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miércoles, 7 de septiembre de 2016

La hora de los hornos: cine y liberación



                                                                                   Alberto Julián Pérez ©

    
Pino Solanas y el Grupo Cine Liberación

            La película documental La hora de los hornos. Notas y testimonios sobre el neocoloniasmo, la violencia y la liberación, 1968, del Grupo Cine Liberación, fue dirigida por Fernando “Pino” Solanas, con guión de Solanas y de Octavio Getino. Gerardo Vallejo fue asistente de dirección. El Grupo presentó en este film la historia política del Peronismo con un lenguaje artístico renovador y vanguardista, y logró una síntesis cinematográfica ideológica y formal revolucionaria. La propuesta transcendió largamente sus circunstancias históricas, y se transformó en modelo de cine político.
            Formaron el Grupo Cine Liberación Solanas, Getino y Gerardo Vallejo. Este último fue estudiante del Instituto de Cinematografía de Santa Fe, dirigido por Fernando Birri. Birri, director de Tire dié, 1960 y Los inundados, 1961, se había formado en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma y proponía hacer un cine testimonial y documental. Vallejo dirigió luego una película documental con el Grupo, El camino hacia la muerte del Viejo Reales, 1971, en la que Solanas fue coguionista y productor. Getino, coautor del libro de La hora de los hornos junto a Solanas, tuvo, ya concluido el ciclo del Grupo Cine Liberación, una larga y fructífera carrera como profesor e investigador de cine, y dirigió una película, El familiar, 1973. Pino Solanas, el que más se destacó como realizador cinematográfico, dirigió varias películas de ficción política luego de su participación en el Grupo Cine Liberación, como Los hijos de Fierro, 1975; Sur, 1988; El viaje, 1992; y varios documentales, como Memoria del saqueo, 2004 y La dignidad de los nadies, 2005. Los tres, Solanas, Getino y Vallejo, filmaron en 1971 dos extensas entrevistas a Juan Domingo Perón: La Revolución Justicialista y Actualización política y doctrinaria para la toma del poder. Getino y Solanas consideran que estas entrevistas a Perón fueron los últimos trabajos que hicieron como grupo. Cine Liberación se mantuvo en actividad de 1966 a 1971 (Solanas y Getino 185-9).
            Otros grupos de cine que se organizaron en esa época prerrevolucionaria, de grandes luchas políticas, fueron: Realizadores de Mayo, conformado en 1969, del que también participaron Solanas, Getino y Vallejo, junto a otros directores, y Cine de la Base, en 1973, grupo liderado por Raymundo Glayzer, director de Los traidores, 1973, vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores (Mestman, “Raros e inéditos del Grupo Cine Liberación” y “La exhibición del cine militante. Teoría y práctica en el Grupo Cine Liberación” y Halperin 13-15). Estos realizadores fueron parte de un movimiento latinoamericano de jóvenes cineastas revolucionarios que buscaron transformar el cine en la década del sesenta. Entre éstos se destacaron, además de los argentinos, el cubano Gutiérrez Alea, director de Memorias del subdesarrollo, 1968; el brasileño Glauber Rocha, creador de Deus e o diablo na tierra do sol, 1964, y Antonio das Mortes, 1969; el chileno Miguel Littin, director de El chacal de Nahueltoro, 1970, y el boliviano Jorge Sanjinés, director de Yawar Malku (Sangre de cóndor), 1969 y El coraje del pueblo, 1971.
            Glauber Rocha, desaparecido prematuramente, fue fundador del movimiento Cinema Novo, y concibió un cine formalista y de vanguardia, con una visión mítico-alegórica del Brasil. Javier Sanjinés desarrolló un cine indigenista y popular revolucionario (del Sarto 78-89). Gutiérrez Alea trabajó en un cine social intelectual y crítico. Littin hizo un cine realista socialista comprometido. Estos directores, junto a Pino Solanas y los integrantes del Grupo Cine Liberación, y a Raymundo Glayzer, conformaron una vanguardia política y experimental original y renovadora del cine latinoamericano. Se replantearon cuáles eran los objetivos del cine como arte, y analizaron su relación con el público y con las masas trabajadoras. Buscaron hacer un cine para el pueblo, procurando elevar su conciencia moral y política. Son directores militantes y revolucionarios que quisieron contribuir con su cine a la creación de un movimiento de liberación continental.
                   La proyección de La hora de los hornos provocó un intenso debate político en el país y en el extranjero. La película tomó su título de la frase de José Martí: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”, que el Che Guevara colocara como epígrafe en el mensaje que envió a la revista Tricontinental en 1967, poco antes de su muerte, donde llamaba a crear “Dos, tres…muchos Vietnam…” (Guevara, “Crear dos, tres…muchos Viet-Nam, es la consigna” 94). Dedicada “Al Che Guevara y a todos los patriotas que cayeron en la lucha por la liberación indoamericana”, La hora de los hornos recibió importantes premios internacionales, en la Mostra Internazionale del Cinema Nuovo, Pesaro, Italia, 1968; en el Festival Internacional de Manheim, Alemania, 1968; en el Festival de Mérida, Venezuela, 1968 y en el Festival de Cannes, Francia, 1969.
            Solanas y Getino dieron numerosas entrevistas al periodismo y escribieron artículos críticos sobre el cine revolucionario, discutiendo problemas prácticos y teóricos con los que se enfrentaban, como “La hora de la censura”, “Hacia un tercer cine”, “El cine como hecho político”, “Cultura nacional y cine”, que recogieron y publicaron como libro con el título Cine, cultura y descolonización en 1973. Sus ideas sobre el Tercer Cine resultaron novedosas y revolucionarias. Querían crear un cine alejado de los modelos comerciales de Hollywood y del cine independiente pequeño burgués europeo (Solanas y Getino 69-90). Ese Tercer Cine tenía que representar las inquietudes de los cineastas de los países colonizados y neocolonizados que estaban luchando por su liberación. Era un cine insertado en la realidad política y social del Tercer Mundo.
            Solanas y Getino consideran a La hora de los hornos una obra de “cine-ensayo” (Solanas y Getino 159). El guión que escribieron es un ensayo político extenso y bien pensado, que analiza y discute varios aspectos de las luchas políticas en Latinoamérica y Argentina. La película tiene tres partes: una primera doctrinaria; una segunda histórica, dividida en dos secciones que narran las luchas del pueblo peronista, desde el 45 al 55, y desde el 55 hasta el 66; y una tercera parte inconclusa o abierta, sobre las luchas que tendrán que encarar los pueblos oprimidos en el futuro para liberarse. [1]
           
A la conquista de un nuevo lenguaje

            El grupo contó con la colaboración del excelente fotógrafo Juan C. Desanzo para La hora de los hornos. Solanas se encargó de la cámara. Había trabajado en el cine de anuncios comerciales (Rombouts, “Ver este trabajo me hace entender que valió la pena”). Incorporó lo aprendido en el cine comercial a su trabajo autoral.[2]
            Utilizó los recursos formales del cine comercial como base de su “poética” cinematográfica. En La hora de los hornos las imágenes superpuestas de corta duración se suceden rápidamente y crean una sintaxis narrativa discontinua, a saltos. El relator articula las escenas entre sí, guiando al público en su interpretación. La metáfora central que guía la película es la imagen del fuego que, tal como lo anuncia el título, simboliza la fuerza transformadora de la revolución. La película se abre con la llama de una antorcha que avanza en la noche hacia el espectador, y se cierra con la misma imagen.
            Los integrantes del Grupo se enfrentaron con dificultades para acceder al material filmado y para filmar, dado que trabajaron en la clandestinidad. Hicieron un meticuloso trabajo de recopilación de materiales de archivos, sobre todo noticieros y entrevistas. Solanas empezó a recolectar filmaciones sobre el Peronismo a partir de 1960 y, desde 1965, recorrió gran parte del país, filmando con una cámara Súper 8, inspirado en el ejemplo del director Fernando Birri (Rombouts, “Ver este trabajo me hace entender que valió la pena”). Utilizaron filmaciones de manifestaciones políticas y de enfrentamientos de obreros y militantes con la policía y el ejército, y grabaron, cuando carecían de material filmado, dramatizaciones en que participaron los mismos obreros.
            Solanas trabajó las imágenes y el sonido por separado, y en la mayor parte del film superpuso el sonido a la imagen previamente grabada (sonido asincrónico). Hizo un gran trabajo de montaje. Introdujo sobre las imágenes la voz del ensayista que explica y analiza la situación histórica para el público militante, a quien va dirigida la película. En ocasiones el sonido aparece en directo, sobre todo en entrevistas y reportajes.
            Solanas y Getino en su guión argumentan persuasivamente, demostrando a su público la verdad de su causa. Cuando hacen entrevistas a sindicalistas y militantes revolucionarios, particularmente en la segunda parte de la película, destacan la valentía y espíritu de sacrificio de la gente, y cuando entrevistan a personajes de la oligarquía, ironizan y se burlan de ellos. A veces sacan los comentarios fuera de su contexto, y critican en “off” a los entrevistados después que dan sus opiniones. Los cineastas mantienen un punto de vista histórico crítico que polemiza con el de los actores sociales. En la primera parte de la película, por ejemplo, la cámara graba la presentación de un libro de Mujica Lainez, en la que el escritor habla sobre su amor por Europa. El camarógrafo se pasea por el salón donde se hace la recepción mostrando a las elites cultas en un ambiente superficial y vanal. Mientras tanto el relator contradice lo que afirman los personajes en un contrapunto crítico, ridiculizando el afán imitativo y la falta de originalidad de los intelectuales europeístas y oligárquicos argentinos, que no entienden nada del país.
            En la tercera parte, la más breve, Solanas recurre a dramatizaciones para presentar las ideas y críticas que les plantean los militantes que les envían cartas, e introduce escenas filmadas de las guerras revolucionarias de otros países. Combina sonido y movimiento, creando imágenes coreografiadas de gran plasticidad. Su ritmo cinematográfico, la progresión temporal de las secuencias, logran mantener el interés y la atención del espectador. Su deseo es movilizar al público, para tratar de que participe y dé sus puntos de vista, y abre el debate en momentos claves del film. Concibe una obra abierta, que busca concientizar al pueblo, para que asuma su propia liberación. Considera esta película un acto” revolucionario.
            Solanas es un director formalista, y compone imágenes de gran fuerza y belleza. Busca el equilibrio de las formas. Esta perspectiva estética es parte esencial de su estilo cinematográfico.  Procura integrar su visión estética y su búsqueda revolucionaria. El uso del blanco y negro le ayuda a resaltar las líneas y los contrastes lumínicos en las imágenes. Aprovecha al máximo el potencial dramático de cada situación, y trata que el espectador se identifique con su punto de vista.

