabajadores y los humildes. Creó un personaje carismático y espectacular, mostrándose apasionada, fanática defensora de los intereses del pueblo y de Perón. Hablaba de su marido en sus discursos como de un líder único, inigualado, situado en las alturas. En su propuesta dramática la masa oficiaba de coro político al pie del líder, apoyándolo en su lucha revolucionaria por la liberación nacional. Eva era la “primera voz” del coro del pueblo, y el puente entre el poder de Perón y las virtudes de la masa peronista.[7] Este papel de mediadora e intercesora, entre una personalidad carismática y el pueblo, le permitió compartir el carisma de Perón y la fuerza mágica que lo animaba en su relación con las masas. Se transformó en una figura tutelar, un “hada buena”, de un pueblo que la adoraba y la mitificó después de su muerte. Su agonía pareció un martirio, y el sepelio y el duelo popular forman parte de la memoria sagrada del Peronismo. En Eva el pueblo encontró a la madre joven y vehemente, a la mujer carismática y bella, cuya fe y fuerza religiosa prometían a las masas la regeneración del poder político en beneficio de ellos.
Perón dio a Eva gran independencia, y en lugar de colocarla, como consorte, en un espacio simbólico, a su lado, la situó frente a él, como interlocutora, junto al pueblo. De esta manera la transformó en una aliada que reflejaba su política desde las filas del proletariado. Permitió que Eva ocupara la misma oficina que él había utilizado en el edificio del Consejo Deliberante, donde funcionaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, transformada en Ministerio, vecina a la oficina del Ministro, de extracción obrera, el compañero Freire.
Si seguimos la actuación pública de Eva, notamos que sus primeros discursos registrados, luego que Perón asumiera la presidencia en 1946, estaban dirigidos a asociaciones obreras, o vinculados a actos de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, o fueron discursos pronunciados por radio en celebración de fechas destacadas para la vida de la nación, como el 17 de  octubre o las palabras de despedida del año. Muchos de estos discursos tomaban como destinatarias a las mujeres. El discurso del 25 de julio de 1946, por ejemplo, transmitido por radio en cadena por todo el país, fue parte de la campaña gubernamental contra la especulación y el alto costo de la vida, y Eva solicitó el apoyo de las amas de casa y les pidió que tuvieran una actitud consciente y vigilante, y evitaran pagar precios excesivos, obligando a los comerciantes a respetar el control de precios máximos determinados para los productos (Eva Perón, Evita Mensajes y discursos Tomo 1: 37-41).
En cada uno de esos discursos Eva fue creándose un espacio de enunciación desde el cual hablaba a su público: al principio lo hacía en nombre de Perón, o con el aval y la autorización de Perón, en muchos casos enviada por él a un evento, al que no había podido asistir porque tenía otros compromisos. Con el paso del tiempo notamos en sus discursos una gradual evolución en la manera que hablaba de Perón y de sí. Eva buscaba su lugar propio dentro del Peronismo. En el discurso del 27 de noviembre de 1946, en el aniversario de la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión, se definió como “…una descamisada más…que no cuenta con una gran elocuencia pero sí con un corazón grande…” (Evita T. I: 57). El día 30 de noviembre, en una concentración popular en Tucumán (Eva viajaba con frecuencia al interior), se dirigió en nombre de Perón a los trabajadores “descamisados”, les anunció que se había aprobado el aguinaldo, y dijo que era “…una embajadora de la esperanza, el amor y la nueva conciencia” (Evita T 1: 59). Hablaba como “mujer del pueblo”, ya que había salido “de sus filas” y se ponía al frente de las mujeres argentinas “…como un soldado más, para defender el futuro, para que se nos reconozcan nuestros derechos” (Evita T. I: 60).
Los discursos de Eva, en general, eran breves. Durante la primera época se los escribía quien fuera su libretista como primera actriz de radioteatro: Francisco Muñoz Azpiri (Fraser y Navarro 31). Muñoz Azpiri, que era abogado e historiador, había escrito los guiones teatrales del ciclo de mujeres de la historia que Eva había transmitido durante 1945 por Radio Belgrano. Había observado el potencial de Eva como actriz y no le debía resultar difícil encontrar las palabras adecuadas para su nuevo papel, en las situaciones concretas en que tenía que dirigir la palabra a su público. Posteriormente, la acompañaría a su viaje a Europa.
Perón instruyó a Eva mediante pacientes charlas, compartiendo con ella sus ideas políticas. La adoptó como discípula y le hizo leer bajo su guía unos pocos libros (Evita T. IV: 57-60). Había sido profesor de la Escuela Superior de Guerra durante diez años y mostraba una marcada actitud pedagógica en sus escritos y discursos, especialmente aquellos dirigidos a correligionarios y obreros. Supervisaba la línea política de los discursos de Eva, que eran, dadas las circunstancias, cuestión de Estado, ya que la opinión pública los juzgaba como parte de la estrategia política peronista.
Los discursos de Evita apoyaban la línea peronista sin cuestionamientos críticos, e iban estableciendo su propio lugar de enunciación y espacio político estratégico dentro del Movimiento. En el discurso que pronunció durante la primera Navidad en que Perón estuvo en la presidencia, transmitido por radio en cadena nacional, dirigido a las mujeres del país, Eva aseguró a su audiencia que los peronistas habían pasado de las promesas a las realizaciones, gracias a un Presidente que era como un descamisado más y se quitaba el saco para estar con el pueblo. El Presidente le había dado a ella misma la posibilidad  “de ayudar al que sufre”: en lugar de asumir un cómodo papel “oficial” de esposa, había dejado de lado “la postura”, prefirió “el sentimiento” y se sentía “…una descamisada más de sus masas heroicas y sinceras” (Evita T. I: 66).
En ese discurso de la navidad de 1946 empleó el “vosotros” y utilizó un lenguaje relativamente distante para hablar a las masas. Eso habría de cambiar durante 1947, en que Eva trabajó activamente en la campaña para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de las mujeres y el sufragio femenino. En esos discursos Eva pedía a las mujeres que lucharan por sus derechos, mostrando capacidad de convocatoria y poder persuasivo para dirigirse a las masas. En el discurso del 27 de enero de ese año, transmitido en cadena por radio, su lenguaje fue más enfático para definirse a sí misma, y ponerse como ejemplo ante las otras mujeres. Dijo: “Conozco a mis compañeras, sí. Yo misma soy pueblo. Los latidos de esa masa que sufre, trabaja y sueña, son los míos.” (Evita T. I: 74). Cuenta cómo pasó por encima del protocolo para sumarse a la acción social del Peronismo, y asegura que su labor en esa área se irá ensanchando. Llama a las mujeres a unirse y movilizarse y, al hacerlo, colocarse “en un plano social nuevo”, porque la mujer argentina “ha superado el período de las tutorías civiles” y posee “madurez social y política” (Evita T. I: 76).
El voto femenino se convertiría en el arma de las mujeres para demostrar que habían llegado a su mayoría de edad. La campaña a favor del voto femenino, promovida desde el poder por el Peronismo, le dio a Eva autoridad política frente a las masas. Esa independencia política se acrecentó cuando en junio de ese mismo año inició un viaje oficial por países de Europa durante varios meses sin su marido. La comitiva que la acompañaba incluía a su hermano, a su confesor y amigo, el padre Benítez, a  su ex-libretista radial y encargado de sus discursos, Muñoz Azpiri, a su amiga y colaboradora en el Ministerio de Trabajo y Previsión, Lilian Guardo y al importante empresario peronista Alberto Dodero, que financió el viaje (Fraser y Navarro 89).