Cine y ensayo

            Solanas y Getino, el co-guionista, son, en derecho propio, pensadores e intelectuales que utilizan el cine como vehículo de sus ideas. La fuerza dialógica del cine los seduce. En esta película se consagran como comunicadores sociales. Escriben el texto después de un concienzudo proceso de investigación. Su ensayo interpreta la situación política latinoamericana desde una perspectiva nacional y socialista. Ambos tienen la convicción de que están viviendo en una sociedad pre-revolucionaria. La revolución  social se avecina y es inminente, y el nuevo cine que hacen ellos tiene como objetivo ayudar en ese momento histórico a que se realice la revolución social liberadora. Para esto, las masas argentinas deben tomar conciencia del estado de opresión social en que viven. Tratarán de convencerlas de que tienen que defenderse de las fuerzas que las oprimen y tomar las armas.
            Solanas y Getino, jóvenes intelectuales revolucionarios, simpatizan con el guevarismo (Mestman, “La hora de los hornos, el peronismo y la imagen del Che”). Creen que la creación de focos de resistencia y lucha en Latinoamérica y Argentina, la creación de dos, tres, muchos Vietnam, como pidió el Che Guevara, obligará al imperialismo a combatir en varios frentes, y los países neocolonizados y colonizados terminarán derrotándolo. Los cubanos anticastristas que invadieron Cuba fueron vencidos en Playa Girón y el ejército revolucionario vietnamita se estaba enfrentando con éxito creciente a los norteamericanos y sus aliados locales.
            Solanas y Getino piensan que el nacionalismo conducirá al socialismo. Las masas van aprendiendo de sus experiencias de lucha. La sociedad nacional no puede dar respuesta a todas sus demandas, que resultan excesivas. Las clases terminarán enfrentándose. La burguesía no va a suicidarse ni autodestruirse y las masas, por lo tanto, tendrán que arrancarle el poder para crear una sociedad más evolucionada: esa sociedad es la sociedad socialista. Las declaraciones políticas de Perón con respecto al Socialismo parecen apoyar también este punto de vista (Pérez, “El testamento político de Perón” 28-43).
            Solanas y Getino demuestran en la primera parte del film que Latinoamérica era víctima histórica del colonialismo. Vivían en una situación política de opresión, que la conducta de los sectores dirigentes empeoraba. Los intelectuales en los que respaldan su punto de vista aparecen citados profusamente en la película. Acompañan su explicación con carteles de citas, que se mantienen ante el espectador el tiempo suficiente para que pueda leerlos con comodidad. Citan a intelectuales antiimperialistas como Raúl Scalabrini Ortiz, a filósofos marxistas y antiimperialistas como Jean Paul Sartre, a luchadores y pensadores nacionalistas marxistas como Frantz Fanon, Juan José Hernández Arregui, John W. Cooke y Jorge Abelardo Ramos, y nacionalistas antiimperialistas como Arturo Jauretche y Juan Domingo Perón (Pérez, “Perón ensayista: La hora de los pueblos” 329-51).
            La interpretación política de Solanas y Getino integra marxismo y revisionismo histórico (Ferrari 125). Hacen amplio uso de sus fuentes, creando un contrapunto intelectual rico en matices. Emplean material fílmico de realizadores que admiran y los preceden, incluyendo secciones de películas de Fernando Birri y Humberto Ríos, entre otros. Se dirigen a un público nuevo, activo y participativo. Su concepción del director cinematográfico es anti-individualista. Los miembros de Cine Liberación crean en equipo, comparten las tareas de filmación y ninguno considera que tiene la última palabra, ni se ve a sí mismo como un creador genial e imprescindible. Atacan el mito del autor burgués. Reconocen que el cine es arte y el arte revolucionario tiene que inventar, sin servilismos. Así logran unir un mensaje político liberador con una forma artística vanguardista y revolucionaria. No hay gran director, hay equipo de trabajo. No se busca ganar dinero con la película: se busca liberar al hombre. No hay espectador pasivo porque no hay espectáculo: intentan mostrarle al público su propia situación social, concientizarlo de su opresión, para inducirlo a la acción revolucionaria. El cine quiere ser espejo de la existencia. El ser humano tiene que autodescubrirse para humanizarse. Cine Liberación desea enseñar a luchar por la propia libertad.
            Solanas descubre en este film el valor artístico de los personajes colectivos. El hace cine histórico, cine épico. El ser humano se define por su papel social y su inserción en la historia. La subjetividad individual pasa a segundo plano. Los objetivos morales, el “deber ser”, guían al hombre. Solanas es un humanista que ve a cada individuo como parte de una gesta social colectiva. Los individuos forman parte de un grupo, de una clase. Es legítima la conducta de aquellos que llevados por sus ideales buscan transformar la sociedad. Así puede justificar ideas controversiales, como la utilización de la violencia en la lucha por la liberación.
            Si bien los guionistas citan profusamente a intelectuales argentinos, hay dos personalidades de otros países que resultan esenciales para su argumentación: Frantz Fanon, nacido en la colonia francesa de Martinica y activo militante del Movimiento de Liberación de Argelia, y el educador Paulo Freire, de Brasil. Fanon, médico psiquiatra, en su obra Les damnés de la terre, publicada en 1961, hace un agudo y genial análisis de las consecuencias que la opresión colonial tiene para el mundo psíquico de los colonizados. Demuestra que la violencia colonial distorsiona las ideas que los colonizados tienen sobre su realidad y sobre sí mismos; explica que para liberarse de esa violencia del colonizador, el colonizado tiene que ejercer una violencia equivalente contra sus opresores (Sartre 17-36). La lucha, para Fanon, humaniza al hombre, le da dignidad. El aceptar la situación colonial lo deshumaniza. Por lo tanto, luchar para liberarse es una cuestión existencial de primer orden.
            Fanon analizaba en su ensayo el caso de Algeria, sociedad colonizada norafricana, que estaba luchando contra el gobierno francés para liberarse e independizarse cuando él escribió el libro en 1961. El caso de los países de Latinoamérica era diferente al de Algeria. Latinoamérica sufría en esos momentos pocas situaciones de ocupación colonial directa. Quedaban ocupadas por poderes extranjeros las Guayanas, las islas Malvinas y varias islas del Caribe. La mayor parte del continente se había liberado del colonialismo europeo a principios del siglo XIX, y los intentos de Inglaterra y Francia de colonizar nuevos territorios fracasaron ante la firme decisión de sus pueblos y la actitud sacrificada de sus ejércitos populares. Solanas y Getino adaptan varias de las valiosas ideas de Fanon, como su análisis sobre el papel del espontaneísmo en la lucha anticolonial, a una situación distinta: en Argentina y en la mayoría de los países latinoamericanos no nos encontramos con una sociedad colonial, sino neocolonial.
            La sociedad neocolonial es aquella que se considera independiente, como la Argentina, pero sufre la influencia opresora de países poderosos, como lo fue primero Inglaterra, durante la primera mitad del siglo XX, y Estados Unidos después, con quienes tuvo un trato económico privilegiado. Estos países interfieren en sus cuestiones internas y tratan a estas naciones dependientes como verdaderas colonias, limitando su soberanía política y su libertad económica, e interviniendo militarmente en sus territorios. Perón fue uno de los gobernantes que con más energía y determinación se enfrentó al imperialismo de Inglaterra y Estados Unidos. Denunció a los ejércitos nacionales  que se sometían al vasallaje, y actuaban como fuerzas de ocupación de sus propios países, al servicio del imperialismo, y luchó por crear un movimiento político autónomo de los países neocolonizados o dependientes, para formar una Tercera Posición (Pérez, “Perón ensayista: La hora de los pueblos” 329-51).
            Paulo Freire, autor de Educação como prática da liberdade, 1967, fue el intelectual que teorizó sobre la “pedagogía del oprimido”, que resultó esencial a Solanas y Getino para entender y explicar el problema de la educación, y el papel del intelectual y del artista, en un país dependiente. De acuerdo a Freire no toda educación es liberadora, el sistema de educación en los países neocolonizados perpetúa la dependencia. En el seno de su sociedad hay un grupo de intelectuales que atentan contra la liberación del hombre. Son los intelectuales colonizados y dependientes, que repiten fórmulas foráneas que demuestran la inhabilidad de los colonizados para ser independientes y la falta de valor de lo nacional. Solanas y Getino critican sin piedad a los intelectuales colonizados que quieren perpetuar la opresión del hombre. Su cine busca lo contrario: liberar al hombre. Desde su posición política como cineastas peronistas procuran ejercer un papel pedagógico liberador, denunciando la opresión y el vaciamiento ideológico a que ha sido sometido el pueblo, y reinterpretan la historia nacional, demostrando el papel que han tenido las masas en el desarrollo de la nacionalidad y en la formación del Movimiento Peronista.