Eva publicó una serie de notas en el Diario Democracia, vocero peronista (Perón lo había comprado y puesto a nombre de Eva), pidiendo apoyo al sufragio femenino. En el discurso que dirigió a los obreros de la fábrica de Jabón Federal, en su mismo sitio de trabajo, el 21 de febrero de 1947, exaltó a Perón, que, como Presidente, había logrado humanizar el capital y el trabajo, y luchaba por la felicidad de la masa trabajadora. Se colocó a sí misma junto a los trabajadores, en las filas del pueblo, diciendo: “Nosotros, los que venimos del pueblo…sabemos valorar en toda su magnitud la obra de dignificación de la masa trabajadora” que, antes del Peronismo, “…era víctima de toda clase de explotaciones” (Evita T. I: 97). Aclaró que el General promovía el voto femenino, y ella era embajadora “de confraternidad, de amor y de esperanza” y servía de puente entre los trabajadores y Perón. Afirma su lealtad al Movimiento, insiste en su deseo de sacrificarse por la causa, y les avisa que deben cuidarse de los detractores y posibles “traidores” al Peronismo. También explica el compromiso del Peronismo con el pueblo trabajador, a cuyo servicio está el movimiento, y pide a los obreros que se sacrifiquen para aumentar la producción y la riqueza, en apoyo del Plan Quinquenal que es “…el plan de los descamisados, y como tal, tienen que defenderlo.” (Evita T. I: 98).
En su discurso radial del 12 de marzo de 1947, dirigido a las mujeres, Eva dice que la revolución peronista había permitido “…el triunfo de las nuevas formas de la justicia social,  y del derecho victorioso del más débil, del más olvidado en la escala de los seres humanos” y define al Peronismo como una “…fuerza espontánea que ha renovado el panorama político de nuestra Patria” (Evita T. I: 109). Argumenta que la legislación argentina se había olvidado de la mujer como sujeto político, y que lo acontecido el 17 de octubre de 1945 demostraba la madurez política de la mujer, que espontáneamente había participado en la movilización popular que permitió la liberación de Perón y el posterior triunfo de su política justicialista. Si bien está de acuerdo que es indispensable la guía formativa de la mujer en el hogar, en su papel de madre y esposa, afirma que la mujer “…no es solamente afección, o la sensibilidad. La mujer es la conducta, y la dinámica. La mujer es la voluntad” (Evita T. I: 110). Como militante y defensora de su lugar público y político, Eva es un ejemplo de esta nueva posición de la mujer en la sociedad. Quiere lograr que les reconozcan a las mujeres, entre otros derechos, dice, el de “…la expresión de su voluntad cívica, la expresión de su voluntad política, la negación del vasallaje tradicional al hombre…” (Evita T. I: 111).
Interrumpió este ciclo de participaciones públicas en defensa de los derechos civiles de la mujer durante su viaje de tres meses a Europa; lo continuó a su regreso, intensificando su militancia, hasta la sanción de la ley del voto femenino en septiembre de ese año. En ese proceso Eva Perón se estableció como una importante figura política nacional. En un régimen de gobierno que promovía la relación directa del gobernante con el pueblo, demostró ser una gran comunicadora. Tenía juventud, carisma, una fuerza de convicción contagiosa y sabía llegar a las masas.
En su discurso del Día de las Américas, el 14 de abril de 1947, en que abogó por la paz y la justicia social, pidió que ya no hubiera más discriminación en el mundo basada en la raza, la nacionalidad, el sexo, las ideas, la religión y el poder económico, e insistió en que los trabajadores del continente debían gozar del derecho a una retribución salarial justa, seguridad social, protección familiar y la posibilidad de mejoramiento económico (Evita T. I: 127-8).
Antes de viajar a Europa, Eva inauguró el 3 de junio el primer albergue temporal para mujeres en Buenos Aires. Desde septiembre del año anterior trabajaba en el Ministerio de Trabajo y Previsión, recibiendo a los necesitados y promoviendo obras que beneficiaban a la población más desprotegida. Durante su gira por Europa, varias veces habló en lugares públicos a los trabajadores. En su discurso del 14 de junio, ante Franco, en una plaza pública, dijo a los trabajadores españoles que estaba allí para traerles “…un mensaje de amor de todos los trabajadores argentinos” (Evita T. I: 150).
El Peronismo practicó un populismo nacional sindicalista, que buscaba el reconocimiento de los derechos de los trabajadores y dio poder a actores sociales marginados, como las mujeres. El discurso de despedida de Eva de Madrid, que se transmitió por radio, fue dirigido especialmente a las “mujeres de España” (Evita T. I: 152). Sus discursos en Italia también mencionaban a las mujeres con frecuencia, e incitaban a los trabajadores a hacer suyo el futuro (Evita T. I: 160). Al regresar a Argentina, a fines de agosto, anunció que volvía a ocupar su puesto en su oficina del Ministerio de Trabajo y Previsión. Eva hablaba de sí como trabajadora, hacía referencia a las jornadas agotadoras de trabajo de su marido, y se sometía ella misma a días laborales de 14 y 15 horas, dejando debidamente documentado, a visitantes locales y a extraños, su culto al trabajo y al bienestar social, al que diferenciaba cuidadosamente de la beneficencia, que había sido la piedra de toque de la sociedad patricia y elitista, en que las damas ricas daban regalos a los carenciados (Fraser y Navarro 122-8).
Evita dedicó un artículo a este tema, publicado en el diario Democracia, el 28 de julio de 1948, titulado “Ayuda Social, sí; limosna, no”, en el que afirmó que la ayuda social del Peronismo, que ella misma organizaba desde su Fundación de Ayuda Social, nada tenía en común con la de antes, a la que caracterizó de “limosna” accidental y esporádica, dedicada a tranquilizar las conciencias de los ricos y poderosos. Ella daba ayuda  social a aquellos que carecían de la protección social necesaria, a los “…que por razones de edad, por causas de enfermedad o por incapacidad física, no son aptos para el trabajo. Es la habitación, el vestido, el alimento, la medicina para el enfermo que no está capacitado para el trabajo y que no pudo adquirirla. No es limosna. Es, simplemente, solidaridad humana” (Evita T. I: 449). El gobierno peronista organizaba la ayuda social tratando de reparar injusticias y satisfacer las necesidades sociales de los sujetos más desprotegidos y marginales. Era su manera de expresar su amor al necesitado y reconocer su valer.
Una diferencia importante, para Eva, entre la ayuda social y la limosna, era que a esta última la daba el rico, al que le sobraba, al pobre, que no tenía, y era casi una burla de los explotadores hacia los explotados; la ayuda social, en cambio, en palabras de Eva, “…es la exteriorización del  deber colectivo de los que trabajan, de cualquier procedencia o clase social, con respecto a los que no pueden trabajar” (Evita T. I: 450). La ayuda social era más digna porque la brindaba un trabajador a otro trabajador desvalido. Eva solicitaba preferentemente apoyo económico de los trabajadores para llevar a cabo su notable obra en la Fundación de Ayuda Social. Construyó hogares para mujeres, para ancianos, para niños, hospitales, policlínicos, urbanizaciones obreras. Mediante su habilidosa intercesión y capacidad de convocatoria, logró que los sindicatos destinaran parte de los aportes que recibían de sus miembros a la Fundación. Gracias a estos fondos pudo reunir importantes capitales, que se transformaron en inmediatas obras sociales de asistencia a sectores carenciados de la sociedad.
El trabajo con la Fundación la puso en contacto directo con las necesidades de la población. Ella asumió su labor como un deber casi religioso, ganándose el afecto del pueblo. Su obra de asistencia social contribuyó muchísimo a modelar su imagen pública como abanderada de los humildes, defensora de los pobres y mujer providencial.
A través de la Fundación, Eva practicó un tipo de asistencia social que, afirmaba ella, no hacía distinción de sexo, raza, religión, origen y bandería política. La política social del Peronismo había nacido cuando Perón ocupaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, y Evita continuó su obra desde ese mismo espacio durante su presidencia. Perón, como Presidente, no podía gobernar sólo para un sector, tenía que gobernar para todos, aun cuando centrara su base política en el movimiento obrero organizado, que constituía la columna vertebral del Peronismo, y sería el sector más combativo durante los años de la Resistencia, luego de su caída.
Eva ayudó a Perón a mantener relaciones fluidas con el movimiento obrero, poniéndose en contacto con las agrupaciones gremiales, y transformándose en intermediaria entre los gremios y Perón, operando en funciones casi ministeriales. Si el trabajo en la Fundación le dio prestigio y visibilidad, su labor sindical fue fundamental para el Movimiento. Gracias a su simpatía y su carisma, y a su personalidad enérgica, Eva logró comunicarse con los líderes sindicales y fue respetada y valorada por ellos.
Eva y Perón fueron cambiando sus funciones en el plano político. Perón, que había iniciado su carrera en la Secretaría de Trabajo y Previsión, pasó a ser el líder máximo y Presidente. Clausuró el Partido Laborista con el que había llegado a la presidencia, y creó su propio partido. Decía que él no era un político profesional y tradicional burgués, y no creía en el sistema partidario demoliberal, que, en su concepto, operaba como una competencia política entre las elites en el poder, de espalda a los intereses del pueblo; él era un líder, cuyo mandato venía directamente del pueblo, que lo había habilitado políticamente al pedir por su liberación a las autoridades militares en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 (Pavón Pereyra 230-1). Este mandato popular hacía de Perón un líder elegido y plebiscitado por su pueblo.
Eva se situó en el ala izquierda del Movimiento, organizando el trabajo social que el Peronismo reivindicaba como la base de su política de masas. Era el nexo y representante de Perón ante los sindicatos, la directora de la Asistencia Social y la líder del movimiento femenino. Esta última función resultó crucial para el Peronismo: logró que la legislatura aprobara el voto femenino y reconociera los derechos civiles de la mujer, y luego creó el Partido Peronista Femenino, separado del Partido Peronista Masculino, y sobre el cual ostentó un liderazgo indiscutido, como su fundadora y Presidente. El Partido Femenino recibió más del sesenta por ciento del voto de las mujeres en las elecciones presidenciales de 1952, contribuyendo a la segunda presidencia de Perón. Eva favoreció la participación de la mujer en la vida política argentina, alentando su conciencia cívica (Fraser y Navarro 107-9).
La militancia de Eva hizo más por la mujer argentina que las prédicas de los grupos feministas elitistas de esa época, que se movían en una esfera alejada de la realidad social y las necesidades de las mujeres del pueblo. Toda esta actividad política de Eva, acompañada por sus constantes intervenciones públicas (tenía abiertas a su disposición las puertas de los medios de comunicación y contaba con múltiples espacios públicos: la radio y el cine, las plazas, los teatros y sindicatos), dio a su gestión un extraordinario dinamismo durante el tiempo relativamente breve en que participó en la política peronista. Sus años claves fueron de 1946 a 1950, cuando, en la cima de su habilidad y energía organizativa, presentó sus principales batallas políticas e hizo sus aportes mayores al Movimiento. 1951 fue el año de su renunciamiento político a la Vice Presidencia del país. La Confederación General del Trabajo la había propuesto como futura vicepresidente, y en un evento popular de caracteres dramáticos, en un mitin multitudinario, Eva aceptó el nombramiento, para luego, ante el conflicto político que generó el ofrecimiento en el Ejército, renunciar al mismo (Fraser y Navarro 143-7). Esos momentos la mostraron en la cumbre de su popularidad, dueña de un estilo propio para dialogar con las masas. Contaba con sus propios seguidores y seguidoras, que la veían como una apasionada defensora de los intereses de los trabajadores, y aspiraban a llevarla al gobierno.
            El agravamiento de su dolencia fue limitando gradualmente su actividad, hasta dejarla recluida en su residencia durante sus últimos meses de vida. En 1951 aparecieron sus libros Historia del peronismo y La razón de mi vida. En 1952, ante la inminencia de su muerte, minada su salud por el cáncer, el pueblo peronista inició un doloroso proceso de duelo. El 26 de julio murió Eva y durante días los hombres y mujeres del pueblo desfilaron frente a su féretro (Page 24-36).
Eva había demostrado que era una líder carismática, voluntariosa, dueña de una energía extraordinaria para su trabajo, organizadora natural que escuchaba y comprendía a las mujeres y a toda la gente del pueblo, comunicadora persuasiva habituada a tratar a los hombres que estaban en el poder, ya fuese el mismo Perón u otros militares y funcionarios políticos. Era capaz, como su marido, de tener un diálogo enriquecedor con los sectores sindicales y ejercer su liderazgo con firmeza.
Durante sus años de militancia política su relación con el pueblo trabajador se volvió apasionada. Eva exaltaba siempre sus valores y virtudes en sus discursos y en sus escritos. En el diario Democracia publicó el 4 de agosto de 1948 un artículo en que definía el sentido social que el “descamisado” tenía para el Peronismo. Dice que el descamisado apareció en el escenario político como antes había aparecido el gaucho, reclamando justicia frente a los enemigos de la nacionalidad (Evita T. I: 452). El descamisado era “…un factor de progreso, de unidad nacional, de bienestar colectivo” (Evita T. I: 453). Había cambiado la política, porque actuaba en defensa de los intereses del pueblo, que era el depositario de las virtudes de la nacionalidad y creaba la riqueza. La política de privilegio, creía, había terminado y cobraban valor el trabajo y la producción. La asistencia social era un acto de solidaridad del pueblo con el pueblo mismo. El Peronismo luchaba por dignificar al pueblo, mejorando su situación económica y laboral. Esa era la base de la prédica de la política justicialista (Evita T. I: 454).
En su biografía, La razón de mi vida, explica por qué prefiere el apelativo cariñoso de “Evita”, en lugar del de Sra. de Perón. Los descamisados sólo la conocían por el nombre de Evita, mientras los funcionarios de la presidencia o personalidades políticas la llamaban Señora. Cuenta que así se les presentó a los humildes de su tierra, diciéndoles “…que prefería ser Evita a ser la esposa del presidente, si ese Evita servía para mitigar un dolor o enjugar una lágrima” (Evita T. IV: 72). Eva confiesa que prefiere “su nombre de pueblo”: “Reconozco – dice - …que…lo que me gusta es estar con el pueblo, mezclada en sus formas más puras: los obreros, los humildes, la mujer…Hablo y siento como ellos, con sencillez y con franqueza llana y a veces dura, pero siempre leal. Nunca dejamos de entendernos. En cambio, a veces, “Eva Perón” no suele entenderse con la gente que asiste a las funciones que debe representar” (Evita T. IV: 74). Ve en sí a dos mujeres: una actúa un personaje oficial como Primera dama, y otra, la auténtica, es sencilla, llana, parte de su pueblo.
Su relación lírica e idealizada con el pueblo fue en constante progreso hasta sus últimos días. En su testamento, que leyera Perón el 17 de octubre de 1952 desde los balcones de la Casa Rosada (formaba parte de un manuscrito más extenso, nunca publicado por Perón, y dado a la luz finalmente como Mi mensaje en 1986), Eva aseguró poéticamente que dejaba su corazón a sus descamisados, sus mujeres, sus obreros, sus ancianos, sus niños; su corazón se quedaba con ellos para “ayudarlos a vivir” con el cariño de su amor, para “ayudarlos a luchar” con el fuego de su fanatismo, y “para ayudarlos a sufrir” con sus propios dolores (Mi mensaje 77). Perón, desde “su privilegio militar”, se había encontrado con el pueblo, “…supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta”, pero ella había nacido en el pueblo y sufrido con el pueblo, tenía carne y alma y sangre de pueblo (Mi mensaje 78). Eva, en ese texto, que es el más personal de todos sus escritos, y que parece tener menos interferencia de correctores ideológicos, designaba como sus herederos a Perón y al pueblo. Sus palabras finales fueron palabras de amor, confesando: “Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos porque él también está con los humildes y yo siempre he visto en cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca le negué” (Mi mensaje 80-1).