La hora de los hornos: cine documental y épica

            La hora de los hornos es la gran épica del Peronismo revolucionario. Los personajes y héroes del documental son héroes colectivos. Representan al pueblo y las masas trabajadoras. Perón es el líder elegido por los trabajadores para conducirlos y Evita la abanderada del Movimiento Peronista, el símbolo de la masa militante. El levantamiento popular del 17 de octubre de 1945, cuando los trabajadores reclaman por la libertad de su líder encarcelado, legitima a Perón y su política. Los años de la Resistencia, después del golpe de 1955, revalorizan la relación del líder con las masas. Los trabajadores demuestran su voluntad de seguir unidos y, luchando, transforman el Movimiento en una fuerza política temible.
            Los sindicatos se vuelven los focos políticos de resistencia contra la dictadura militar. El pueblo se enfrenta contra un enemigo superior estando su líder en el exilio. Aprenden a organizarse y a luchar con valor y sacrificio. Ese pueblo es la razón superior de la política. Solanas y Getino lo idealizan y nos presentan una descripción de sus luchas de liberación inconclusas, proponiendo continuarlas. El Peronismo es un movimiento nacional revolucionario y en esos momentos, 1966-1968, está combatiendo contra el enemigo interior: la oligarquía y el ejército nacional “cipayo” al servicio del imperialismo, y exterior: el imperialismo norteamericano, que interviene militar y políticamente en Latinoamérica, controlando su economía y empobreciendo a la región.
            En la película no participan actores profesionales: Solanas transforma a los protagonistas de las luchas políticas en actores de su propia historia. Obreros, militantes e intelectuales evocan y cuentan sus experiencias. El director les agradece su participación y colaboración en la introducción del film. Varios de esos participantes, como Ortega Peña y Julio Troxler, caerían asesinados por la Alianza Anticomunista Argentina pocos años después. La película se hizo en la clandestinidad y no la pudieron exhibir públicamente en Argentina hasta 1973, ya concluida la dictadura militar  y comenzado el proceso de apertura política que llevó a Perón a la Presidencia.
            Solanas y Getino titulan la primera parte del film “Neocolonialismo y violencia”, y explican a su público que presentarán sus ideas sobre las consecuencias del neocolonialismo en la Argentina y los otros países del continente que aún no se han liberado, excepto Cuba, a la que declaran “el primer territorio libre de América”. Esta extensa primera parte, de 90 minutos de duración, dedicada “Al Che Guevara y a todos los patriotas que cayeron en la lucha por la liberación indoamericana”, está a su vez subdividida en trece secciones. Solanas utilizará esta manera de presentar su material narrativo en todas sus películas. Las organiza en cuadros integrados. Cada cuadro o sección presenta su propio tema y argumento. Primero introduce el tema a su público y luego lo va desarrollando.
            Solanas y Getino empiezan la primera parte de esta película con la historia del neocolonialismo y luego analizan y describen la situación de Argentina. Los temas siguientes de esta primera parte del film son la violencia cotidiana, la ciudad puerto, la oligarquía, el sistema, la violencia política, la dependencia, la violencia cultural, los modelos, la guerra ideológica y, por último, la opción, donde hablan de la necesidad de armarse y luchar por la liberación del país. Consideran que la guerra de liberación será larga.
            El desarrollo de cada uno de los temas recibe un tratamiento parecido en todo el film. Comienzan con la presentación de epígrafes y carteles, donde citan frases representativas de los ideólogos cuyas ideas siguen. Acompañan esta presentación con imágenes llamativas y música. Van preparando el clima para la intervención próxima del relator, que le hablará en “off” a su público.
            Cuando hacen la introducción general a la primera parte del film, por ejemplo, escuchamos música de tambores y bongó, y aparece la llama de una antorcha en la noche. De inmediato vemos una lucha callejera entre policías y manifestantes. Los hombres llevan banderas con consignas pintadas. Y leemos el cartel siguiente: “La patria grande. América Latina: la gran nación inacabada”. Luego ponen una cita del poeta antillano Aimé Césaire: “Mi apellido: ofendido. Mi nombre: humillado. Mi estado civil: la rebeldía.” Estos textos van intercalados con imágenes que forman un collage. Vemos  soldados que patean a civiles. La junta de generales se cuadra y hace la venia. Leemos el siguiente texto de Scalabrini Ortiz, uno de los intelectuales claves del Peronismo: “Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las riquezas que nos aseguran. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan. Falsas las creencias económicas que nos difundieron. Irreales las libertades que los textos proclaman.”
            Este texto de Scalabrini sienta una actitud crítica revisionista de la historia argentina. Los ensayistas que escriben el guión tratarán de demostrar por qué la historia que aprendimos es falsa, y presentar la verdadera historia del pueblo argentino según ellos la entienden. Introducen varias consignas que guiarán el resto del film y son también la clave ideológica de los autores: “Liberación”, “Inventar”, “Organizar nuestra revolución”. Solanas y Getino muestran al pueblo cómo fueron sus luchas, para que tomen conciencia de su papel en la historia. Mientras los marxistas ortodoxos piensan que la lucha de clases puede adoptar formas similares bajo diferentes latitudes, y que la revolución ocurrirá cuando las contradicciones objetivas del sistema capitalista creen las circunstancias para la lucha armada y la toma del poder del proletariado, Solanas y Getino piensan que el pueblo es capaz de trazarse, a partir de sus experiencias, con creatividad y originalidad, su propio camino de liberación.
            La experiencia peronista ha sido esencial para el pueblo argentino. Bajo Perón la clase trabajadora se organizó y actuó de manera colectiva. Perón impulsó la organización de sindicatos y buscó unificar a los trabajadores. Caído Perón, esos sindicatos mantuvieron su organización y fuerza política, y continúan apoyándolo. Los jóvenes integrantes del Grupo Cine Liberación se formaron durante el período político de la Resistencia y pudieron ver la capacidad de lucha e improvisación del proletariado, así como el papel político asumido por los sindicatos ante el vacío de poder. Los autores analizarán y explicarán en el film cuidadosamente esta situación, y mostrarán el dilema que plantea la militancia sindical en el proceso revolucionario: creen que la virtud y la fuerza mayor de la clase obrera argentina es su espontaneísmo, pero que este espontaneísmo tiene sus limitaciones. La propuesta de ellos será ir más allá, organizar a los trabajadores para luchar, no ya por mejoras sindicales, sino para la conquista y toma del poder.

La revolución nacional socialista

            El Peronismo no es un partido sólo de la clase obrera, es un movimiento de masas policlasista. Solanas y Getino atribuyen un valor providencial al pueblo. Creen que el pueblo, esa colectividad integrada por distintas clases sociales, posee un saber intuitivo y es capaz de tomar decisiones por sí mismo en el momento adecuado. El pueblo sabe seleccionar intuitivamente a sus propios líderes. Los intelectuales tienen que ponerse al servicio del pueblo, seguirlo, estar junto a él como “ayudantes” y colaborar en su esclarecimiento ideológico.
            A diferencia del marxismo, que posee una doctrina política compleja, basada en las investigaciones económicas de Marx, y en su interpretación de las experiencias históricas, la doctrina política del Peronismo es relativamente simple y directa, derivada de la situación política en que se formó el Movimiento.[3] Al único líder providencial y necesario que reconoce el Peronismo es al General Perón. El pueblo demostró su lealtad a Perón en la jornada del 17 de octubre de 1945, cuando exigió su libertad. Solanas mantendrá estas ideas también en su primera película de ficción: Los hijos de Fierro, 1975, alegoría política en que Perón es el fugitivo Martín Fierro.
            Mientras el marxismo o materialismo dialéctico es considerado una doctrina política científica y objetivista, el Peronismo es un movimiento político popular y subjetivista. Es difícil por lo tanto unir Peronismo y marxismo. Tanto Solanas como Getino insisten, en su argumento final, que el país y el Peronismo tienen que evolucionar hacia el socialismo, pero sus ideas sobre el tipo de socialismo que buscan no son muy precisas, como tampoco lo son las propuestas de Perón sobre el tema (Pérez, “El testamento político de Perón” 28-43). Los guionistas adhieren a ciertos aspectos del guevarismo, a su voluntarismo heroico, y a la posición foquista sobre la lucha armada, defendida por el Che. Este consideraba posible crear revoluciones sociales a partir de la implantación de focos guerrilleros de insurrección local, que luego se irían extendiendo a otras áreas del territorio, a medida que la clase trabajadora fuera haciendo propias sus consignas revolucionarias. Los guionistas hablan con admiración del proceso peronista, de cómo el pueblo fue encontrando su camino político y aprendiendo de sus experiencias. En 1971 el Grupo Cine Liberación filmará dos notables documentales de entrevistas a Perón, en que el líder hablará sobre cómo surgió el movimiento, y discute sus ideas revolucionarias y sus propuestas políticas específicas para volver al poder.
            En La hora de los hornos Solanas y Getino demuestran que Perón, llevado por su patriotismo, impulsó una revolución nacional con consignas sencillas y lemas claros: soberanía nacional, justicia social e independencia económica, que fueron entendidos por el pueblo. Perón creó un gran movimiento con una doctrina simple y efectiva, práctica y comprensiva. Fue justamente esta capacidad de interpretación política y de síntesis la que hicieron de Perón un gran líder. Su carisma y su amor al pueblo le permitieron mantener una relación dinámica con la clase trabajadora y lograr la lealtad de sus seguidores. Con esas consignas logró articular un gran partido de masas.