II. Eva idealizaba la personalidad de Perón. En sus primeros discursos, en 1946, se presentaba a su auditorio como “la mujer” de Perón, persuadiéndolo del amor que éste, “abanderado de la justicia social”, sentía por su pueblo (Evita T. I: 57). Al año siguiente, en un discurso pronunciado en Trabajo y Previsión a una delegación de estudiantes, cambia su tono y en lugar de presentarse simplemente como su esposa habla como “descamisada”. Eva exalta al General por su idealismo; dice Eva: “Ustedes los estudiantes…deben ver en el general Perón un idealista tratando de hacer esta Patria más justa, más soberana y más poderosa. Mientras el timón de la Patria esté en manos del general Perón, yo, como una descamisada más, les puedo asegurar que la Patria va segura y firme hacia un destino más brillante aún” (Evita T. I: 137). En otros discursos dice ser “modesta colaboradora” de Perón y actúa como abanderada del pueblo.
            En los discursos de los años siguientes Evita deja en claro que Perón es un Presidente sin rivales, un conductor extraordinario, y se define como “peronista fanática”. Sostiene un culto de idealización pública de Perón e indica la línea política a seguir: no debe haber ni segundas figuras ni caudillos que interfieran en la relación entre Perón y el pueblo. Los caudillos son, en la interpretación del Peronismo, causantes de problemas en los organismos políticos: llevan a la división, y en el Peronismo la consigna es la unidad (Evita T. IV: 35).
En las conferencias que leyera en la inauguración de la Escuela Superior Peronista en 1951, publicadas como Historia del Peronismo, analiza el papel político que debe ocupar el líder. Explica qué significa ser un líder, qué es el pueblo y como son los pueblos, y muestra el momento histórico en que el pueblo se encuentra con su líder. Evita aclara que en esa escuela se enseña a querer, a amar a Perón y si es necesario a dar la vida por él. Los pueblos no avanzan sin un conductor, éstos son sujetos providenciales en la vida de los pueblos. Se denomina “mujer sencilla, de pueblo” y dice que describir a Perón es como tratar de “describir al sol”: es alguien extraordinario, ilumina y, para conocerlo, hay que verlo (Evita T. III: 29). El líder es un “genio”, que aparece excepcionalmente, mientras los caudillos son individuos más limitados y egoístas, sirven intereses particulares y hacen daño al movimiento político (Evita T. III: 28). Evita se pone junto al pueblo y a buena distancia de Perón, para no ser un obstáculo, como los caudillos. El Peronismo no es un partido político demoliberal, sino un Movimiento, y su líder mantiene un contacto directo con las masas. Ella es una privilegiada, que puede compartir el carisma de Perón, y eventualmente desarrollar el suyo propio.
Evita en sus discursos presenta la ideología del Peronismo desde la perspectiva del pueblo. No repite mecánicamente lo que dice Perón. Abanderada del Movimiento, da una imagen apasionada del militante peronista. Evita es joven, fanática, y está dispuesta a dar la vida por la causa, a sacrificarse, como siempre afirma en sus discursos. Sacrificio que adquiere trágica concreción con su enfermedad, su agonía y su muerte. El duelo por su desaparición tuvo una enorme fuerza catártica. Era como despedir al pueblo mismo en la persona de su abanderada, la que va adelante en la lucha, llevando la bandera del Movimiento, sus ideales, y que como tal cae.
Evita exaltó la relación fraternal y de mutua adoración que existía entre Perón y las masas. Perón había triunfado fácilmente en las elecciones presidenciales de 1946 porque, a pesar de estar al frente de un partido político improvisado, había sabido darle espacio al trabajador, y logró quitarles los votos a los partidos políticos tradicionales. Todos aquellos que se oponían a su política estaban para Perón al servicio de la oligarquía. Los peronistas demonizaban a los partidos de la oposición y los consideraban traidores. La oposición no respetaba la voluntad popular. La virtud que caracterizaba al peronista era la lealtad, demostrada en la pueblada del 17 de octubre de 1945 para rescatar a su líder encarcelado. Perón luego transformó la celebración del aniversario del 17 de octubre en la gran fiesta popular de su Movimiento: el día de la lealtad del pueblo hacia su líder.
La oligarquía era caracterizada como traidora, “vendepatria”. Oligarcas eran todos aquellos que explotaban y esclavizaban al pueblo. “El espíritu oligarca – dice Eva en Historia del peronismo - se opone al espíritu del pueblo”; muestra “afán de privilegio”, ambición ilimitada, soberbia y vanidad (Evita T. III: 77). Aún dentro del Peronismo podía desarrollarse ese espíritu oligarca como una deformación, en funcionarios y dirigentes, si ponían su interés personal por delante del interés del Movimiento. Invita a los militantes a velar por su pureza, y luchar contra los traidores y los “vendepatrias” (Evita T. III: 89).
Eva explica en Historia del peronismo, siguiendo las ideas de Perón, que el Peronismo es distinto al capitalismo, y distinto al comunismo, pero tiene elementos de los dos: es un capitalismo humanizado, donde el estado tiene un papel mediador “justiciero”. Recuerda a los trabajadores que asisten al curso de la Escuela cómo la oposición a Perón se alió con el imperialismo norteamericano enemigo, representado por Braden, su embajador, contra el Peronismo en 1945 (Evita T. III: 99). Esto demostraba que tanto los partidos burgueses, como los comunistas y socialistas, habían preferido unirse al imperialismo que aliarse al Peronismo. Evita criticaba a la oligarquía en sus discursos, mientras idealizaba y alababa tanto a Perón como al pueblo. Perón y el pueblo eran la fuente de toda virtud, y la oligarquía, el imperialismo y los “vendepatria” representaban el mal. La oligarquía era la enemiga de la revolución peronista y los peronistas tenían que vigilar para evitar que la oligarquía y sus fuerzas destruyeran al Peronismo.
Diversos sectores de la población se oponían al Peronismo: una buena parte de la clase media, que apoyaba al Radicalismo; estudiantes e intelectuales, que preferían el marxismo comunista o socialista, y los profesionales, que desconfiaban de la política de movilización de masas que practicaba Perón, y resentían el papel que se daba a los obreros, que habían pasado de ser los más marginados y despreciados, a ser convocados e idealizados por Perón y Evita. Los profesionales sentían que el trabajo intelectual y profesional pequeño burgués había perdido parte de su prestigio al valorizarse el trabajo manual del obrero, durante la etapa peronista. La pequeña burguesía derivaba su sentimiento de superioridad social, en gran medida, de su educación privilegiada, y el cambio irritaba a la clase media profesional.
El Peronismo alienó a los que habían sido hasta ese momento participantes privilegiados de la política criolla: era un movimiento nacional y popular con actores nuevos (Mafud 49-55). Perón promovió la organización de gremios y sindicatos, creando una base activa para institucionalizar su política. Sus consignas eran simples: defensa de la economía, de la soberanía nacional y de la justicia social. Basó la efectividad de su Movimiento en la conducción y la estrategia (Conducción política, O. C.: XIII: 15-17). Los partidos políticos democráticos liberales y los comunistas privilegiaban la discusión crítica y el análisis racional de las ideas; el Peronismo favoreció la aplicación práctica de sus principios de justicia social por encima de las luchas ideológicas, evitando enfrentamientos políticos divisivos que lo debilitaran.
El modelo institucional peronista era centralizado y burocrático. La formación militar de Perón tiene que haber influido en ese modelo. El Ejército, como institución, limita la crítica y rechaza el disenso, desarrolla gran capacidad operativa y tiene poder e influencia social. Perón creó un Movimiento nacional combativo, unido, que respondía a sus órdenes, y tenía relativa autonomía para operar en conjunto en todo el país. Este Movimiento, respaldado por las organizaciones gremiales, se transformó en el gran actor de la política argentina. Después de 1955 el Peronismo sobrevivió, a pesar de la ausencia y proscripción de su líder. Los partidos políticos de oposición no pudieron ampliar demasiado su influencia hasta después de la muerte de Perón en 1974.

III. En un discurso del 1 de junio de 1949, pronunciado ante un congreso de obreros ferroviarios, Eva les dice que están tratando de limpiar la nación de “…vendepatrias y entreguistas, adentrándole el espíritu criollo en lugar de lo foráneo” y los incita a defender la revolución contra los “disfrazados de obreristas, agitadores, de afuera” (Evita T. II: 60). Explica a los trabajadores que hay que dar “la vida por Perón” y que ella misma en su lucha “va dejando jirones de su corazón y de su alma” y no tiene miedo de morir por la causa (Evita T. II: 62). En Mi mensaje, su último texto, ruega a los descamisados que no se entreguen jamás ni al imperialismo ni a la oligarquía. “La oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo – dice – tratará de vencernos”, la solución es “…convertir a todos los oligarcas del mundo: hacerlos pueblo” (Mi mensaje 83).
Los intelectuales liberales, los de izquierda y diversos sectores de la clase media conspiraron contra Perón y Evita durante los años de la primera y la segunda presidencia, demonizando la política peronista, y haciendo imposible un diálogo constructivo (Rosano 91-123). La política peronista, practicada desde el poder por Perón y Evita, con apoyo de los sindicatos, las organizaciones peronistas y las masas movilizadas, resultó desestabilizante y amenazadora para esa clase media acostumbrada a la política elitista de los partidos políticos liberales: dividió el campo político y cultural en peronismo y antiperonismo, alienando a grandes sectores del liberalismo y las izquierdas, y distanciándolos del proletariado y la clase trabajadora. J. L. Borges, que en su juventud había sido irigoyenista y desarrolló una línea literaria de tendencia popular, fue ferviente antiperonista y se hizo cada vez más conservador, al sentir el desprecio de los peronistas hacia su figura y la falta de comprensión y tolerancia por su obra (Naipaul 113-7). Los críticos nacionalistas y los forjistas, que lideraron la lucha antibritánica y antiimperialista, bajo la guía intelectual de Scalabrini Ortiz y Jauretche, transformaron a Borges posteriormente en un ejemplo del escritor extranjerizante y ajeno a lo nacional, olvidando su obra de juventud (Jauretche, Los profetas del odio 71-80).
A la caída de Perón, los historiadores revisionistas profundizaron esta visión de una argentina dividida entre un campo popular, liderado por los grandes caudillos históricos: Rosas, Irigoyen y Perón, y un campo antinacional, dominado por los intereses de los sectores liberales, aliados al capitalismo internacional (Jauretche, Política nacional y Revisionismo Histórico 52-60). Las figuras del liberalismo más criticadas fueron Rivadavia y Sarmiento. La pequeña burguesía liberal mostró el resentimiento que había acumulado durante los años de gobierno popular. Se publicaron los libros que los intelectuales liberales y socialistas, como Martínez Estrada, Sábato y Ghioldi, venían escribiendo durante la última etapa de la segunda presidencia, en que atacaban con vehemencia al régimen peronista y denunciaban las humillaciones que habían sufrido (Svampa 257-68).
Resultó difícil para la cultura pequeño burguesa liberal y marxista asimilar el Peronismo. Fue recién en la década del 60, durante los años de la Resistencia peronista, que intelectuales como Puiggrós y Hernández Arregui llegaron a una síntesis más progresista para interpretarlo, desde una perspectiva que integraba marxismo y nacionalismo (Hernández Arregui 346-381; Svampa 274-81). Pocos escritores y artistas pudieron trasladar lo que había pasado en esos años al imaginario globalizante burgués elitista del mundo de la literatura y el arte, formado en lenguajes literarios “internacionales” de origen europeo (Plotnik 29-69). Aquellos que captaron mejor el fenómeno populista del Peronismo fueron los periodistas, como Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez y Horacio Verbitsky, y los cineastas, como Fernando Solanas, Octavio Getino y Jorge Cedrón. Poetas y narradores siguieron, en su mayor parte, hasta 1974, reflejando la problemática de la pequeña burguesía liberal y los sueños utopistas de los sectores socialistas (Borello 18-32). Tal como había ocurrido antes con el irigoyenismo y el rosismo, la pequeña burguesía liberal reaccionó contra el Peronismo y lo acusó de ser un movimiento demagógico, totalitario y tiránico (Neyret 3). Jauretche afirmaba que la inteligencia argentina se había divorciado de los intereses populares, y que cuando ésta iba en una dirección, el pueblo iba en la dirección contraria (Los profetas del odio y la yapa 71).
La cultura literaria, en los países dependientes neocoloniales o tercermundistas, es, en su mayor parte, una cultura de grupos exclusivos, elitistas, bastantes cerrados, de gusto sofisticado. Estos círculos letrados han creado grandes obras de arte admiradas por los lectores de los centros neocoloniales y los países desarrollados, que son escasamente comprendidas en sus propios países, particularmente porque no reflejan ni traducen los intereses de las mayorías populares. Los grandes escritores argentinos de su momento dejaron limitado testimonio en su obra de ficción de los diez años del primer gobierno peronista.[8] No encontraron un modo adecuado de expresarlo, ni de comunicarse con los sectores populares.[9]
El populismo tiene sus propios espectáculos: mítines políticos, fiestas populares, conciertos de música, competencias deportivas.[10] El Peronismo organizó un programa educativo para los trabajadores, independientemente de la estructura profesional burguesa y de clase media, creando escuelas para oficios (Plotkin 85-103). Buscó organizar a las masas, darles personalidad e independencia. Movilizó a las mujeres y a los sindicatos, siguiendo sus propios intereses. El Peronismo mostró el abismo que separaba a la clase media culta de los sectores proletarios.

IV. Con su dedicación al bienestar social y su prédica de unión, paz y amor al pueblo,  Eva dio al Justicialismo un sentido providencial espiritual y cristiano. Concluyó numerosas obras durante el año 1949. El 14 de julio de ese año inauguró la Ciudad Infantil. En el discurso inaugural explicó que su política de ayuda social respondía a las ideas y a la iniciativa de Perón. Habían ya finalizado hogares-escuelas, hogares de tránsito, el hogar de la empleada, hogares de ancianos (Evita T. II: 72). Unos días antes, en un acto del Sindicato de Docentes Particulares, Eva definió el sentido y carácter de la ayuda social peronista; aclaró que el General Perón “…no habla, realiza…no promete, da…no es un teórico, es un práctico” (Evita T. II: 66). Perón buscaba la Patria grande, se había cansado “…de ver cómo en nuestro país se practicaba una democracia mal entendida aplicada siempre en perjuicio de las clases humildes” y estaba tratando de llevar a cabo el sueño de San Martín. Los críticos que tenía el Peronismo, “…que hoy se levantan como apóstoles de la democracia y de la soberanía nacional” – dice Eva - no hicieron absolutamente nada positivo cuando estaban en el gobierno, por el contrario vendieron todo al extranjero: ferrocarriles, puertos, seguros, reaseguros y teléfonos, y dejaron a los argentinos un único derecho: el de “morirse de hambre” (Evita T. II: 68). El General Perón, en cambio, había nacionalizado esos servicios y promovido la institución de ayuda social que ella dirigía, honrando al movimiento peronista.[11]
Ese año Eva pronunció varios discursos doctrinarios, entre los que se destacaron el del acto inaugural de la Primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista Femenino, el 26 de julio, y el discurso pronunciado en el encuentro organizado por la Comisión Auxiliar Femenina de la Confederación General del Trabajo en el Teatro Colón, el 16 de diciembre de 1949. Para ese entonces había logrado una representatividad considerable dentro del movimiento nacional peronista, y era la líder indiscutida de la rama femenina del Partido. Había organizado la campaña dirigida a afiliar a las mujeres al Partido Peronista Femenino en todo el país, y había creado Unidades Básicas adecuadas a sus necesidades. La Unidad Básica peronista aspiraba a ser mucho más que el comité partidario de los partidos liberales burgueses: era un club político de asistencia social, educación partidaria y enseñanza de oficios, que buscaba educar a los trabajadores y ayudarlos a satisfacer sus necesidades más apremiantes. Los comités partidarios de los partidos liberales, en cambio, se concentraban en discusiones partidarias y políticas: buscaban satisfacer intereses sectoriales egoístas, para acumular poder en beneficio propio, y no se preocupaban por la necesidad social del pueblo.