El movimiento de liberación y la violencia

            Los ensayistas indagan el papel de la violencia (tanto la violencia que sufre el pueblo como la que utiliza para defenderse o atacar) en la evolución de la lucha de liberación. Partiendo de las ideas de Fanon, de que el mundo colonial produce violencia, porque el colonizador mantiene su poder mediante un régimen represivo, y obliga al colonizado a responder a la violencia con violencia para no sucumbir y perder sus valores y su humanidad, Solanas y Getino sostienen que es esencial en Argentina luchar por la liberación con todos los medios disponibles y recurrir, si es necesario, a la violencia. Incorporan esta idea en la introducción general al film, donde citan el lema de Fanon: “El precio que pagaremos por humanizarnos. Un pueblo sin odio no puede triunfar. El hombre colonizado se libera en y por la violencia.”
            Antes de comenzar la primera sección de la primera parte: la historia del neocolonialismo, los autores del guión resumen su posición, como corolario de la introducción. Dice la voz en off del relator: “América Latina es un continente en guerra: para las clases dominantes, guerra de opresión; para los pueblos oprimidos, guerra de liberación.” Esta gran cuestión justifica también el nombre del grupo de cine que integran: Cine Liberación.
            Getino y Solanas proponen en su sección histórica una interpretación nacionalista revisionista de la historia argentina: parten de la idea de que la independencia latinoamericana “fue traicionada en sus orígenes”. La traicionaron las élites de las ciudades puertos que, bajo el lema de la libertad de comercio, gestionaron grandes empréstitos con Inglaterra, creando una situación económica de dependencia que comprometía su soberanía y su libertad. Las burguesías nativas terminaron reemplazando al amo colonial y explotando a su pueblo, creando una situación nueva de colonialismo interno. Los ingleses promovieron esta política, que convenía a sus intereses, balcanizando el continente, dividiéndolo tanto como pudieron, para debilitar políticamente a los países y hacerlos fácil presa de sus ambiciones de dominio. Nacía así el neocolonialismo, en que las potencias extranjeras lograron dominar a los países con la ayuda de sus propias clases dirigentes, que se convirtieron en verdaderas fuerzas de ocupación al servicio de intereses foráneos. El papel de Estados Unidos en el norte y en Centro América complementó el papel de los ingleses en el sur, creando un mundo latinoamericano dependiente y sometido. Concluyen este tema resumiendo: “En lo que va del siglo, los EEUU realizaron en Latinoamérica 41 intervenciones armadas. Hoy, la impunidad de esa agresión se encubre tras la OEA” y “Balcanización antes, panamericanismo ahora, sirven a una misma política: neocolonialismo”.

Centralismo y oligarquía

            En la segunda sección que introducen en esta parte, “El país”, hacen una descripción geográfica de la Argentina, mostrando sus grandes riquezas naturales, y analizan sus desequilibrios: Buenos Aires tiene un papel dominante en el país, la oligarquía criolla sometió a los indígenas (defensa del indio y actitud indigenista que se mantiene en todo el film), los más pobres son los más explotados, y la clase media, a pesar de estar bien educada y ser brillante, ignora las necesidades del interior.
            Las clases dominantes someten a su pueblo de manera violenta. El principal instrumento de la violencia neocolonial es la explotación laboral y los bajos salarios, que condenan a la población a la pobreza extrema. La población padece la injusticia de vivir en un país rico donde la propiedad de la tierra está en manos de unas pocas familias, donde los niños están malnutridos, donde se carece de una vivienda digna y de servicios indispensables. De estos males, aclaran, sufre toda Latinoamérica y no solo Argentina. El contraste entre el nivel de vida de estos países y el nivel de vida de los habitantes de los países ricos e imperialistas es evidente.
            A continuación Solanas y Getino muestran el alto nivel de vida que disfruta la gente de Buenos Aires, ciudad rica y casi extranjera en un país pobre. La definen como “ciudad de funcionarios, profesionales, administradores de colonos, intermediarios de colonos, capataces de colonos. Cuna de la gran clase media, el medio pelo…”. Atacan a la clase media, que conocen muy bien y a la que pertenecen. Dicen que había sido la clase protegida de la oligarquía y en esos momentos mostraba su confusión. La pequeña burguesía era la “eterna llorona de un mundo perturbado”. Consideran a Buenos Aires una ciudad de espaldas al país, una ciudad que ha traicionado el cometido histórico de la patria.
            Hablando con tono irónico y burlón, caracterizan la manera de ser de la oligarquía y hacen un cuadro sociológico de esa clase. Abren la sección “La oligarquía” con el remate de un precioso toro en la Sociedad Rural Argentina y muestran el esnobismo y la cursilería de la famosa clase alta. Los definen como: “Los dueños del país. Ayer aferrados al monocultivo y al capital inglés, hoy asociados con la alta burguesía industrial y el capital financiero americano”. Escuchamos declaraciones de señores y señoras que defienden el sentido aristocrático de su clase, a la que comparan con la nobleza inglesa, e insisten en su patriotismo criollo y su amor a la tierra. Muestran actitudes esnobs ridículas, hablan sobre las maravillas de París y la superioridad de Europa, critican a los pobres y defienden al gobierno militar golpista del General Onganía, que quiere “poner orden”.
Presentan un desfile de autos de la “Belle Epoque” en Palermo y dice la voz en off: “En su propia patria se saben foráneos, aquí evocan sus años de oro, éstos son…Ayer alardeaban de su límpida ascendencia española, hoy del mestizaje con Europa y Estados Unidos…Con el atuendo liberal exterminaron a la población indígena y ensangrentaron al país más de una vez. Estos son…autores de la violencia cotidiana que padece el pueblo…”. Señalan a la oligarquía como enemiga del pueblo y la acusan de ser una clase parásita que traiciona a su patria. La sección termina con una visita a las lujosas tumbas del cementerio de la Recoleta. Dice el relator, mientras la cámara se pasea por las calles del cementerio y enfoca ricas y bellas estatuas de mármol: “La Recoleta, éste es su cementerio…Cristalizar la historia, detener el tiempo, convertir el pasado en perspectiva…he aquí el supremo sueño oligárquico.”

Neocolonialismo y ejército nacional

            La próxima sección de la primera parte continúa con la descripción del “sistema” neocolonial. Demostrarán que la Argentina no es la única víctima del neocolonialismo: es un sistema de dominación internacional. Las potencias imperiales se alían a las oligarquías locales. El ejército nacional, olvidado de sus luchas por la independencia de América, se comporta como un ejército de ocupación al servicio del capital internacional para someter a su propio pueblo. En la situación colonial el pueblo toma conciencia fácilmente del abuso y la explotación del que es víctima, porque es un poder extranjero el que invade el país por la fuerza y lo domina; en el neocolonialismo, en cambio, la situación es más confusa, porque es el enemigo interno el que le abre la puerta al capital extranjero, para que éste venga a saquear al país y el pueblo no siempre es consciente de esto. El poder imperial llega acompañado de diversas “misiones culturales” para seducir al pueblo: cuerpos de paz, misioneros de varias religiones, organizaciones sindicales sumisas a sus intereses, representantes de sus universidades que ofrecen becas y subsidios a los intelectuales. El verdadero objetivo de estas embajadas, dicen, es “corromper la conciencia nacional”.
            Denuncian la violencia política que sufre el pueblo argentino. En América Latina, sostienen, los pueblos no tienen la posibilidad de cambiar sus destinos por la vía democrático-burguesa. El Ejército destruyó el proceso democrático y proscribió al pueblo, a pesar de ser el Peronismo un movimiento mayoritario. ¿Qué busca el hombre latinoamericano con sus luchas? La respuesta es contundente: la restitución de su humanidad. Dicen que los hombres de los países neocolonizados son tratados por las naciones dominantes como subhombres, y que esa explotación es discriminatoria y racista.
            La oligarquía argentina, afirman, despreció siempre al pueblo. Bajo el lema de Sarmiento de “civilización o barbarie” se atacó a los gauchos y rebeldes montoneros. En esos momentos se sigue discriminando al pueblo: se le llama “mersa”, “cabecita”, porque “…al pueblo siempre se le quiso restar categoría humana”. Filman en una ranchería de indios matacos y escuchamos cómo éstos se quejan del racismo. La cámara se detiene en los rostros acongojados de los indios, y pregunta el relator: “Pero el colono, ¿admitirá alguna vez que la sangre del colonizado es igual a la suya?”. Se escucha una canción indígena que expresa dolor y pena, y el relator dice que a los indios de todas las etnias se les niega el reconocimiento de su humanidad, se los considera inferiores.