En esos discurso Eva Perón pasaba revista a los logros del Peronismo, incluidos los propios, indicando que, como partido en el poder, el Peronismo podía dar cuenta de una gran obra realizada, y afirmar que había llevado a cabo una verdadera revolución. Se enorgullecía en anunciar que había llegado “la hora de los pueblos”, y que los autores de esa revolución eran las masas de trabajadores, los “descamisados” despreciados por la oligarquía, guiados por el General Perón, que era quien, al frente de éstos, logró cambiar la vida política del país. En el discurso del 16 de diciembre, dirigido a las mujeres, Eva dijo que deseaba ser considerada la “dama de la esperanza” y las instigaba a ocupar su papel dentro del Movimiento; confesaba ser una luchadora “fanática” que todo lo sacrificaba, y creía que “el fanatismo es la sabiduría del espíritu”, y que son los mártires y los héroes los que han cambiado la historia (Evita T. II: 192-3).
El 26 de julio de 1949, en el acto inaugural de la Primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista Femenino, pronunció su discurso doctrinario más extenso y completo, haciendo especial hincapié en el sentido moral del Movimiento, que aspiraba a traer justicia a la sociedad, y en el valor de la Tercera Posición, que podía combinar armónicamente las fuerzas del Estado, del capital y del trabajo, y que reconocía “el carácter moral y el carácter social del trabajo” (Evita T. II: 90-1). En ese discurso incitó a la mujer a aliarse al hombre, y comentó los diez derechos básicos del trabajador, que incluían: el derecho a trabajar, el derecho a una retribución justa, a la capacitación, a tener condiciones dignas de trabajo, al bienestar y a la seguridad social, entre otros, aclarando que eran una extraordinaria conquista del Peronismo para todos los hombres y mujeres. Otro importante logro fue la sanción de los Derechos de la Ancianidad, reconociendo a los ancianos el derecho a la seguridad y a la protección del estado.
La incesante obra de Eva en beneficio de los niños, los ancianos, las mujeres y los trabajadores necesitados, demuestra sus profundos sentimientos humanitarios. El Peronismo se define como un movimiento social y político de raíz cristiana, que busca una redistribución inmediata de la riqueza, haciendo menos ricos a los ricos y menos pobres a los pobres. En La razón de mi vida Eva dice que el ideal social del cristianismo aún no se ha logrado, y el Peronismo busca realizar su doctrina en el mundo del presente y traer justicia y paz en la tierra (Evita T. IV: 77). Perón afirmaba que su Movimiento era expresión de la filosofía del cristianismo que, a diferencia del capitalismo y el comunismo, no tenía una forma política concreta; él había creado un movimiento político de acuerdo a los fines de la filosofía cristiana, con la cual se identificaba plenamente (Obras completas 22: 438-9).
En Mi mensaje Eva previno a Perón y a los trabajadores, a sus descamisados, del peligro que representaban para el Justicialismo algunos sectores del Ejército y la Iglesia. Con un lenguaje poético inspirado y apocalíptico, Eva fustigó tanto a la jerarquía de la Iglesia, insensible muchas veces ante las necesidades de los pobres, como a los oficiales oportunistas del Ejército, celosos de los logros obtenidos por el Peronismo. Eva afirma en esas confesiones que está defendiendo a su pueblo, al que pertenece, porque nunca lo traicionó, ni se dejó marear “por las alturas del poder y de la gloria” (Mi mensaje 40). Dice que se rebela contra todo privilegio, y reconoce la importancia histórica de la religión y del ejército, pero que, desgraciadamente, las Fuerzas Armadas, en lugar de servir al pueblo “…son casi siempre carne de oligarquía”, ya sea… “porque ésta copó los altos círculos de la oficialidad o porque los oficiales que el pueblo dio a sus fuerzas armadas se entregaron…olvidándose del pueblo, de sus dolores…” (Mi mensaje 47). Eva denuncia también a las jerarquías eclesiásticas; dice:
Yo no he visto sino por excepción entre los altos dignatarios del clero
generosidad y amor…En ellos simplemente he visto mezquinos
y egoístas intereses y una sórdida ambición de privilegio…No
les reprocho haberlo combatido sordamente a Perón, desde sus
conciliábulos con la oligarquía…Les reprocho haber abandonado a los
pobres; a los humildes, a los descamisados…a los enfermos…y haber
preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les
reprocho haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de las turbas…
Yo soy y me siento cristiana…porque soy católica…pero no comprendo
que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio…
El clero de los nuevos tiempos…tiene que convertirse al cristianismo…
viviendo con el pueblo, sufriendo con el pueblo…sintiendo con el pueblo.
Mi mensaje 55-6
Eva afirma que la religión no debe aconsejar la resignación, tiene que ser “bandera de rebeldía”, y predicar el amor como el único camino para salvar al hombre (Mi mensaje 58).
La muerte de Eva dejó al Peronismo sin uno de sus pilares. Había logrado organizar de una manera eficiente y espectacular la ayuda social, adquiriendo gran visibilidad en el Movimiento, en el que se la consideraba la Dama de la esperanza, y constituía un eslabón importantísimo en la relación entre Perón y los gremios. Al frente de la Fundación, demostró su eficiencia como administradora y recaudadora de fondos, recibiendo para sus obras grandes sumas de dinero, no sólo de su esposo y del gobierno, sino también y fundamentalmente de los sindicatos de trabajadores, que aceptaron derivar parte de sus fondos a la ayuda social, y de empresarios que hicieron donaciones considerables. Igualmente demostró su capacidad y liderazgo político en la organización de la  rama femenina del partido, permitiendo el ingreso de las mujeres en la política. Su muerte provocó un inmenso y sentido duelo. Desaparecida a una edad muy joven, después de luchar contra el cáncer, el pueblo elevó su figura a un nivel religioso y mítico. Eva se transformó en el hada buena, en la protectora de los humildes, para las clases proletarias (Taylor 72-85).
La verdad histórica sobre Eva emerge de sus logros y actividades políticas. Sus discursos y sus escritos nos permiten ver su evolución en su momento histórico. Su concepción de lo que debe ser la asistencia social al pueblo, la manera en que ella la llevó a cabo y el ejemplo de su figura carismática en contacto directo con las masas en los actos públicos del Peronismo, dejó un legado imborrable, particularmente para la mujer argentina, contribuyendo a su emancipación política. El diálogo que inició Perón con el trabajador conoce una modulación nueva en el discurso de Evita, al dirigirse al pueblo desde el pueblo, como embajadora de Perón, pero también como intercesora y peticionante ante él en nombre del pueblo. Su clara ubicación en el campo popular dio al pueblo una figura emblemática y carismática poderosa en que podía verse reflejado, con un cuerpo que se entregaba en la lucha cotidiana, primero joven, brillante y adornado de joyas; luego adusto, fanático y militante; y por último agónico y sufriente, satisfaciendo simbólicamente su deseo de participar en la política de la nación. Esa experiencia histórica fue fundamental para el desarrollo de la conciencia política de las masas en Argentina, que vieron materializarse sus aspiraciones de reconocimiento, representatividad y justicia social.
La experiencia populista del pueblo argentino con Juan Perón y Evita fue, desde esta perspectiva, iluminadora y trascendente. Demuestra cómo, en los países del tercer mundo neocolonizados, el populismo nacionalista adquiere un sentido especial, en muchos aspectos benéfico, tanto por la conciencia política que crea en los trabajadores, como por los cambios culturales que esa política trae para las masas y para las elites intelectuales y artísticas, que se ven obligadas a participar en un fenómeno social nuevo que resulta crucial para los pueblos en su lucha por la justicia y la liberación (Taggart 115-118).