Penetración cultural y dependencia

            Todos los países latinoamericanos sufren un agudo proceso de dependencia económica, política y cultural, que deforma totalmente su identidad. Son víctimas de un interminable saqueo colonial, liderado en esos momentos por Norteamérica. De esa manera les resulta imposible desarrollarse. Desde el gobierno de Bartolomé Mitre (1862-1868), en adelante, el país ha mantenido una política de sometimiento a las potencias extranjeras. Esa explotación es la causa del atraso y la miseria, y las riquezas que se llevan las potencias extranjeras financian el alto nivel de vida de sus países. Esas potencias extranjeras y sus aliados nativos controlan la totalidad de la economía nacional agraria e industrial.
            Los países latinoamericanos padecen una altísima tasa de analfabetismo y sus pueblos son víctimas de formas sutiles de penetración cultural. Esta penetración cultural, dicen los autores del guión, siguiendo las ideas del pedagogo brasileño Paulo Freire, es una “colonización pedagógica” que deforma el concepto de cultura, y encierra una forma encubierta de violencia que el imperialismo ejerce contra la población local. En los países neocolonizados esa penetración cultural es tan efectiva, que los poderes dominantes que la utilizan pueden prescindir de la policía colonial. Es una violencia más sutil. Creen que esa penetración ideológica va dirigida sobre todo a las clases medias y a los estudiantes universitarios. La universidad, para ellos, no es una “isla democrática”, sino “un órgano del poder político vigente destinado a formar conciencias adictas al sistema” para legalizar la entrega del patrimonio nacional. La universidad censura el pensamiento “auténticamente nacional” y forma una intelectualidad “…desvinculada del pueblo-nación, ajena en su gran mayoría al país real.”
            La cámara nos lleva luego al “salón Pepsi-Cola”, donde el escritor Manuel Mujica Lainez presenta su último libro. Solanas y Getino toman a Mujica Lainez como ejemplo del artista colonizado. El relator recoge los diálogos superficiales y esnobs de las personas que asisten a la presentación. El escritor hace diversos comentarios y declara que está totalmente desencantado con Argentina, y que desearía vivir en Europa. Concluye el relator: “El pensamiento de Mujica Lainez es ejemplo de una intelectualidad sumisa al poder neocolonial, una elite que traduce al castellano la ideología de los países opresores.”
            ¿Cuáles son los modelos de estos intelectuales colonizados? Dedican una sección a responder a esta pregunta. La abren con el epígrafe de Fanon que dice: “No rindamos pues compañeros un tributo a Europa, creando estados, instituciones y sociedades inspirados en ella. La humanidad espera algo más de nosotros que esa imitación caricaturesca y en general obscena…Hay que inventar…hay que descubrir…”. Solanas y Getino sostienen que la pretendida cultura “universal” imperialista que los intelectuales colonizados toman como modelo no es realmente universal, es cultura europea o norteamericana, cultura colonial, y creer en su universalidad es uno de nuestros mitos. Encandilado por el prestigio de esta cultura imperial, el intelectual o el artista neocolonizado espera el reconocimiento de sus grandes metrópolis. Se conforma con ser traductor, intérprete, espectador. Pero la cultura, sostienen, solo podrá ser verdaderamente universal cuando hayamos destruido al imperialismo y no exista más una sociedad de clases. El intelectual latinoamericano ha renunciado a su capacidad de búsqueda e invención, es un ser desarraigado, escapista y traiciona a la cultura de su país. Su cosmopolitismo cultural es vacío.
            Denuncian el papel mistificador de la religión, que instiga a los pobres a creer en el más allá y a resignarse a las miserias de este mundo. Los sacerdotes desorientan al pueblo y son instrumentos de las clases dominantes, que utilizan la religión para crear falsas esperanzas.
            Es esencial que el hombre latinoamericano inicie una “guerra ideológica” contra la violencia del sistema de dominación neocolonial, combatiendo las campañas de desinformación y la propaganda, que el imperio y las oligarquías lanzan contra los pueblos utilizando a los propios artistas e intelectuales locales neocolonizados. ¿Qué opción tienen estos pueblos arrasados por la violencia y la pobreza, condenados a la miseria y el hambre? Para los ensayistas tienen una sola opción: luchar. En un momento conmovedor cumbre del film la cámara enfoca por largos segundos la imagen del Che Guevara muerto, con los ojos abiertos, como vigilando y mirando con detenimiento a la platea. Sentencia el relator: “Elegir con su rebelión su propia vida, su propia muerte; cuando se inscribe en la lucha por la liberación la muerte deja de ser la instancia final. Se convierte en un acto liberador, una conquista…” (Mestman, “La hora de los hornos, el peronismo y la imagen del Che”).
            Con esta escena, Solanas y Getino terminan la primera parte, doctrinal y teórica, del film, en la que tratan de orientar al espectador en una visión amplia y latinoamericana de lo nacional. Lo nacional, demuestran, tiene que integrarse a lo latinoamericano, y el nacionalismo continuarse en el socialismo, para que la liberación sea completa y perdurable. Y dejan abierta la pregunta, ¿cómo luchar?
            Después de un intermedio, en que los espectadores pueden hacer comentarios y preguntas sobre lo que vieron en la primera parte, continúa la segunda parte, la más extensa, de dos horas de duración. Si la primera parte era teórica y conceptual, la segunda es más práctica y está orientada a lo que ellos llaman la “acción”: es un “Acto para la liberación”. La primera parte contenía numerosas “notas” sobre el neocolonialismo y referencias a las ideas de los líderes del movimiento de liberación dentro y fuera del país; en la segunda parte, abundan los “testimonios” que anunciaban en el subtítulo de la película.

El Movimiento Peronista y los trabajadores

            Encabezan la segunda parte con una dedicatoria a los trabajadores: “Al proletariado peronista, forjador de la conciencia nacional de los argentinos.” A lo largo de esta parte describirán las experiencias históricas de los trabajadores y sus luchas. Abren la sección con numerosos acápites: citan al Che, a Fanon, a Castro. Escriben consignas como: “El nacionalismo de los países oprimidos es la negación del nacionalismo de los países opresores” y “La victoria de los pueblos del tercer mundo será la victoria de la humanidad entera”. Dice el relator: “Esto no es solo la exhibición de un film ni es solo un espectáculo. Es antes que nada un acto, un acto para la liberación argentina y latinoamericana, un acto de unidad antiimperialista.” Ese no es un espacio para “espectadores”, ni para “cómplices del enemigo”; buscan que los asistentes a la proyección se convenzan que es necesario participar como “protagonistas” del proceso que el film testimonia.
            Solanas y Getino proponen el diálogo y el debate político entre los asistentes. Quieren rendir homenaje a todos los pueblos y sus vanguardias armadas, que en esos momentos revolucionarios están combatiendo contra el imperialismo y el colonialismo en los tres continentes. Terminan la introducción a la segunda parte citando a Fanon: no hay espectadores inocentes, todos deben ensuciarse las manos. Quien quiera ser sólo un espectador, es en el fondo un cobarde, o un traidor.
            En esta parte presentan la historia del Peronismo de 1945 a 1966. Explican que los movimientos nacionales fueron los que dieron la oportunidad a los pueblos latinoamericanos para irrumpir en la historia como tales y empezar a luchar contra la servidumbre neocolonial. Esos movimientos empezaron en Argentina a principios del siglo XIX, con los caudillos populares, continuaron en 1916 con el yrigoyenismo y emergieron definitivamente con Perón el 17 de octubre de 1945, cuando el pueblo se manifestó en la Plaza de Mayo coreando la libertad de su líder, que había sido encarcelado por un sector del Ejército. Poco después nace el liderazgo de Evita, la perfecta interlocutora de Perón, la portaestandarte del pueblo militante y explotado.
            Solanas y Getino demuestran que en 1945 el Peronismo era un movimiento nacional de avanzada. Aún no habían empezado las grandes luchas de liberación anticolonial en Asia y Africa. El Peronismo fue “un hecho precursor”, dicen. La intelectualidad, como en el pasado, ante Rosas e Yrigoyen, no entendió al Peronismo, porque éste rompía todos sus esquemas: no lo dirigía una vanguardia esclarecida sino un militar, no se alzaban banderas rojas sino la bandera argentina. Para la intelectualidad local los únicos que contaban eran los modelos revolucionarios europeos. Las capas medias apoyaron a esa intelectualidad, vieron en el Peronismo una confabulación “nazi-facho-falangista” y participaron en la creación del frente de la Unión Democrática contra Perón, en que militaban partidos liberales, conservadores y marxistas. Así, el Movimiento se desarrolló sin el respaldo de una intelectualidad nacional que lo acompañara y diera apoyo ideológico a las masas; la intelectualidad no estuvo a la altura de las circunstancias ni supo entender la nueva realidad política.
            Las masas terminaron enfrentadas con los movimientos marxistas que las traicionaban y se aliaban al imperialismo norteamericano, aunque, aclaran los guionistas, “el comunismo, el marxismo y el socialismo auténtico” no tuvieron culpa alguna, fue una traición de sus líderes, sostenidos por la Unión Soviética que, liderada por Stalin, se había transformado a su vez en un poder imperialista.
            El Peronismo buscaba ocupar una “tercera posición”, equidistante de los dos imperialismos: el Norteamericano y el Soviético. El Peronismo equiparó la política exterior de la Unión Soviética, estado comunista, burocrático y deformado, con la de los Estados Unidos, la máxima potencia capitalista. Desde el punto de vista del Peronismo, Norteamérica y la Unión Soviética eran igualmente imperialistas. Los países que buscaban liberarse de su poder debían conformar un tercer polo político, una tercera posición, independiente de ambas potencias. Los fallos de la Unión Soviética, aclaran Solanas y Getino, no invalidaban por sí el modelo socialista. El socialismo mantenía toda su vigencia como filosofía revolucionaria y guía ideológica necesaria para crear una sociedad nueva.
            Fue un gran mérito del Peronismo, creen los autores, desplazar del poder a la oligarquía y denunciar y combatir al imperialismo. Durante la primera parte del siglo XX surgió en Argentina un proletariado industrial que no encontraba un espacio político dentro de los partidos tradicionales, y Perón supo cómo formar con ellos un frente nacional, integrado por los trabajadores, el Ejército, sectores de la burguesía industrial, la Iglesia, la clase media del interior y la peonada rural. Unificado por sus tres banderas: independencia económica, soberanía política y justicia social, el Peronismo fue la tentativa de dejar de ser una “semicolonia pastoril”, para transformarse en una “nación independiente”. Aclaran que Perón no partió de una ideología preestablecida, la teoría no precedió a la práctica: fue un gran improvisador e intérprete de la voluntad de su pueblo. Eso hizo de él un caudillo popular y encabezó el proceso de liberación. Así, el pueblo peronista pudo vivir diez años de democracia nacional.
            Enumeran los cuantiosos logros de ese primer Peronismo: repatriación de la deuda externa, centralización del comercio exterior, protección de la industria nacional, altos salarios, plena ocupación, nacionalización de los bancos, los ferrocarriles, el gas, los teléfonos, los servicios públicos, el crédito bancario. Evita lideró el movimiento femenino que dio el voto a la mujer por primera vez y Perón promovió la creación de una central sindical única de trabajadores, transformando a éstos últimos en la columna vertebral de su Movimiento. Sin embargo, dicen Solanas y Getino, el Peronismo acumuló cada vez más contradicciones y pronto se encontró ante graves limitaciones: era un movimiento policlasista y existían diferencias entre las clases que lo integraban, la burguesía industrial era acomodaticia, muchos de los peronistas eran aliados de la oligarquía. El Peronismo no llevó a fondo su revolución nacional, osciló “entre una democracia del pueblo y una dictadura de la burocracia”. Como consecuencia de esto, a partir de 1950 entró en crisis. Sus estamentos dirigentes se fueron burocratizando y eso debilitó al Movimiento. Este proceso se aceleró después de la muerte de Evita, líder radical y carismática que tenía gran ascendencia sobre los militantes peronistas. En el seno del Movimiento se libraba una lucha de clases que lo deterioraba cada vez más. En 1955 termina de quebrarse el frente nacional y Perón se va del poder sin dar lucha. Lo habían traicionado una parte del Ejército, la Iglesia y la burguesía.