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[1] Perón favoreció con sus decisiones a aquellos que habían sido más marginados de la vida política hasta ese momento: los trabajadores. Los hombres y mujeres del proletariado ingresaron en la lucha política, nucleados en organizaciones sindicales, protegidos por las leyes laborales del Peronismo. La elección de Perón a la presidencia en 1946 dio a las masas trabajadoras una representatividad inesperada en la vida de la nación. Diversos sectores sociales resistieron y se opusieron al populismo peronista: grupos conservadores, partidos de clase media y de izquierda, y muchos intelectuales y artistas, que creaban y producían cultura para las elites.
A la caída del General Perón, en 1955, los sectores educados de la población y los partidos liberales y de izquierda, prestaron amplio apoyo a los militares golpistas, y su autoproclamada “Revolución libertadora”. El pueblo peronista, liderado por las organizaciones sindicales clandestinas, resistió con heroísmo la usurpación del poder popular. Muchos intelectuales, historiadores y artistas se replantearan el significado histórico del Peronismo (Neyret 3-6). Se destacaron en ese proceso los ensayistas “revisionistas” Fermín Chávez, José María Rosa y Arturo Jauretche; los intelectuales de izquierda Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós y J. Hernández Arregui; el político peronista socialista John William Cooke; el periodista y militante Rodolfo Walsh (Operación masacre); el sociólogo y filósofo Juan José Sebrelli (Eva Perón, aventurera o militante?), y los directores de cine documental Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino (La hora de los hornos). 

[2] La historiografía sobre Eva Perón refleja los vaivenes de las luchas partidarias. En 1980 los historiadores Marysa Navarro y Nicholas Fraser publicaron una biografía basada en investigaciones cuidadosas y un meticuloso trabajo de campo. El estudio histórico del personaje cambió la imagen que se tenía de Eva Perón. En un artículo del año 2002 Marysa Navarro pasó revista a la polémica y rica historiografía del Peronismo, demostrando hasta qué punto los intereses sectoriales habían llevado a distorsionar la figura de Eva y su sentido histórico en la cultura argentina (“La mujer maravilla ha sido siempre argentina y su verdadero nombre es Evita” 11- 442).

[3] Eva Perón expresó en su testamento político que deseaba ser recordada como una mujer que había hecho todo por su pueblo, y quería quedar en su memoria, “vivir eternamente” con su pueblo y con Perón (Mi mensaje 77). Juan Domingo Perón vio la historia de su patria como un drama en el que él tenía un importante papel que realizar, aleccionando a su pueblo y movilizándolo, para conducirlo a un nuevo destino. El objetivo era lograr la liberación nacional, luchando contra el colonialismo interno y el externo, representados por la oligarquía explotadora y el imperialismo internacional. El Peronismo procuró unir a las masas y apoyó las organizaciones sindicales (Doz 8-16). Sus lemas eran simples: soberanía política, independencia económica y justicia social. Trató a los trabajadores como protagonistas, cuando antes habían sido participantes marginados del juego de los intereses de los partidos políticos en pugna.
A partir de 1930 los sectores militares de la Argentina se habían manifestado contra el sistema político democrático y se transformaron en árbitros de la política nacional, apelando tanto a golpes de estado como a la organización de elecciones condicionadas, respondiendo a intereses sectoriales. Perón surgió a la política como el líder de un grupo de oficiales del Ejército, el GOU, que planificó el golpe que derrocó en 1943 al gobierno de un presidente constitucional desprestigiado, Ramón Castillo. En esos momentos los conservadores preparaban un fraude y planeaban manipular los votos populares en las próximas elecciones (Page, Perón 41-53). El grupo de Coroneles reaccionó contra la política de los conservadores y buscó imponer  su propio proyecto.
Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, dio prioridad a la organización sindical y a la implementación de programas de asistencia social. Se definió a sí mismo como un líder y conductor, no se consideraba un político “profesional”: había entrado a la política para salvar al país de los abusos de los malos políticos (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 51). Tuvo que participar y competir en el sistema democrático para darle permanencia a sus reformas sociales y laborales.  Como Secretario movilizó y unió a la clase trabajadora. La Confederación de trabajadores fue la columna vertebral de su Movimiento político. No se apoyó en los partidos políticos tradicionales. Después de la crisis militar de octubre de 1945 y de los acontecimientos del 17 de octubre, que demostraron su creciente influencia sobre el pueblo y pusieron en evidencia el efecto que su política social, organizada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión a partir de 1943, había tenido en las masas trabajadoras, Perón logró que se llamara a elecciones presidenciales y se presentó a las mismas en 1946 con un partido formado al efecto, el Partido Laborista. El partido (disuelto poco tiempo después), compitió por el poder con los partidos opuestos a su política, que formaron una amplia coalición, que incluía a conservadores, radicales y comunistas. Estos fracasaron en las elecciones, que le dieron el mandato popular a Perón por amplia mayoría (Page, Perón 138-51). Desde el poder Perón organizó a sus seguidores en un Movimiento, que pasó a llamarse a partir de 1949 Justicialista, e incluía a tres sectores: el sindicalismo, el Partido Peronista Masculino, y el Partido Peronista Femenino, dirigido este último por Eva Perón.

[4] Perón lideró en la Argentina un Movimiento que aspiraba a crear una democracia directa, dando amplia participación a las masas populares. En su concepción la asistencia social tomaba prioridad sobre la política partidaria. Los partidos políticos tradicionales perdieron poder y representatividad durante el decenio que estuvo Perón en el gobierno, resistieron su política populista y lo consideraron un Presidente autoritario. Tuvo amplia mayoría en el Congreso y promovió la reforma de la Constitución Nacional en 1949, incorporando en ella los derechos de los trabajadores y minorías, y haciendo posible la reelección presidencial, gracias a lo cual pudo llegar a ocupar la presidencia por segunda vez.[4]
Perón, aprovechando su apoyo popular, trató de hacer una revolución desde el poder, iniciando vigorosas reformas sociales y económicas, guiado por su lema de defensa de la justicia social, la soberanía nacional y la igualdad económica (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 44-9). Siguiendo este ideal igualitario, que él definía como de inspiración cristiana, Perón buscó nivelar las clases sociales. Luego de organizar al proletariado, para darle un papel protagónico en la vida política nacional, Perón le quitó al rico para darle al pobre, sentando a capitalistas y empresarios en mesas paritarias frente a los líderes de los trabajadores, para negociar condiciones más justas de trabajo e ingresos. Apoyado en sus planes quinquenales, Perón quiso alcanzar una transformación económica duradera y permanente del país. El golpe militar reaccionario de 1955 interrumpió este proceso. 
Dentro de esta nueva modalidad y era política que inauguró Perón en la Argentina adquirió protagonismo la nueva clase trabajadora urbana, formada por los campesinos pobres desplazados a las ciudades, y por los inmigrantes e hijos de inmigrantes llegados al país en los últimos 50 años. Perón agrupó y dio identidad a este sector que respondió activamente a sus consignas políticas, lo apoyó durante toda su gestión y se organizó contra el régimen militar que lo derrocó en 1955, participando en el movimiento de resistencia popular que acabó trayendo otra vez a Perón al poder en 1973, como Presidente de la República por tercera vez.
Durante la primera y segunda presidencia apoyaron a Perón los sindicatos de trabajadores, un sector del empresariado, grupos moderados nacionalistas de clase media e intelectuales disidentes, como los militantes de FORJA: Scalabrini Ortiz, Jauretche y Manzi, sectores importantes de la Iglesia, una gran parte del Ejército, y una mayoría de las mujeres que Evita organizó políticamente y aportaron un sesenta por ciento del voto femenino en las elecciones de 1952.
El espectro político antiperonista era amplio: los conservadores, el Partido Radical, los socialistas y comunistas, los democristianos. La clase alta, la clase media, los profesionales e intelectuales liberales, los artistas, los estudiantes universitarios, en su mayor parte se opusieron al Peronismo, al que vieron como un movimiento dictatorial, demagógico, autoritario, de tendencia fascista (Buchrucker 3-16). Esto cambió luego del derrocamiento de Perón, en que se realinearon los campos sociales, después del fracaso de la política golpista, que proscribió al Peronismo, sus ideas y sus líderes. Los sectores de izquierda y el Radicalismo modificaron paulatinamente su posición sobre el sentido y el carácter del Peronismo, y su papel histórico. Fue dentro de este rico contexto histórico que surgió y actuó Evita.
[5] Perón demostró ser un individuo independiente y osado. No era un militar al que le resultara fácil someterse a la voluntad de los demás. Su elección de Eva, a la que doblaba en edad y sobre la que pesaba el estigma social con que la alta sociedad mira a las actrices, fue un acto de desafío a la clase política nacional y al Ejército. También fue provocativa su política populista y su relación pública simbiótica con las masas populares, en fiestas cívicas que irritaban a los partidos políticos nacionales, y les recordaban los grandes actos públicos que habían tenido lugar hacía pocos años en Europa, bajo los regímenes autoritarios de Mussolini y Hitler. La oposición democrática que se enfrentó a Perón en la campaña presidencial aprovechó el fantasma del totalitarismo, vivo en el recuerdo local ante los eventos ocurridos en Europa, para acusarlo de filofascista (Page, Perón 139-42).

[6]  Dijo Perón a T. E. Martínez en 1970: “La acción de Eva fue ante todo social: ésa es la misión de la mujer. En lo político, se redujo a organizar la rama femenina del Partido Peronista. Dentro del movimiento, yo tuve la conducción del conjunto; ella, la de los sectores femenino y social. Le dejé absoluta libertad en ese terreno: era mi conducta con todos los dirigentes” (“Las memorias de Puerta de Hierro” 52).

[7]  Dice Perón: “Un conductor debe imitar a la naturaleza, o a Dios…Dios actúa a través de la Providencia. Ese fue el papel de Eva: el de la Providencia. Primero, el conductor se hace ver: es la base para que lo conozcan; luego se hace conocer: es la base para que lo obedezcan; finalmente se hace obedecer: es la base para que llegue a ser hasta infalible” (Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 51).
[8]  La recopilación de Sergio Olguín, Perón Vuelve. Cuentos sobre el peronismo, es un testimonio involuntario de la pobreza del corpus, que selecciona obras menores de los autores, como el cuento paródico “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy Casares, y obras que emplean un lenguaje indirecto y alusivo para hablar del presente, como el cuento fantástico “Casa tomada” de Cortázar, cuya relación con el mundo político peronista es discutible. En todo caso “Casa tomada” de Cortázar y “Cabecita negra” de Rosenmacher, pudieran ser ejemplos de los temores y ansiedades que el populismo provocó en la clase media. El único cuento destacado de la colección que para mí logra reflejar de forma rica y compleja el efecto que el personaje de Eva Perón tuvo en el Ejército que derrocó a Perón, desatando consecuencias imprevisibles, es “Esa mujer” de Rodolfo Walsh.

[9] La literatura culta ha estado siempre en manos de un sector social determinado. En el caso argentino, desde el comienzo de nuestra vida independiente, la burguesía urbana monopolizó la producción cultural, y los escritores en su mayor parte provinieron de sectores sociales identificados con las ideas liberales. La ideología de la burguesía liberal ha sido universalizante e imperialista: sus intelectuales crearon conceptos como los de civilización y barbarie para justificar su derecho a invadir, someter y explotar el trabajo y las riquezas de otros pueblos. El Peronismo, siendo un movimiento político popular y obrero, fue rechazado por la burguesía liberal. Fue marginado por el sector letrado y quedó sin una representación cultural capaz de crear obras que pudieran competir por sus logros y calidad artística con las grandes obras de la cultura liberal burguesa. 
            La literatura hispanoamericana ha defendido a lo largo de su historia sus intereses de clase y ha tenido sus géneros europeos predilectos. Fueron los colonizadores los que trajeron la literatura a América, que se afincó más en los centros urbanos blancos y mestizos, y menos en los sectores rurales indígenas. Los colonos poco se interesaron en el arte indígena, y no procuraron incorporar sus expresiones artísticas al arte colonial. La iglesia procedió de otro modo, y fue una institución esencial en la integración del indígena y el criollo a América. La iglesia llegó a todos los sectores sociales, y el indígena y el campesino pudieron entrar en la sociedad colonial a través de la religión. La iglesia tuvo un papel político y cultural importante desde la colonia, lo cual explica el fervor religioso en los países y regiones con gran población indígena, como México y Perú, Bolivia, el Noroeste argentino, religiosidad que el pensamiento liberal erróneamente interpretó como barbarie.
            La literatura liberal burguesa no reflejó en sus obras el punto de vista del populismo de Rosas, ni el de Yrigoyen, ni el de Perón. Escribieron obras contra los caudillos populistas, atacándolos, demonizándolos, y en ellas la burguesía liberal mostró su odio y su desprecio hacia las clases consideradas inferiores.
            En América fue necesario modificar los géneros literarios europeos más prestigiosos– la poesía, la novela - para abarcar la experiencia americana. Su literatura acogió géneros extraliterarios – el ensayo interpretativo y la crónica histórica - que son considerados parte de su literatura, y registraron todo: la conquista, los genocidios, las luchas coloniales, la gesta de la independencia. Estos géneros extraliterarios se integraron a los géneros literarios europeos importados a los enclaves coloniales americanos, y nuestras grandes obras literarias de ficción insertaron el ensayo y la crónica para generar la novela-crónica, la novela-ensayo, la poesía-crónica, y otros géneros derivados de ese proceso de fusión. También los historiadores, pensadores y periodistas, fascinados por la ficción, se desplazaron hacia la literatura para crear la crónica novelada, el cine documental, la historia novelada y la biografía. De este movimiento salieron obras como las de Sarmiento, Mansilla, José Hernández y Rodolfo Walsh, y las obras de Sábato, Borges y Piglia. Este ha sido el aporte más importante de América a la literatura heredada de los amos imperialistas. En América ha madurado y sigue madurando una literatura que transforma la literatura europea heredada.
            Hay disciplinas de la cultura europea, como la filosofía académica, que no se desarrollaron bien ni arraigaron en América, pero otras tienen una dinámica nueva. En Argentina son tres: la literatura, la historia y la política. Estas tres disciplinas forman la matriz de nuestra cultura. En el siglo veinte debemos agregar a estas tres la psicología y la sociología. Son la base de nuestra cultura nacional que seguirá evolucionando con el tiempo, y a partir de esta matriz los escritores y artistas crearán grandes obras.

[10] La literatura culta ha estado en manos de un sector social y han quedado fuera de la literatura otros sectores, particularmente los sectores no letrados. Esos sectores se han expresado de otro modo: mediante las artes populares, la danza, el canto. También con el juego. El pueblo no lee novelas burguesas, pero juega y asiste a los juegos y espectáculos deportivos, sobre todo al fútbol, pasión popular. En el siglo XIX amaba las carreras de caballos, y en el XX parte de esa pasión pasó al automovilismo, el amor a los “fierros”.

[11] Eva se refería a sus logros con la Fundación en casi todos sus discursos, aclarando que la ayuda social era ayuda del pueblo al pueblo, que se ayudaba a sí mismo, liberándose, y ella solo era el puente que transmitía esa ayuda. Esa Fundación era parte integral de la concepción de justicia social sobre la que se basaba el Peronismo. Era una ayuda distinta a la beneficencia que practicaban los ricos en el pasado: no era ayuda de una clase explotadora a otra explotada, sino de asistencia que les daban los que trabajan a los que no trabajaban, o estaban en un estado calamitoso de necesidad (Evita T. II: 176-83). Ella no era más que la intermediaria legítima en ese proceso entre Perón y los “descamisados”, por ser ella misma pueblo y, por lo tanto, estar autorizada a ayudar a sus iguales.


Publicado en Hofstra Hispanic Review 8-9 (2008): 66-92.

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