La caída de Perón y los gorilas

            El Partido Justicialista ya no contaba con una dirección revolucionaria y resultó fácil blanco del enemigo. El 16 de junio de 1955 la Marina bombardeó la Plaza de Mayo y la casa de gobierno, a mediodía, masacrando a cientos de personas. Perón no castigó suficientemente el genocidio, de lo que se arrepintió públicamente luego en una entrevista que aparece dentro de la misma película. No dio armas a los trabajadores ni descabezó a la camarilla militar golpista. El 31 de agosto renunció a la presidencia y el pueblo ganó las calles, pidiendo a su líder que retirara su renuncia. Perón accedió pero, desgraciadamente, estaba aislado. Desde la Plaza de Mayo denunció a los traidores que querían retrotraer la situación política a 1943, cuando el país era gobernado por la oligarquía conservadora. Poco después el Peronismo cae sin lucha. Alrededor de él todos claudican, incluidos los burócratas del partido. El Ejército “gorila” ocupa la ciudad. Perón justificó después su actitud pacifista: su gobierno había sido elegido pocos años antes por segunda vez con una mayoría abrumadora de votos, tenía gran apoyo popular y hubiera podido llamar a los trabajadores a las armas, pero no quería que hubiera una guerra civil y corriera la sangre. Y preguntan los autores al público: “¿Es un error de Perón el no armar a su pueblo?”
            Solanas y Getino nos muestran “la fiesta de los gorilas”. La clase media eufórica se lanza a las calles a celebrar la victoria de la “Revolución Libertadora”. La curia embandera las iglesias. La intelectualidad argentina saluda la caída de Perón y aclama a los “libertadores”. El comunismo celebra el fin de un “gobierno dictatorial”. El Radicalismo se proclama como “la única solución” a los males del país.
            La reacción gorila descarga su violencia contra el pueblo y empieza la venganza. Comienza “la década violenta”. Se disuelve el Congreso y se proscribe al Peronismo. Quieren borrar de la memoria del pueblo diez años de historia. Raúl Prebisch diseña un plan económico, apoyado en el “libre cambio”, para entregar la economía nacional al imperialismo. El FMI será el verdadero orientador de la política económica futura, desnacionalizando la economía. Derogan la Constitución del 49, que garantizaba los derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y proclamaba el derecho del pueblo a la educación y la cultura.
            La caída de Perón será una gran lección para el proletariado: demostrará  que “la lucha por la liberación nacional es inseparable de la lucha de clases” y que “no hay revolución nacional triunfante si al mismo tiempo ésta no se transforma en revolución social”. Solanas y Getino consideran que el Peronismo era un movimiento progresista que actuaba de acuerdo a lo que le permitían sus circunstancias. Para comprobar esto bastaba con observar lo que pasaba en esos momentos en Latinoamérica. El imperialismo yanqui invadía Guatemala y acosaba a Vargas en Brasil, empujándolo al suicidio. Era una política concertada contra los pueblos que buscaban liberarse. La situación internacional favorecía al imperialismo, pero eso cambiaría muy pronto, porque muchos pueblos en Africa se preparaban para iniciar su guerra anticolonial de liberación y Castro se disponía a invadir Cuba poco después para comenzar la guerra de guerrillas y derrocar a Batista, el dictador impuesto por los norteamericanos.
            Desde aquel entonces habían pasado varios años. Están en esos momentos en 1968 y deben unirse todos: peronistas, marxistas, cristianos, para formar un movimiento de liberación que derrote definitivamente al enemigo. El film se interrumpe y permite que el auditorio debata. Luego recomienza con la entrevista que Perón, desde España, concedió a Solanas y a Getino el 11 de septiembre de 1968. En esa entrevista, Perón va a reconocer que cometió “un grave error” al no reprimir violentamente a los líderes de la insurrección militar en 1955, y al no haber movilizado al pueblo para que luchara por el Movimiento.

La Resistencia peronista

            Con esa entrevista termina la crónica de los años de gobierno peronista y comienza la sección políticamente mejor lograda de la segunda parte: el análisis de los años de la Resistencia. El relator explica que cuando se propusieron informar al público sobre “las luchas sostenidas por nuestro pueblo a partir de 1955”, se encontraron con que gran parte de esa información había sido “tergiversada por el sistema”, y fue suprimida de los archivos oficiales y las filmotecas. Las organizaciones sindicales tampoco contaban con buenos registros de lo ocurrido durante esos años. Era parte de una lucha en la que todos estaban empeñados: el futuro estaba aún por definirse. Esas experiencias históricas, sin embargo, no habían desaparecido del “subconsciente colectivo”. Los actores de los sucesos se habían transmitido sus experiencias en forma oral y eran parte de la memoria colectiva. Decidieron recurrir a ellos.
            Hablaron “con obreros de base, activistas, dirigentes sindicales y políticos, campesinos, estudiantes y empleados”. Tuvieron que hacer el trabajo en forma clandestina. La dictadura del General Onganía era un régimen represivo y violento. En el proceso muchas veces sintieron la desconfianza de sus interlocutores. Comprendieron  cuán lejos se habían mantenido los intelectuales de su pueblo. Trataron de hacer entender a esos entrevistados que existía también en el país una capa de intelectuales nacionalizados, que ellos representaban. Esta parte es una de las más originales del film: los guionistas no se limitaron a acumular datos, sino que investigaron e indagaron el por qué del drama político y lo interpretaron con sentido revolucionario. Los testimonios de los militantes poseen una gran fuerza persuasiva. Estos hablan de sus luchas contra el régimen, explican cuáles son sus aspiraciones y hacen su propia interpretación de la situación social.
            La voz del relator sostiene que a partir de 1955 han aparecido en escena actores institucionales, enfrentados entre sí, que compiten por el poder sin la intermediación de los partidos políticos: el Ejército y los Sindicatos. Los obreros actuaron espontáneamente muchas veces, y ese espontaneísmo, que era una de las grandes virtudes de las masas trabajadoras, fue también, con el paso del tiempo, una de sus grandes limitaciones. Los trabajadores luchaban para reconquistar el poder perdido, y anteponían la acción directa a la formulación teórica. Esa acción era en sí una búsqueda que mostraba la capacidad creativa del pueblo. Entrevistan a varios militantes obreros. Se enfocan primero en el período que va de los años 1955 a 1958, luego en el del 58 al 62, y por último en el del 62 al 66, y en la lucha que se estaba librando en esos momentos.
            Martiniano Martínez, del gremio automotor, dice que la patronal no cumple las leyes laborales y persigue a los obreros. Estos últimos organizaron su propia defensa y así comenzaron las huelgas. La de los metalúrgicos duró cincuenta días y 30.000 trabajadores fueron despedidos. En junio de 1956, el gobierno masacró en los basurales de José León Suárez a varios militantes populares. En 1958, con la ayuda de los votos peronistas, Frondizi ganó las elecciones. Una vez en el poder, Frondizi claudicó ante  las corporaciones internacionales, y la central obrera desató una huelga. Intervenida la CGT por el gobierno, los trabajadores se reorganizaron y formaron las 62 Organizaciones que aprobaron en La Falda un programa de demandas, que incluía la liquidación de los monopolios extranjeros, la expropiación del latifundio, la nacionalización de las fuentes fundamentales de la economía y el control obrero de la producción.
            Solanas y Getino explican el papel que tenían los sindicatos en esos momentos. Los sindicatos se transformaron en una escuela de militancia para el proletariado. Los dirigentes sindicales ocuparon muchas veces el lugar que dejó vacante la vanguardia intelectual. Juegan un papel gremial y político. Los sindicatos suplen la insuficiencia política de muchos partidos de izquierda. Entrevistan a importantes dirigentes peronistas, como Angel Perelman y Raimundo Ongaro, Secretario General de la CGT. Aparece un cartel que resume la conclusión de los ensayistas: “En ninguna parte como en un país dependiente los intereses gremiales están tan unidos a los intereses políticos.” Los sindicatos son la base de la resistencia popular contra la dictadura.
            Frondizi le jugó una mala pasada al proletariado: con el pretexto de lograr un desarrollo rápido para el país, quiso ponerlo “a la cola de los nuevos sectores industriales”. Lo consideran un oportunista, que buscó en Estados Unidos un “protector”, como la antigua oligarquía lo había buscado en Inglaterra. Abrió la puerta al capital extranjero, privatizó empresas estatales y liquidó la pequeña industria; se sometió a los dictados del FMI y reprimió al pueblo. Los trabajadores resistieron su política entreguista y distintos gremios se declararon en huelga. A partir del 59 el Peronismo combinó la lucha sindical con el sabotaje y el terrorismo. Aparecieron en la provincia de Tucumán las primeras guerrillas. El gobierno aplicó el Plan Conintes, que desencadenó una ola de represión y tortura contra el Peronismo. Sin embargo, la combatividad del Peronismo no se detuvo, y aunque no había logrado aún reconquistar el poder, “quiebra entre el 59 y el 62 la trampa integracionista del frondizismo”. Afirma el relator: “El movimiento de masas…comenzaba a romper el frente antinacional…”. 
            Este fue un momento clave del desarrollo político, porque a partir de entonces empezó a afirmarse, dentro de las capas intelectuales y la clase media, un pensamiento nacional. Numerosos intelectuales testimonian esto: Franco Moñi critica al intelectual argentino de izquierda, que no entendió el proceso peronista, y Ortega Peña hace un profundo análisis histórico de la relación de los liberales con los líderes de masas, a quienes acusan de totalitarios, separando a los sectores medios del movimiento de masas, y participando en la contrarrevolución, muchas veces con mala fe. Moñi dice que el intelectual argentino tiene que hacer humildemente su aporte al pueblo trabajador, sin pretender que éste lo siga como a un líder iluminado. Debe servirlo y ayudarlo a que se apropie de una ideología que lo guíe en la lucha. Tiene que ser peronista y estar al servicio del pueblo.
            Al analizar el proceso militar de 1962-1966, Solanas y Getino sostienen que el Ejército argentino no puede ser considerado como una institución monolítica, porque la historia nacional demuestra que hubo dos Ejércitos: uno nacional-revolucionario y otro antinacional-contrarrevolucionario. Censuran el antimilitarismo abstracto de los liberales y la “pseudoizquierda”. Perón fue un líder militar nacional-revolucionario, y los sectores del Ejército que lo derrocaron fueron contrarrevolucionarios. Ese sector reaccionario del Ejército fue el encargado de reprimir al pueblo.
            A partir de 1962 Frondizi ya no pudo detener el empuje de la clase trabajadora. El Ejército intervino y sacó a Frondizi del poder. Se derrumbó la fachada de la democracia burguesa. Los sindicatos iniciaron una nueva forma de lucha: las ocupaciones fabriles. En 1964 la CGT profundiza el plan de lucha y por primera vez en Latinoamérica son ocupados simultáneamente 11.000 establecimientos. En las ocupaciones participaron 3.000.000 de trabajadores, un hecho verdaderamente revolucionario. En 1964 Perón intenta regresar al país, pero el Pentágono hace detener su avión en Brasil y lo obligan a volver al exilio. Ese mismo año aparece en Salta un nuevo brote guerrillero que es derrotado antes de entrar en acción. En el 65 triunfa nuevamente el Peronismo en las elecciones. El Ejército da otro golpe en 1966 y de factor de poder pasa a convertirse en el poder mismo. El General Onganía proscribe los partidos políticos e interviene las universidades. Así quiere contener la radicalización de partes importantes de los sectores medios.
            Solanas y Getino analizan el proceso de radicalización que está transformando a la pequeña burguesía, a la que ellos pertenecen y en la que depositan gran esperanza. Creen que la pequeña burguesía contribuirá mucho en la revolución que se avecina y que piensan va a triunfar. Si bien hasta ese momento las luchas estudiantiles habían sido lideradas por liberales reformistas y los estudiantes habían apoyado en el 55 a la oligarquía, a partir del año 64 y 65 eso cambió, y muchos estudiantes se unieron a las luchas antiimperialistas. Entrevistan a varios dirigentes estudiantiles que testimonian sobre estas luchas, entre ellos a Bárbaro, dirigente de la Liga Humanista y a Bravovich, dirigente del Frente Estudiantil Nacional. Coinciden en que el golpe de estado del 66 obligó a los universitarios “a abandonar su isla”. Sus dirigentes vienen de distintas corrientes: marxismo, peronismo, cristianismo, y todos creen en la necesidad de luchar “con el pueblo por la liberación nacional”. Reconocen que la clase obrera es el eje del movimiento popular, y tienen que revalorizar ellos al Peronismo y entender su significado para la clase obrera. Rechazan el peronismo de los burócratas y abrazan el de las masas, y reconocen el camino revolucionario que ha abierto el ejemplo de la revolución cubana, que marca el derrotero del camino nacional hacia el socialismo.
            La ocupación de las instalaciones fabriles fue una experiencia fundamental en el proceso de evolución política de la clase trabajadora, consideran los autores. Esas ocupaciones dieron a los trabajadores una nueva conciencia. Entrevistan a diversos obreros, como Cirilo Ramallo, de Siam, y a una joven obrera delegada de La Bernalesa, una fábrica textil. En estas ocupaciones los obreros se enfrentaron con heroísmo y decisión con la patronal y la hicieron retroceder. En el caso de La Bernalesa las obreras tomaron el control de la fábrica y dirigieron la producción, sin la patronal, manteniendo la calidad, durante varios días. En estas experiencias los obreros adquirieron conciencia de su capacidad y su potencial revolucionario. El relator explica que las ocupaciones de fábricas son hechos violentos, en que los obreros luchan contra la colonización y se humanizan. Pero esta manera de resistir tiene sus limitaciones: son respuestas espontáneas que carecen de una dirección revolucionaria. Pronto se agotan, porque los sindicatos han dejado de ser el eje de la resistencia. Con el heroísmo no basta para vencer al enemigo. Si no se profundiza la revolución, la iniciativa fracasa y el enemigo vuelve a tomar control de la situación.
            Eso es lo que está ocurriendo en ese momento del presente en que viven y militan los guionistas. Deben plantearse y plantear al público qué hacer. Piensan que América Latina está en guerra con el imperialismo, y que las masas han ganado experiencia y conciencia en esa guerra, pero que el imperialismo también aprende y rápido. El Pentágono entrena activamente en Panamá a oficiales de los ejércitos latinoamericanos para usarlos como verdaderas fuerzas de ocupación de sus países. “Sobre América Latina – afirman – se ha lanzado una silenciosa escalada militar entrenada para el genocidio.” Sin embargo, consideran, un ejército imperial no es invencible, como lo han demostrado Argelia, Cuba y Vietnam. Para derrotarlo hay que oponerle un ejército del pueblo. Concluyen: “El lenguaje de las armas es en nuestro tiempo el lenguaje político más efectivo.” El pueblo debe prepararse para esa lucha.
            Está por terminar la segunda parte y piden a la audiencia que participe en el debate. Explican que sus consideraciones nacen de la observación de la situación nacional y de la experiencia acumulada por las masas en esos años de resistencia. Todos los dirigentes entrevistados coincidieron en que debían cambiar sus objetivos, luchar por el poder para tener un gobierno obrero y popular. El relator dice que el proletariado aún no ha encontrado la organización revolucionaria capaz de conducirlo a la victoria. Instan al público, a los “compañeros”, a que saquen conclusiones cuanto antes para poder pasar luego a la acción directa. Ellos tienen la palabra.

El hombre nuevo y las luchas revolucionarias

            La tercera parte de la película, “Violencia y liberación”, es la más breve, 45 minutos, y Solanas y Getino la dejan voluntariamente inconclusa. Está dedicada “Al hombre nuevo que nace en esta guerra de liberación”. Se  inicia con las declaraciones de un anciano testigo de las luchas y las masacres de la Patagonia y el Chaco en la década del veinte. Luego leen una carta de un militante, que cuenta la historia de un mal sindicalista, y un grupo de actores obreros la dramatiza. Este sindicalista, desilusionado, había abandonado la lucha obrera; el autor de la carta no cree que el sindicalista sea el único responsable por esta conducta, porque lo habían formado para negociar salidas legales y para esperarlo todo del sistema; no se puede confiar más en el sistema, concluye el militante, hay que responder a los atropellos con una política revolucionaria. Cuando el pueblo no tiene el poder, los crímenes del neocolonialismo quedan impunes. Lo dominan mediante la violencia. Un cartel cita palabras de J. W. Cooke: la violencia reaccionaria continuará hasta que la derrote “la violencia revolucionaria”.
            Hacen luego un reportaje al militante peronista Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez en junio de 1956; recorren el basural donde tuvieron lugar los fusilamientos y Troxler cuenta cómo ocurrieron. Culpa a los militares que gobernaban, particularmente a Aramburu y Rojas, por lo ocurrido y los considera responsables de la masacre. Un año después de los sucesos fue detenido y torturado por la misma gente. Explica que es un militante peronista, con cargos en el Comando Táctico y en el Estado Mayor Combinado del Movimiento, y que fue torturado por ejercer sus derechos políticos y por luchar contra el imperialismo. A pesar de eso, afirma no tener miedo. Está dispuesto a continuar su militancia, e imitar el ejemplo de los hermanos de los países asiáticos y africanos que luchan por su liberación. Troxler sería uno de los primeros militantes peronistas asesinados por la Alianza Anticomunista Argentina en 1974.
            El relator lee otra carta de un militante que afirma que no podrá comenzar la revolución hasta que no venzamos al hombre viejo, amedrentado, colonizado, que llevamos dentro nuestro. El valor del militante, dice, se mide por sus actos, por lo que éste arriesga y no por sus palabras. Los intelectuales nacionales deben participar en esa lucha porque en ese tiempo de América Latina “no hay espacio ni para la pasividad ni para la inocencia”. Tienen que luchar por la liberación nacional. Aquellos que no combaten al régimen se vuelven sus cómplices, y no hay opciones intermedias.
            La lucha, explica el relator, ya tiene numerosos mártires. Muchos militantes han sido asesinados, y ése es el precio que otros todavía pagarán por la liberación y para humanizarnos. Esa violencia forma parte de la violencia que sufre el pueblo en la vida cotidiana. Cita a Fanon, que decía que el colonialismo sólo mantenía su poder por medio de la violencia. Un cartel aparece con palabras de Perón, afirmando que la violencia, cuando está en manos de los pueblos, “no es violencia, es justicia”. El relator dice que ese film queda inconcluso y se espera lo continúen los compañeros, aportando sus propias experiencias. Otra carta de un guerrillero explica que se lo acusaba de haber robado bancos, y que quien lo acusa es un gobierno que asaltó todos los bancos del país y destruyó la economía nacional y proscribió al pueblo.
            La cámara muestra grupos de guerrilleros en Africa entrenándose para combatir, y se escucha la canción “Violencia y liberación”, que dice que hay que preparar el fusil y estar dispuesto a luchar contra el opresor, sacrificarse y resistir. Aconseja: “Prepara el combate,/ prepara el fusil,/ prepara tus cosas para combatir,/ prepara tu mente para renacer,/ prepara tu cuerpo para resistir…”. Reconoce que esa guerra será larga y cruel, pero gracias a ella veremos renacer la patria y nuestra humanidad.
            El sacerdote uruguayo J. C. Zaffaroni dice que “sólo los hipócritas” condenan la violencia de los oprimidos, y que a la violencia del odio de los opresores hay que oponer la violencia del amor de los combatientes, que es “una forma sublime de amor a la verdad”. El relator afirma, de acuerdo con el ideario guevarista, que la acción revolucionaria  y el armarse y prepararse para la lucha “genera conciencia, organización y condiciones revolucionarias” (Guevara 94-101). La consigna es crear muchos Vietnam, diversificar los frentes de combate para debilitar al imperialismo. Los países insurgentes deben unirse entre sí para enfrentarlo. “América Latina – asegura – será el Vietnam de la próxima década.” Una declaración del Frente Revolucionario Peronista sostiene que “la coexistencia pacífica es el opio que permite al imperialismo expoliar a la humanidad impunemente” y que los pueblos del Tercer Mundo tienen un solo camino para seguir: la guerra revolucionaria, la guerra a muerte contra el imperialismo. Ante el avance de los movimientos revolucionarios el imperialismo recurre al crimen, pero están convencidos de que no podrá derrotar a los pueblos.
            Llegando ya a las reflexiones finales, Solanas y Getino concluyen que “la liberación de cada país es siempre un hecho inédito, una invención”. El revolucionario debe tener la creatividad del artista. A la revolución nacional deberá seguir la revolución socialista. Reconocen que en Argentina en esos momentos se vive una situación de guerra encubierta. El pueblo sufre la violencia cotidiana del sistema. Ante esa situación es necesario que cada uno se inserte en cualquiera de los frentes de lucha e invente su revolución. Dicen que todos son protagonistas de esa búsqueda revolucionaria e incitan a los espectadores a participar. Hay que pasar a la acción, proponen los carteles finales, mientras la canción “Violencia y liberación” llama a que tomen las armas. “Romper el orden”, “Soltar al hombre”, leemos, y una antorcha encendida viene hacia el espectador del film-acto que termina. La luz simbólica en medio de la noche, que había aparecido también en las imágenes de la introducción, nos refiere en el final a la frase de José Martí, que es el lema de este documental: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz.”
            Este documental-ensayo del Grupo Cine Liberación, escrito por Solanas y Getino, y dirigido por el talentoso Solanas, se integra a esa corriente de pensamiento del ensayo nacional que analiza la problemática de la dependencia cultural, política y económica del país. En la década del cuarenta, luego del auge del ciclo de ensayos sobre la identidad nacional, que iniciaran en la década del treinta el primer Scalabrini Ortiz, con su libro El hombre que está solo y espera, 1931 y Martínez Estrada, con Radiografía de la pampa, 1933 y que continuó con los aportes de ensayistas liberales como Mallea, Historia de una pasión argentina, 1937, apareció un nuevo tipo de ensayo, preocupado con el problema de la dependencia y la liberación nacional. Lideraron este proceso los jóvenes radicales del grupo FORJA, tendencia juvenil revolucionaria del Partido Radical fundada por Scalabrini Ortiz, junto a Jauretche y Manzi. Scalabrini Ortiz publicó en 1940, Historia de los Ferrocarriles Argentinos, obra seminal en que se pregunta sobre las consecuencias del imperialismo británico en la Argentina. Este fue uno de los grupos de intelectuales que más apoyaron al Peronismo durante su administración.
            Durante la Resistencia, Scalabrini Ortiz y Jauretche utilizaron el ensayo como arma de combate y motivaron a una nueva generación de ensayistas. El General Perón se transformó en el exilio en un prolífico ensayista. Poco después de su caída empezaron a aparecer importantes libros. Perón publicó Los vendepatria, 1956; Jauretche, Los profetas del Odio y la yapa, 1957; Hernández Arregui, Imperialismo y cultura, 1957; Abelardo Ramos, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, 1957, obras que estudian cuáles son los sectores que conspiran contra la nación, las consecuencias de la dependencia argentina, el problema del imperialismo, y proponen liberarse de las fuerzas adversas que detienen el desarrollo nacional. Todos estos ensayistas fueron muy importantes en la formación intelectual de los miembros de Cine Liberación, que continúan en su cine-ensayo la labor de sus maestros.
            En 1968, el año del film La hora de los hornos, Perón publicó el libro de ensayo La hora de los pueblos, cuya perspectiva de crítica al imperialismo coincide con la posición política que sostienen Getino y Solanas en el documental. Los jóvenes cineastas habían alcanzado gran madurez intelectual, y habían logrado integrarse al pensamiento de liberación nacional.
            Los miembros del Grupo Cine Liberación señalan la importancia de nuevos pensadores que han aparecido en países oprimidos y dependientes, como Freire y Fanon, cuya obra es resultado de sus experiencias políticas y de sus luchas contra la pobreza y el colonialismo. Estos pensadores les aportan una visión más amplia del problema neocolonial, y les ayudan a profundizar en su comprensión de las luchas políticas de los países del tercer mundo, en un momento crítico de la historia argentina.
            Las fuerzas revolucionarias se habían afirmado y posicionado en todo el continente, preparándose para la lucha, durante esa década. El enfrentamiento con el poder militar y el imperialismo era inminente. Durante los años siguientes entraron en acción diversos grupos guerrilleros peronistas y marxistas en Argentina. Regresado Perón al país en 1973, su influencia no logró detener la lucha entre las fuerzas revolucionarias y las fuerzas contrarrevolucionarias (Page 462-76). Muchos militantes combatieron y muchos cayeron. Los peronistas revolucionarios lucharon con heroísmo. El movimiento armado guerrillero fue derrotado. El Ejército, apoyado por el imperialismo y el poder económico de la oligarquía, bañó al país en sangre, pero las luchas políticas del Peronismo no cesaron. Si algo ha caracterizado al pueblo peronista es su fuerza para luchar, resistir y transformarse.
            El Movimiento Peronista, en las décadas que siguieron a los revolucionarios años sesenta y setenta, no ha hecho más que diversificarse y multiplicarse, para terminar dominando como fuerza casi exclusiva la vida política argentina. Ya sin Perón, el Justicialismo ha profundizado su influencia sobre los sectores intelectuales y la clase media, que antes lo rechazaban y rehusaban verlo en toda su complejidad. Nadie puede acusar al Peronismo de intolerancia y totalitarismo, porque, históricamente, ha sido la principal víctima de la intolerancia y la violencia.
            A pesar de la fe que mostraron Solanas y Getino en la revolución armada, no fue gracias a ella que triunfó el Movimiento. Su fuerza deriva de lo acertado de su doctrina y de su legitimidad política, que sus militantes han sabido conquistar en arduos años de lucha, apoyada incondicionalmente por el pueblo, y del ejemplo de madurez y moderación que dio Perón al evitar una guerra civil. Perón continuó con su lucha política desde el exilio, confiando en la verdad de su doctrina y en la lealtad de los trabajadores.
            La hora de los hornos queda en la historia del cine como una película faro que iluminó a sucesivas generaciones de militantes y renovó el cine documental. Lanzó además la carrera en el cine de Fernando “Pino” Solanas, uno de los directores más destacados del continente. Representa a toda una generación revolucionaria que, si bien no llegó al poder político, mostró con su sacrificio y su entrega el coraje y la capacidad de lucha de sus militantes.

                                                                       
                                                            Bibliografía citada
           
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Publicado en Alberto Julián Pérez. Literatura, peronismo y liberación nacional. Buenos Aires: Corregidor, 2014. Págs. 433-70.




[1]  Solanas, luego de trabajar con el equipo de Cine Liberación, tuvo una larga carrera como director. Creó un cine alegórico-poético muy original. Su primera película de ficción fue Los hijos de Fierro, 1975. En este film, poético y alegórico, Perón reencarna en el personaje de Hernández para guiar a sus hijos perdidos en la lucha por la liberación.
            Escribió y dirigió películas como El exilio de Gardel y Sur, en que introduce personajes y situaciones simbólicas, e integra la música y el baile en escenarios sugerentes, con gran sentido plástico de la luz y la imagen. Creó una obra cinematográfica intelectual y “lírica” (compuso además canciones y música para sus películas). Comparte esta aproximación al hecho cinematográfico con otro gran realizador peronista: Leonardo Favio, también ensayista y “poeta” del cine, director de películas como Romance del Aniceto y la Francisca, 1967 y el extenso documental sobre el peronismo, Sinfonía del sentimiento, 1999 (Getino 56).
            Ni Solanas ni Favio manejan en sus films el tiempo narrativo con un criterio lineal y progresivo, realista, como lo hace, por ejemplo, el director Héctor Olivera en sus grandes obras de cine político-testimonial: La Patagonia rebelde, 1974, y La noche de los lápices, 1986. Cuando cuentan historias recurren a la síntesis de ideas, a la alegoría política y al símbolo poético. Prefieren dividir la obra en secciones o partes. Su manera de proceder con la narración cinematográfica de ficción nos recuerda al modo como planteó sus novelas el escritor peronista Leopoldo Marechal, autor de El banquete de Severo Arcángelo, 1965 y Megafón o la guerra, 1970, que contaba las luchas políticas de manera alegórica. Mitifican la historia y sus personajes y tienen una imaginación netamente heroica.
[2] El director de avisos comerciales tiene limitaciones en cuanto al tema que desarrolla, pero disfruta de considerable libertad formal. Dada la brevedad del género, debe recurrir a escenas llamativas y sensacionalistas para atrapar la atención del espectador y comunicarle “su mensaje”. Emplea el “clip” de imágenes gráficas combinadas y superpuestas, y crea “metáforas visuales”. Sus collages de imágenes forman contrastes y antítesis, hacen múltiples alusiones y proyectan un sentido simbólico.
[3]  Los partidos marxistas revolucionarios reconocen un papel exclusivo al partido político y a sus dirigentes en la conducción de la lucha de clases. La organización del partido marxista descansa sobre la formación de un núcleo de dirigentes y de cuadros de militantes bien preparados e instruidos. Estos guiarán al proletariado hacia la revolución cuando exista una situación histórica objetiva prerrevolucionaria.  Los líderes y el organismo colectivo que dirige la política del partido siguen las enseñanzas revolucionarias de Marx y las experiencias de los grandes líderes revolucionarios, como Lenin y, según la línea política de cada organización, Trostky, Mao, etc.

1 comentario:

  1. Muy interesante análisis!
    Me gustaría hacerte una consulta sobre una duda muy puntual que tengo al respecto: Hacés mención reiteradamente a la relación entre diversos conceptos vertidos en el documental de Getino y Solanas y la elaboración teórica de Paulo Freire. Te quería consultar si dicha relación es una conclusión a la que llegaste mediante tu análisis de la película y la lectura de los libros del autor brasileño o si te basaste en fuentes donde el grupo Cine Liberación haya hecho mención explícita a Freire.
    Te lo pregunto porque, hasta donde tengo entendido, al momento en que se estrena La hora de los Hornos, la circulación de los escritos de Freire no era tan usual todavía y me interesa saber más sobre el modo en que se dio esa conexión.
    Un abrazo

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